Quien por casualidad viajó hacia el sur de Colombia en Semana Santa, habrá descubierto una cantidad de caminantes provistos de mochilas y trajes de campaña, que empeñados en cumplir una promesa elevada a la categoría de leyenda, caminaban durante veintidós y más horas hasta el Santuario de las Lajas, cerca a la frontera con el país ecuatoriano, para invocar la imagen milagrosa de la Virgen Mestiza en cumplimiento a los deseos que van desde el encuentro del cónyuge ideal, la absolución de todos los pecados, probar el límite de la resistencia humana, y hasta encontrar tras el sacrificio, la solución de problemas económicos y de salud, especialmente.
El consentimiento de los favores celestiales precisa que durante tres Semanas Santas consecutivas se efectúen las romerías, descartando totalmente la ayuda de automotores aún en tramos que alcancen unos metros. Se presentan sin embargo casos de interpretación del mandato básico, como aquel del matrimonio que resolvió arribar en bicicleta, él, pedaleando sin descanso, y ella, animando a su consorte instalada cómodamente en la barra del vehículo. O el del forzudo que instala en sus espaldas el peso completo de una novia frágil, pensando que tras el esfuerzo mitigado en tramos por la enamorada cordura femenina, todos los buenos deseos de su amor de incendio alcanzarían la plenitud de los actos consumados.
La culminación de la hazaña se efectúa cuando tras el otorgamiento del favor pedido, se coloca en las vecindades del Santuario una placa que da constancia del poder de la Patrona de Nariño, inculcando en los visitantes la fe indestructible de caminar cada vez algo así como cien kilómetros durante tres años seguidos, para alcanzar la solución de los problemas más enredados y diversos. El empeño no es fácil; muchos han quedado sin su media naranja ambicionada, o con su artritis o ceguera eternas, por falta de voluntad y de físico para culminar la increíble caminata. Otros, debieron padecer el dislocamiento de algún hueso, desgarramiento de tendones, insolación, ampollas exultantes, deshidratación, disentería y hasta la amenaza de ser atacados por serpientes venenosas, cuando acortando el camino toman por la escabrosa vía de Argüello, Tasnaque y la Cresta del Gallo, recorriendo los contradictorios parajes denominados: El Placer.
Pero la mayoría asegura resultados favorables a la destreza demostrada, y ahora los caminantes planifican la correría con semanas de antelación, invitando más amigos, aportando dinero para la preparación de un fiambre adecuado al esfuerzo y al cansancio, y llevando a las mujeres que en su empeño por situarse en igualdad de condiciones, no suspenden ni uno solo de los ciento treinta mil pasos que aproximadamente deben darse desde la ciudad de Pasto para situarse en el Milagro del Abismo. El hecho tiene origen antiquísimo. A lo largo y ancho del Departamento surgen devotos empeñados en demostrarle a la Virgen su fe y sus capacidades, desde las épocas remotas en que organizando cabalgatas de postín y pascanas con duración de varios días, desde lejanas poblaciones se despedían y luego se recibían a los viajeros con lágrimas, abrazos y el agitado ondear de los pañuelos blancos, actividad en la que participaba buena parte de la población mientras se preparaban las caballerías, se preparaban refrigerios eternos, y se adecuaban todos los elementos previstos o necesarios para desarrollar la regional odisea; ya que empeñado de verdad el cuerpo y la mente en ejecutar una convicción tan arraigada, si no logran moverse las montañas al menos se traspasan, con la fuerza de la voluntad como velero, y acortando convencidos las distancias existentes entre lo imposible y el milagro.