Cuando se menciona la palabra Canadá seguramente usted de manera casi que inmediata piensa en un país rico, próspero y desarrollado. De esos pocos países del mundo donde valdría la pena vivir, a pesar de su avasallador clima, y más si se proviene de un país como el nuestro en donde hace falta de todo, incluso la esperanza.
Históricamente se nos ha vendido aquel país como aquella nación de oportunidades, de trabajo, de buenos salarios, de bienestar y de un Estado de derecho. En definitiva, creo que es así lo es. Los datos estadísticos y las experiencias lo demuestran. Sin embargo, este artículo no trata de debatir esa innegable realidad. Más bien el propósito de este es mostrar y evidenciar una realidad histórica que ha sido ocultada, obnubilada y vituperada por las artimañas de la publicidad engañosa, esa que solo muestra una cara, de seguro la más bonita, y así evitar a como dé lugar que las vergüenzas históricas de un país mostrado ante los demás como paraíso no sean desterradas, sancionadas y mostradas a la opinión pública.
La semana pasada mientras veía en redes sociales los cientos de oportunidades para migrar a Canadá, me llamó mucho la atención una noticia muy poco publicitada en medios de comunicación e incluso en las mismas redes sociales. Esa era el aterrador hallazgo de los restos de 215 niños de un antiguo internado para niños indígenas de ese país, en donde según las informaciones era uno de los cientos de internados administrados por la iglesia y el Estado canadiense durante el siglo XIX en donde los niños que allí vivían, muchos de ellos robados de sus familias (grupos indígenas nativo americanos) y en donde según las investigaciones eran obligados a cambiar de idioma y religión, desde torturas, amenazas y violaciones, incluso sexuales.
La curiosidad por seguir investigando y conociendo esa vergonzante y desgarradora noticia, que en países como el nuestro sería como algo de costumbre o normal, me llevó a conocer un poco más esta historia. En el año 2015 la comisión de la verdad de ese país que ha venido documentando la innegable historia sobre los niños y mujeres indígenas, concluyó en un informe que los abusos a los grupos indígenas, en especial a las mujeres y niños perpetrados por casi un siglo, equivaldría a un ‘’genocidio cultural’’. Esta misma comisión ha identificado que en relación con los niños hubo más de 4.100 que murieron por abuso o negligencia de estos internados. El mismo primer ministro de Canadá Justin Trudeau ha pedido perdón y ha reflexionado sobre los abusos cometidos con los pueblos originarios en aquellas épocas en donde una mayoría negaba, se aprovechaba (despojo de territorios) y se apenaba de sus pueblos nativos.
Esa noticia me lleva a reflexionar sobre la valía e importancia de la historia para los pueblos. La historia habla a pesar de que la intenten enterrar viva. La historia grita y clama ser escuchada. La historia aunque la traten de ocultar sale a luz para ser relatada. La historia intenta encontrar el camino del no olvido, la verdad, la no repetición y la lucha por la justicia. La historia es el espacio en donde el ser humano puede encontrar su pasado por más vergonzante que sea. La historia, a pesar de que se le maquille o se le publicite con las artimañas del mercado y el sistema, siempre dirá la realidad. No cabe duda de que no hay país perfecto o paraíso, ya que la historia estará ahí para hacérnoslo saber, y sobre todo para decirnos que no todo lo que brilla es oro.