Con la irrupción de Romero en el abanico de precandidatos presidenciales se mueve el tablero en la Alianza Verde y empieza a configurarse el principal temor de Sergio Fajardo: ser derrotado en una consulta antes de la primera vuelta. Aunque entre los verdes hay varios precandidatos —incluyendo al exgobernador Carlos Amaya y los senadores Antonio Sanguino, Iván Marulanda y Sandra Ortiz—, desde ya se da por descontado que el candidato en propiedad será Romero y que podría hacerse con la candidatura del “centro” en una eventual consulta en la que derrote a Fajardo. A pesar de que todavía es prematuro para hacer cábalas o anticiparse a una contienda que estará atravesada por el voto de opinión, en cada candidato hay una serie de fortalezas y debilidades que orientarán sus movimientos de cara a la primera vuelta.
A continuación, presento los que considero los principales pros y contras de cada uno.
Romero, entre la renovación ciudadana y el retorno a la política nacional
Desde su origen en el movimiento ciudadano Tienen Huevo a su pasó por la gobernación de Nariño, Romero se ha caracterizado por su discurso ciudadano, serenidad y capacidad de articulación. Al llegar el Senado en 2010 se trazó la meta de convertirse en una figura de orden nacional y lo logró promoviendo un referendo insólito: el que buscaba la revocatoria del Congreso. La odisea fue suficiente para alcanzar un reconocimiento que revalidó en la consulta verde del 2014 en la que sacó más de 700 mil votos. Luego llegó a la Gobernación de Nariño donde continúo marcando un fuerte pulso con Santos y luego con Duque. El video donde “regaña” al presidente se ha convertido en un clásico del reclamo de la provincia al centralismo bogotano. Al concluir su mandato, se dedicó a recorrer el país, acercarse a las bases del Partido Verde y ambientar su aspiración. Solo lo detuvo la pandemia.
A diferencia del exgobernador de Antioquia, Romero es un excelente comunicador y tiene todas las condiciones para convertirse en un fenómeno de opinión. Su agenda conecta íntegramente con las inquietudes de los electores urbanos, pero también con la realidad de la Colombia olvidada en temas como protección a líderes sociales o sustitución de cultivos ilícitos. Asimismo, no desestima las bases de su partido y desde que salió de la gobernación se empeñó en promover espacios como la Escuela de Innovación Política y una serie de diálogos (presenciales y luego virtuales). Algo que le ha funcionado porque muchos de los líderes, ediles y concejales que en 2018 apoyaron a Fajardo se han ido sumando progresivamente a su aspiración (al igual que sectores que apoyaron a Petro). De Romero se resalta que sí toma posición; no se percibe arrogante; promueve un discurso de unidad y no carga con el desgaste que ya pesa sobre los hombros de Fajardo ad portas de su tercera aspiración.
Por el contrario, entre sus debilidades se encuentran su poco reconocimiento nacional y las sombras que recaen sobre algunas de sus decisiones mientras fue gobernador (especialmente asociadas al escándalo de la empresa de licores del departamento); sin embargo, cada vez queda más claro que ese proceso obedeció a una estrategia de presión orquestada por Néstor Humberto Martínez. Desde Nariño (donde conserva una corriente opositora) se cuestiona su poca capacidad de inversión en el litoral pacifico; el deterioro en las condiciones de seguridad (con la expansión de grupos armados) y las tensiones con su padre, el exalcalde de Ipiales “Cayo” Romero. Asuntos domésticos que conforme vaya tomando fuerza serán amplificados por sus detractores. Tampoco se debe pasar por alto que en 2015 fue excesivamente pragmático y no dudo en aliarse con la clase política tradicional nariñense (incluyendo congresistas que buscó revocar) para llegar a la gobernación. ¿Acaso esos politiqueros ya no tenían huevo?
Con Romero también terminó una experiencia histórica de gobiernos alternativos en Nariño, ¿por qué?
Fajardo, el desgaste de un falso profesor
Ya pocos creen que Fajardo sea el candidato “profesor” o en su teflón de “incorruptible”. Desde que perdió en primera vuelta, se fue a ver ballenas, afirmó que no volvería a participar en elecciones y cambio de opinión (a los pocos días), su imagen se ha desteñido. Con muchísima fuerza. Tal vez su peor enemigo sea él mismo y su habitual torpeza como comunicador, algo que encubre afirmando que no es político, aunque gobernó en Antioquia por más de 10 años. Buena parte de sus equipos de voluntarios se han dispersado o sumado a otros proyectos; es frecuente escuchar entre sus antiguos electores que no le volverán a votar y muchos manifiestan decepción por sus posiciones. Durante el último año su participación en la debacle de Hidroituango alcanzó una resonancia que no tuvo en la elección presidencial y será un peso con el cual deberá cargar de cara al 2022. Fajardo se le debe a la opinión y el problema es que está es volátil e imprevisible.
En Fajardo el factor de opinión es tan importante que en 2018 alcanzó la mayor votación en Bogotá, una ciudad que conocía poco y de la que poco habló en campaña. Su potencial electoral se concentró en las grandes urbes, centros poblados (ciudades capitales e intermedias) y el apoyo en la Colombia periférica no fue determinante. Se le debe a electores que se mueven por incentivos ideales y que fueron arrastrados por el fenómeno de opinión que encarnó a la perfección a pocas semanas de la primera vuelta. El respaldo de Claudia López, Angelica Lozano, Robledo y Mockus también fue clave en sus resultados, pero ese fenómeno de opinión se disipó y no se reeditó en las pasadas elecciones regionales, todos sus candidatos fracasaron y en Antioquia quedaron en los últimos lugares. El caso de Claudia López es diferente porque su victoria obedeció a su propio capital. A partir del 2019 se confirmó el declive de Fajardo y el hundimiento del fajardismo.
Ahora, estoy seguro de que en Fajardo hay más debilidades que fortalezas. Tal vez los únicos puntos a su favor son los que marca en las encuestas y su amistad con Claudia López. Tras 20 años en la vida pública y dos aspiraciones presidenciales, su perfil se percibe desteñido y ya solo es un pálido recuerdo de esa opción “descontaminada y descontaminante” que en 2002 liquidó las maquinarias de la política tradicional en Medellín. Así en las encuestas siga marcando bien, en las redes sociales es tendencia frecuente por sus desaciertos y son más las críticas que los apoyos. Al igual que Petro, los tiempos de la política van evidenciando que debería pensar en un retiro (Petro ya lo anunció si no gana en 2022). Volver a su vida de profesor, la cual abandonó para dedicarse a la política (así en la vida política insista en que es profesor)
¿Y el cara a cara de la consulta?
Todavía no es claro en qué condiciones se realizará o el papel que tendrá Angela María Robledo (un peso pesado que llegó a los verdes); sin embargo, no me cabe la menor duda que Romero y Fajardo estarán en el tarjetón, para el exgobernador de Antioquia podría ser la última oportunidad para medirse en una elección nacional: será un todo o nada. Al igual que le pasó a Carlos Gaviria cuando fue derrotado por Petro en la consulta del Polo Democrático en 2010. Por el contrario, Romero es un líder joven y en ascenso, pero en 2022 se podría convertir en un auténtico palo electoral y un fenómeno de opinión. La forma como ha venido asumiendo su aspiración es un indicador de su prudencia y carácter convocante. Sin anticiparse a un resultado incierto, no dudo de que Romero tiene todo para derrotar a Fajardo y ser decisivo en la próxima elección presidencial.