Caminar es una maravilla, y lo que se aprende, con buenos zapatos, ropa adecuada, ligera de equipaje y la mente vaciada, así salí hace unos días hacia Santiago de Compostela, cumpliendo uno de mis sueños.
Caminar es mítico, Moisés condujo al pueblo de Israel caminando “40 años” en el desierto, para seguir siendo los elegidos. Se calcula que Pablo anduvo treinta mil kilómetros, caminando toda la parte terrestre de sus viajes; Ghandi liberó a su nación caminando 300 kilómetros seguido de miles, para sostener en sus manos un puñado de sal; el doctor King caminó sobre Washington para exteriorizar su célebre sueño de liberar a sus hermanos de raza, oprimidos por un racismo irracional impulsado por una dirigencia decadente, de derecha y blanca.
Y yo, orgullosa con mi sombrero de ala muy ancha de Sandoná, Nariño; caminé y recordé a otro caminante, que recorrió el país a pie para liberar a su hijo. Salí con mi prima y entrañable compinche de infancia, la maestra Bibiana Vélez, que afortundamente se pegó dos días antes de salir, dispuestas a probar con el objetivo de hacer el Camino completo.
Haciendo un ejercicio de introspección, salimos de O Cebreiro, diminuto pero perfectamente conservado, castro celta de Galicia, hicimos una oración en la iglesia románica de Santa María la Real, donde con certeza estuvo San Francisco de Asis hace 800 años, allí ocurrió el milagro del Cebreiro, así salimos alrededor de hórreos y pallozas reconstruidas tal y como fueron hace once siglos. La historia y la cultura nos circundaban.
Caminando por entre iglesias románicas y hospitales muy antiguos, subimos el Alto do Poio, y seguimos dejando atrás mínimos pueblitos hasta completar nuestros primeros 22 kilómetros en Triacastela. Refrescándonos con una cerveza vimos llegar varios de los amigos que hicimos en el camino y comimos muy rico; porque buena parte del disfrute del Camino es el buen comer y mejor beber a buenos precios.
Tomando por el lado de San Xil (la etapa tiene otra ruta más exigente), llegamos hasta Sarria, de donde salimos al día siguiente hasta Portomarín, una guatavita española, pero mucho mejor reconstruida; hicimos poco más de 22 kms a esta etapa la llaman rompepiernas por ser casi toda de bajada, lo que obliga a no quitar el ojo del Camino. Una de las mejores iglesias románicas y la mejor anguila que he probado en mi vida, para dormir después con una vista de fantasía hacia el lago.
Seguimos hacia Palas de Rei, bordenado varios castros celtas, por entre mínimos pueblos y más pequeñas iglesias, visitamos la románica de Santa María del Gonzar y apreciamos desde Castromaior, como debió ser la Galicia prerrománica. Al llegar a Palas del Rei, después de tomar un baño, previa cerveza y suculento pulpo gallego, tomamos un taxi para escuchar al sabio don Jesús García, custodio de las llaves del templo. De su autorizada mano conocimos el monasterio de Vilar de Donas. Sin aceptar ni pago, ni propinas, pero sugiere hagamos una donación a la iglesia señalando la urna donde debemos depositarla. No nos faltó detalle porque hasta coincidimos con la “sardinata” del día de San Xoan, celebración del solsticio de verano.
Al día siguiente salimos tarde hacia O Pedrouzo, durísima etapa, porque queríamos almorzar a mitad de camino, en Melide; al llegar gracias a dos camioneros, descubrimos que el mejor pulpo no lo sirven en el sitio que señalan las guías, los locales dicen que esos “criaron fama y…” ahora duermen sobre ella. Muy bueno, aunque confieso que todos los pulpos me parecieron iguales.
Al encontrar a un maravilloso ángel que había trabajado en Cartagena de Indias 30 años atrás, decidimos conocer el pueblo, visitar su encantador museo de historia, entramos a varias iglesias, y nos dejamos llevar hasta Arzúa en carro, donde visitamos los sitios de mayor atracción que pudimos porque era día de fiesta.
El próximo día llegamos a O Pedrouzo, asistí a mi primera misa durante el Camino porque me hablaron bellezas de la iglesia cuyas gracia es que el altar está enmarcado dentro de una concha gigantesca. El padre contó sobre algunas tradiciones del Camino, como que antiguamente allí asistían nutridamente a misa los peregrinos, estos se confesaban para limpiar su alma y después, para llegar limpios a la Catedral de Santiago, se lavaban en el arroyo de Lavacolla, donde lavé mis manos para mantener la tradición...
Semana entrante:
- Llegada a Santiago de Compostela
- Sobre el caminar