En el parque de San pablo hay grandes Ceibas que lo cobijan todo con una sombra que provoca estar. Se ven muchas personas y al costado unas carpas de la Defensoría del Pueblo, funcionarios con chalecos azules oscuro y campesinos por ahí deambulando como murciélagos encandelillados. Llevan en sus manos un turno, un ficho, con el que esperan recibir la ayuda humanitaria. Uno de ellos se me acerca y pregunta si soy periodista. Yo simplemente le pregunto si quiere que conversemos.
El señor me dice que necesita alguien que le ayude a denunciar la situación humanitaria de los que reciben las ayudas del Estado. El parque es un lugar donde la gente se siente intimidada para hablar y entonces lo invito a una cafetería. La gente quiere hablar, desahogarse, ser escuchada y pues aquí está la historia de Diosemel Bonett, de 57 años, desplazado de Vallecito Bolívar hace 14 años por los paramilitares que llegaron a arrasar y quemar lo que había.
Vengo de una vereda a dos horas y media en carro. El problema es que las señoras promotoras que lo reciben a uno le dicen: “no hay fichos, venga en una semana”. Mi propuesta es que nos atiendan en una semana a los del campo y otra a los del pueblo. Y que por vereda haya un representante para que sea el puente con la comunidad.
Hay gente del pueblo que tiene dos y tres casas y sigue pidiendo ayudas y reciben más. Esa vaina es injusta, gente con plata y metida en los programas. Todo el mundo quiere comparecer como desplazado. Que sean justos con el campesino que llega a San Pablo y no tiene donde dormir.
La primera noche que llegue a San Pablo curiosamente me toco revivir una escena de la película llamada La primera Noche, cuando una familia de desplazados llega a Bogotá. En este caso eran las familias dispuestas a amanecer para recibir la “ayuda humanitaria” por ser desplazadas. Es como si el desarraigo se perpetuara y la tal ayuda humanitaria ayudara a eso, a volver a las personas dependientes de la misericordia estatal, sin soluciones de fondo. Diosemel no está entre los que amanecen pero sí entre los que se pasan todo el día con su ficho en la mano esperando. Y el asunto es tan complejo que a veces se pasa semanas y meses esperando el turno.
“PASO LO QUE PASO Y SIGUE LA GUERRA DEL HAMBRE”
Diosemel tiene una historia que nos permite comprobar el laberinto burocrático de la reparación a las víctimas en Colombia. Un absurdo para plantearlo en términos Kafkianos. Retorno de manera valiente a la vereda Vallecitos y para poder comer (es un hombre solo, su mujer quedo con un hijo en Chimichagua Cesar de donde no se dejó desplazar) se ha hecho pasar por cocalero. “Si no nos ayudan sembramos coca. Si no la arrancan volvemos y sembramos porque ¿de qué vamos a vivir?” Le dieron una ayuda de 400 mil pesos y así se va yendo, de limosna en limosna.
Diosemel fue desplazado de su vereda y cuenta que “metieron testaferros que compraron las tierras a precios baratos. Álvaro Uribe y su familia compraron las tierras a esos testaferros, legalizaron y se quedaron con las mejores tierras. Ahorita siembran palma de aceite. Yo pienso que ya se puede hablar de eso porque al menos no hay grupos armados asediándolo a uno”. Las tierras de Diosemel tenían 17 cabezas de ganado (3 cabezas fueron donadas por la guerrilla que le daba algo de ganado a los campesinos y por eso los paras se llevaron todo el ganado de la gente), era dueño de una tienda, un billar y de eso vivía bien.
Diosemel lo que clama desde el momento de abordarme es que haya una veeduría de la forma como se entregan los dineros de la reparación a las víctimas. “Hay gente que no es víctima y se hacen pasar como tal. Reciben la plata y se le beben toda. Eso no puede ser posible mientras que los campesinos estamos aguantando hambre”.
ANTE LA LEY
Parece que el Estado fuera un Castillo impenetrable pero con la sensación de que es penetrable si se hacen los trámites. Los trámites son la agonía. En 9 años Diosemel ha recibido 4 ayudas: la primera de 600 mil pesos, la segunda de 400 mil, la tercera de 180 mil y la cuarta de 200 mil. En una vereda llamada la Fría donde espera pasar sus últimos días en vista de que el calor lo afecta más, logro conseguirse una tierra a punta de jornales, labrándola y mereciéndola. Sin embargo, no tiene ingresos y por eso se mama el procedimiento de la “ayuda humanitaria”.
Llegó a San Pablo desde Vallecitos hace cuatro días, tres días después le hacen entrega del ficho. Ese ficho tiene varios números, códigos y un turno que se puede demorar entre seis meses y un año. Después de tener el ficho lo hacen conseguir una Simm card en una entidad llamada daviplata, “todo el mundo corriendo a comparar la sim porque es ahí donde lo llaman a uno. Después le dan una clave para que reclame la plata en Familias en Acción.
Cada tres meses viene a San Pablo a pedir un turno así no le hayan pagado el anterior. En un papelito me muestra las cifras que para un campesino son un código complicado, una página de internet a la cual no sabe ni tiene cómo acceder y un teléfono del ICBF donde dice que no le contestan. “Eso es una aventura. Hay gente a la que en el año no le viene nada”.
Mi único compromiso con Diosemel fue contar su historia y escucharlo para que por lo menos encuentre en el oyente un inconforme más. Solamente le pregunto algo para terminar: ¿cómo ve el tema de la paz? Y me responde con una contundencia estilo Lao-Tse en el Tao te Kin:
Que el campesino se sienta bien. La pobreza es la que enciende la guerra.
Martes 18 de Marzo, por las calles de San Pablo.