Y dele que dele -hasta el paroxismo- con el cacareado cambio climático (CC) y el consecuente apocalíptico calentamiento global aludido desde la primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano (CNUMAH) efectuada en Estocolmo, Suecia, entre el 5 y 16 de junio de 1972, consagrada al tema medioambiental; prédica que marcó el punto de inflexión en el desarrollo posterior de la política internacional referida a tan resonante tarea, cuyo vigésimo aniversario se celebró con toda pompa bajo el lema: 'Cumbre para la Tierra', en Río de Janeiro, Brasil, en junio de 1992, con la participación de líderes políticos, diplomáticos, científicos, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación de 179 países.
Variopinta audiencia engrosada últimamente con catastrofistas y pitonisos climáticos, profetas de desastres de todos los pelambres, al servicio de multinacionales del petróleo y gas, consagrados -sospechosamente- a predecir -sin sustento científico- un impredecible, escalofriante, mortal, sofocante futuro, atado al acentuado fenómeno climático global; adivinadores que suspiran porque sus profecías se cumplan sí o sí
El vicepresidente (1993-2001) Al Gore -premio Nobel de la Paz (2007)- presagió -equivocadamente- que el hielo del Polo Norte -para el 2013- desaparecería. Inquietante, tétrico, fallido pronóstico que, auguraba que, para la susodicha fecha, las islas y ciudades costaneras estarían sumergidas bajo las aguas, las cuales siguen intactas.
Al tiempo el bobalicón, George W. Bush, recién posesionado en 2001, se declaró opuesto al Protocolo de Kioto que pretendió -sin éxito- imponer la reducción -obligatoria- de las emisiones de gases de ‘efecto invernadero’, so pretexto del costo equivalente a decenas de miles de millones de dólares anuales, aduciendo que dejaba exenta el 80 % de la población mundial. “Infundado pesimismo”, que ni p’uel putas cambiaría -agregó- “el estilo de vida de USA, que no era negociable”.
Publicitadas, sombrías, temibles imprecisiones, vaguedades, impajaritable, indistintamente predichas en las cumbres de: Berlín, Ginebra, Kioto, Buenos Aires, Bonn, La Haya, Nueva Delhi, Milán, Montreal, París, Copenhague, Cancún, Egipto -entre otras-, vez tras vez incumplidas.
En el entretanto emergió la quinceañera Greta Thunberg con sus juveniles, valerosas denuncias respecto al insubstancial bla-bla-bla, contumaz hipocresía de las decadentes potencias -sin ‘amigos’, ni ‘enemigos’, solo ‘intereses’- referidos al ‘cambio climático’ y ‘calentamiento global’, en las que China ostenta -merecidamente- el título de país mayor contaminante del aire del mundo, sin que -hasta ahora- mueva un dedo por impedirlo.
Alarmante, irresponsable importaculismo que ha contagiado a una paranoica dirigencia que, desfigura, distorsiona, manipula, soslaya -de manera repulsiva- las causas de la sobredicha autodestrucción, sin asumir los correctivos que la corrijan, obvien, mitiguen -al menos-, por arteros, bastardos, corrosivos, exógenos, lunáticos intereses. Enigmático problema sin fronteras, de vida o muerte, que semeja la inocua, fracasada lucha contra la corrupción -nacional, global-. ¡Qué duda cabe!
Coyuntura agravada por la ambición, egoísmo de los entrampados, parasitarios Estados que no solventan planes -contingentes- que conjuren, frenen, paren lo aparentemente imparable, el círculo vicioso de la avaricia, desidia, individualismo; la desaforada, fanática, insaciable, rapaz, utilitaria explotación gasífera, petrolera; su inmoderado consumo; la gigantesca deforestación.
Suicida conducta de un universo que, desenfrenado, juega -a sabiendas- con fuego, continúa -impertérrito- la veloz carrera de la exploración sin límite, sin que nada ni nadie lo detenga, sin una cruzada que impida -repito- la deconstrucción del planeta tierra, que propenda por el cumplimiento de los incontables, ninguneados pactos de salvataje acordados, falazmente infringidos, pisoteados en los incontables foros ‘turísticos’, desinformativos, incapaces de acordar un impuesto universal a la emisión de CO2 -infinidad de veces propuesto- orientado a financiar, incentivar la conservación de los bosques tropicales.
Esto, cuando los veinticinco mayores productores mundiales, liquidaron el año pasado utilidades por aproximadamente cien billones de dólares. Tampoco consiguen bajar en mínima parte el consumo de los combustibles fósiles.
Aunque loable el iluso, retórico ‘decrecimiento’ de los países ricos; el descarbonizar, despetrolizar la economía, propuestos por la ministra de Minas -Irene Vélez- avalados por el presidente Petro, en contravía del interés nacional, tomado en cuenta que el país apenas produce entre el 0,4 y 0,7 % de los hidrocarburos consumidos globalmente; inocuo, opaco porcentaje con el que contribuye al cambio climático (CC) frente a la ominosa, poderosa maquinaria que lo favorece.
Recientemente 83 científicos italianos revaluaron la teoría de que el calentamiento atmosférico -resultas del cambio climático- lo causa la naturaleza, más no el hombre; sostienen que el dióxido de carbono (CO2), en sí no es contaminante, por el contrario lo destacan como imprescindible para la vida en nuestro planeta.
Deducen que el calentamiento global antropogénico -conjetura no probada- basado únicamente sobre modelos climáticos promovidos por el Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas (PICC), que advierten que para controlar el clima -en aras de ‘salvar’ el planeta- deben adoptarse drásticas, inmediatas medidas, cada vez más costosas y exigentes.
Hipótesis reglada con base en mediciones realizadas desde 1850, que determinaron en 0,9 ° C (próximo) el calentamiento global de la superficie de la Tierra, insistiendo que se debe a la actividad humana, en particular a las emisiones de CO2, procedentes del desmedido uso de combustibles fósiles. Penosas conclusiones calificadas de irreales por estudios de los precitados científicos. CONTINÚA
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