Esta semana que pasó fue pródiga en elogios a Álvaro Mutis con la excusa de que había cumplido noventa años. El primero vino de Fernando Quiroz, uno de sus Golem [El simulacro alzó los soñolientos/ párpados y vio formas y colores/ que no entendió] quien durante su tenure en El Tiempo le honró por su mano o por interferida, unas quinientas veces. Dice el gran corre ve y dile que luego de haber leído las maravillosas novelas del camelo, “aterrizó” en su poesía, encontrando en ella “un retrato del alma humana tan eficaz, tan profundo y tan conmovedor como el que han logrado, a lo largo de la historia, los grandes humanistas”. ¡Vaya pues, que descubrimiento! A renglón seguido un editorial del mismo diario, escrito sin duda por el mismo Golem, o quizás por su hijo Santiago, perpetúa que “en su trabajo como relacionista en una multinacional vivió un momento gris y tuvo que pasar quince meses en prisión en la cárcel de Lecumberri en México.” Voy a contarles, entonces, un corrido no mentado.
Porque lo que no saben quienes dicen admirarle, es que Mutis no ha gozado la vida por cuenta de la poesía, sino mediante un arcoíris de raros e innumerables oficios: desde gacetillero radial, actor de radionovelas, director de Radio Nacional de Colombia y la Emisora Nuevo Mundo de Bogotá, promotor de anuncios para televisión, jefe de publicidad de la cervecería Bavaria y la Compañía Colombiana de Seguros, jefe de relaciones públicas de la aerolínea LANSA de Colombia y de ESSO, mejor conocida como Standard Oil Company, gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox y Columbia Pictures, hasta suplantador de la voz de Walter Winchell, en The Untouchables, donde paradójicamente un detective y su equipo, persigue timadores del fisco en la cabeza de Al Capone, experto en lavado de activos y evasión de impuestos. Empleos que le llevaron por más medio siglo de la Seca a la Meca, dando 17 veces la vuelta al mundo sin cambiar de modo de ser.
Una vida desperdiciada al servicio de un capital sin rostro, sedienta de honores, genuflexa e indecente, cuyos premios son fruto de una ardua labor de cabildeo en cancillerías, presidencias, academias, editoriales, todas orquestadas por él mismo, su hijo Santiago Mutis Durán, o una legión de periodistas empleados por Mutis en la agencia EFE, France Press, FCE y/o Real Academia Española, que a su vez reciben laureles, introitos, entrevistas, ediciones, viajes y felicitaciones.
Mutis, que no nació en Bogotá sino en Bélgica mientras su padre gozaba de las canonjías de la diplomacia al decirse descendiente de José Celestino Mutis, el sabio gaditano que despertó las pasiones del Barón de Humboldt, no estudió ni el bachillerato pues gracias a las raras intuiciones de su madre, Carolina Jaramillo viuda de Mutis, se educó en los billares y prostíbulos del centro de la capital colombiana, hasta que un golpe de suerte y politiquería le puso, a los 17 años, de director de la Radio Nacional cuando descendió al averno que le llevaría a la gloria: la Standard Oil Company de los Rockefeller, que desde 1870 ha sido la más poderosa y temida empresa del mundo.
La ESSO, que derrocó a Hipólito Irigoyen y Ramón Castillo, embargó las nacionalizaciones de Lázaro Cárdenas, tumbó a Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en Guatemala, a Víctor Paz Estensoro en Bolivia, a João Goulart en Brasil, a Salvador Allende en Chile, a Juan Velasco Alvarado en Perú, colaborando en la derrota de Perón y derrocando a Arturo Frondizi, desnacionalizando el petróleo brasileño con la Operación Brother Sam, etc., etc., encargó al recién inaugurado poeta la nada fácil tarea de convencer, no sólo de palabra sino de obra, a un buen número de los 90 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente que había legitimado el golpe de estado del dictador Gustavo Rojas Pinilla, de votar ahora en su contra, principalmente porque Rojas se disponía, aconsejado por Antonio García, el socialista asesor de Paz Estensoro, a nacionalizar el petróleo colombiano. Actividades que fueron descubiertas por el Servicio de Inteligencia Colombiana (SIC) que controlaba el ministro de gobierno Lucio Pabón Núñez, quien ordenó la inmediata captura del culpable, que con la ayuda de Leopoldo Mutis, su hermano; el marchante de arte Casimiro Eiger y un caballero de industria, don Álvaro Castaño Castillo, en una avioneta de la compañía petrolera logra huir, en compañía de su socia y amante Cecilia Warren, primero a Panamá, luego Cuba, hospedándose en casa del músico Julián Orbón, hasta trasladarse a México, donde el gobierno colombiano solicitó su extradición acusándole de ser el instrumento de una empresa extranjera para derrocar el gobierno legítimo.
Mutis dijo entonces que había dilapidado en juergas y comilonas con amigos las enormes sumas [$ 100.000 pesos de 1955 equivalían a 39.840.64 dólares, unos 74 millones de hoy] que la ESSO destinó a los sobornos de los constituyentes como pretendidas partidas de ayuda en obras de caridad, pero como los intereses políticos de la dictadura colombiana apuntaban a una denuncia contra la petrolera, los abogados de ésta aconsejaron a Mutis cometer una infracción que le llevara a la cárcel e impedir así su extradición, para lo cual se urdió la patraña de que el exiliado y perseguido intelectual había atropellado a una anciana y su nieto en una avenida mexicana, abandonando el lugar del crimen, siendo detenido y confinado en Lecumberri, sin proceso, por los quince meses que tardó en caer Rojas Pinilla.
