La firma de los Acuerdos de La Habana constituyó un hito en la historia nacional, pero la huella profunda en la vida del país deberá ser su completa implementación. El proceso de conversaciones que condujo al pacto de paz nos enseña el tipo de país que podemos construir, pero el cumplimiento cabal de lo acordado significará que lo logramos efectivamente.
Los colombianos hemos pasado por cincuenta años y más de guerra continua, que apuntan a terminar definitivamente si se materializan los Acuerdos tal y como se pactaron. Solo un sector minoritario y fanatizado del país se opone a que la violencia desaparezca definitivamente del escenario de la política. Es por eso que la paz se convierte en una bandera política.
Las Farc estamos convencidos de que ella es una conquista invalorable para nuestro pueblo. Los Acuerdos firmados deben convertirse en un poderoso instrumento para hacerla realidad. Es que la lucha de clases, la lucha de intereses entre los sectores afines al capital y los que buscan un mejor modo de vida en condiciones distintas, no terminó en el teatro Colón el 24 de noviembre.
Se trata de una lucha constante, que adopta una u otra forma según las circunstancias. La inveterada costumbre del establecimiento colombiano de apelar al empleo de las armas para aplastar los reclamos de la gente del común, parece llegar a su fin tras la invencible resistencia de medio siglo por parte de esta. El fin del conflicto representa un momento definitivo.
Los Acuerdos se firmaron y las Farc estamos dando demostraciones inequívocas de nuestra voluntad de cumplirlos. De eso son testigos el país y la comunidad internacional. Es como si nuestra forma de lucha ahora se expresara en el más riguroso cumplimiento de todas las obligaciones adquiridas. De ahí la autoridad para invocar una conducta equivalente del Estado.
El Estado se muestra paquidérmico, en una actitud que puede explicarse
bien por la negativa soterrada a honrar su palabra,
bien por los requerimientos legales, judiciales y contractuales de su accionar
Este por el contrario se muestra paquidérmico, en una actitud que puede explicarse bien por la negativa soterrada a honrar su palabra, bien por los requerimientos de orden legal, judicial y contractual que envuelven su accionar. Mientras el pueblo colombiano exige que se lo deje de asesinar o se le ponga en libertad, el Estado alega razones burocráticas para garantizarlo.
De aquí la necesidad de comprender que la lucha se mantiene viva y se expresa precisamente en esa contradicción. El aparato estatal no está diseñado para atender las demandas admitidas en el Acuerdo Final, sencillamente porque no está hecho para servir a los intereses populares. Aun dando su palabra, tiene enormes dificultades para ponerse al día en sus compromisos.
Es por eso que el camino abierto por las Farc necesariamente debe adoptar la forma de la lucha frontal por obtener la satisfacción de las garantías ofrecidas desde el poder. Ya no será por las armas, es cierto, porque cumpliendo con nuestra palabra las dejamos el 27 de junio pasado. Se trata de apelar a todas las formas de movilización y protesta, incluso las judiciales.
Una lucha en la que estamos seguros no vamos a estar solos. Es alto el porcentaje de colombianos que nos ha acompañado, e impulsado por su propia cuenta y riesgo la bandera de la solución política. Que aplaude los Acuerdos alcanzados y desea verlos convertirlos en realidades. Están también los beneficiarios directos de los mismos.
Los campesinos, las comunidades negras e indígenas, las mujeres que obtendrán si luchan por su aplicación práctica, los beneficios de la Reforma Rural Integral. Las víctimas de la larga violencia oficial que confían por fin en obtener justicia y reparación. Las familias dedicadas a la siembra de cultivos de uso ilícito. Los perseguidos por pensar de manera distinta al poder.
Es inmenso el caudal de colombianos que ha vivido privado del derecho a gozar de una representación política, que ha permanecido humillado ante las violencias, la corrupción y las mañas de todo orden, que anhela un cambio, un nuevo ambiente político, una oportunidad de expresarse y organizarse. Lo conseguirán si los Acuerdos se convierten en hechos.
Todos ellos, si se lo sabemos explicar, se sumarán con ardor a la lucha por el cumplimiento de lo acordado. Es esa la política que nos corresponde hacer, que se comprenda que los Acuerdos no son un tema de las Farc y el gobierno, sino que envuelven asuntos de trascendencia nacional que interesan a todo un pueblo. Movilizarlo será la mejor garantía de éxito.
Contamos con enorme respetabilidad en el campo internacional. El prestigio de las Farc crece más allá de las fronteras y capta continuamente respaldos a su justa causa por el cumplimiento estatal de lo pactado. Debemos aprovecharlo al máximo. Unir todas las fuerzas posibles para arrancar del Estado el cumplimiento de su palabra.
El pesimismo y el escepticismo no van a ayudarnos en nada. La lucha continúa y vamos a librarla con el mismo ánimo de toda la vida. Venceremos.