Allí le visitaron, mientras intentaba calcar a Jean Genet en español, varios periodistas que han contado esta historia y sus abogados colombianos Argemiro Burgos y Alfonsito López Michelsen, gran beneficiado e ideólogo de la maniobra político financiera de la ESSO. La Junta Militar que reemplazó a Rojas se desentendió del asunto, pero sólo doce años después, en 1969, siendo Canciller López Michelsen durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, pudo regresar a Colombia. López Michelsen haría borrar todo vestigio de esta historia de los expedientes judiciales mexicanos con la ayuda de Antonio Carrillo Flórez, el todo poderoso Secretario de Relaciones Exteriores de Gustavo Díaz Ordaz, [informante de Agencia Central de Inteligencia y cerebro de los asesinatos masivos de estudiantes durante la rebelión estudiantil mexicana], quien sería, además, director del Fondo de Cultura Económica en los años de la entronización de Mutis como poeta.
El resto de la patraña ya es literatura. Mutis recibió como premio a sus servicios y sus prisiones dos de los empleos más fabulosos que puede tener alguien en el mundo: un vendedor de películas de Hollywood aficionado a la poesía pero protegido por el Center for Inter American Relations de Park Av., en New York. Y la boliviana Rosario Santos.
“Siempre pensé –escribió García Márquez-- que la lentitud de su creación era causada por su oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. Él me dijo cuando se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis años.”
Tanto la llamada “poesía” como la “prosa” de Mutis son ejemplos flagrantes del arte de la sociedad de consumo. Un “arte” que vende el mejor de sus productos: el rechazo ramplón de lo que conocemos como modernidad, con sus ofertas de igualdad, libertad y fraternidad, consideradas por Mutis otras supersticiones de nuestro tiempo. Para él la literatura fue mera entonación o estilo, no comunicación. Heredero de la voz radial de Jorge Zalamea en sus traducciones de Perse, Mutis hizo de sus monodias presagio de la vacuidad, o como él prefiere llamarla: desesperanza.
Desde Los elementos del desastre (1952), Reseña de los hospitales de ultramar (1959) y Los trabajos perdidos (1964) el asunto fue lo mismo.Según José Miguel Oviedo "todos sus poemas revelan la misma actitud" pues animados por una idea fija, "todas las palabras empleadas en el fondo son iguales ya que es uno mismo el sentido que se les otorga..." Y agrega: “Mutis es uno de esos poetas que, a cualquier edad, escriban lo que escriban, dicen siempre lo mismo...” Cobo Borda ha descubierto, además, que “Un libro de Enrique Molina, Costumbres errantes o la redondez de la tierra, aparecido en 1951, manejaba los mismos tópicos de Mutis.”
Decadencia, soledad, ruina física y moral, trivia, abulia, pocilgas, camastros, mendrugos, trapos y errancia son las rutas y geografías que recorre sin descanso, y sin que importe al lector, Maqroll El gaviero, sosías y único pretexto literario de Mutis. Todo ello singularizado en cafetales, techos metálicos donde retumban las lluvias, catres desvencijados que resisten la angustia de quien descansa en ellos, hoteles de puerto de mar o de tierra, trapiches, quebradas murmurantes, mujeres opulentas de baja o dilapidada condición, socavones de minas, frutas descomponiéndose por el horrendo calor que nos acosa por todas partes, viejos combatientes desamparados y perdidos, colegios, hospitales, etc.
Y como en las óperas de magia, el cambio de telón apenas deja sospechar un cambio de escenografía: Bengala, Riga, Lisboa, Nueva Orleáns, Tashkent, Akaba, Caucasia, Alaska, Trinidad, Jamaica, Spira, Amberes, Cocora, Paramaribo, Hamburgo, Cádiz, Belem do Pará, etc., todos los caminos llevan a lo mismo. Quien maneja los hilos del extático aventurero Maqroll, y el aventurero mismo, nunca conocieron las gratificaciones de la salud corporal, el diálogo y el entendimiento, sólo la peste del cuerpo y el monólogo. Para ellos, avezados facinerosos, acaso apenas importe reflejar en los Otros su chorro de voz y la miseria de sus recuerdos.
Octavio Paz, reseñando Los elementos del desastre, resumió lucidamente ese mundo:
“El paisaje espiritual y físico del Gaviero es insoportable de varias maneras. Enumeraré algunas: la precisión en el horror chabacano, la alianza del esplendor verbal y la descomposición de la materia, la descripción de una realidad anodina que desemboca en la revelación, apenas insinuada, de algo repugnante; la familiaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre y, también, con las repeticiones del tedio y del aburrimiento; el gusto por las cosas concretas e insignificantes que, a fuerza de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un escenario extraño, presencias que no dejan de producir escalofrío….”
Y para terminar esta perla de Fernando Vallejo, en El País, de Madrid, respecto de la promesa de no volver a España mientras le negaran la visa a los colombianos: “Primero Mutis: a los pocos meses de que nos pusieran la visa, con la mayor desvergüenza fue a sacar el visado a la Embajada española en México y acto seguido viajó a España a embolsarse los cien mil dólares del premio Cervantes que le acababan de otorgar.”