Todas las encuestas muestran a Petro y a Duque como los únicos que podrían pasar a la segunda vuelta, con el agravante de que el candidato de Uribe ganaría en ese hipotético y delicado escenario. Bien dice Petro que cuando a él le va a bien, a Duque le va bien. Son ascensos porcentuales directamente proporcionales, aunque al parecer Duque ha venido avanzando a paso lento, contrario a lo que ha venido sucediendo con el candidato de la Colombia Humana. Eso, si optamos por creer en las encuestas, las cuales no miden maquinarias, y en este aspecto no se debe descuidar a Vargas Lleras.
Una segunda vuelta entre Duque y Petro nos llevaría a tener elegir al pirómano que queremos que incendie el país. Con cualquiera de los dos salimos perdiendo, aunque no en igual medida. El uno porque es el títere de Uribe, quien a su vez buscará dominar en el Congreso, con lo cual el uribismo cooptaría dos de las ramas más importantes del poder público. El otro porque podría provocar un grave daño para la izquierda que dice representar, como adelante trataré de explicar.
Es claro que una presidencia de Duque significaría el continuismo de la corrupción, la ausencia de Estado en muchas regiones, la desigualdad y el clientelismo; es decir, lo que ha venido imperando durante décadas en estos platanales. Sin embargo, no porque precisamente él sea el continuista, sino porque quien hay detrás (Uribe) representa todo ello. Además, sería darle vía libre a la discriminación, al todo vale, al aceptar que hay buenos muertos y una cantidad de prácticas más que no van en consonancia con lo que debería aspirar a ser esta democracia germinal. No habría tal cambio generacional, como lo pregona Duque, sino una eternización del presente que muchos queremos dejar atrás.
Por su parte, un gobierno de Petro representaría una caja de Pandora de peligros inimaginables si no se baja del cuento de la Constituyente. También significaría una especie de autodestrucción de lo que queda de izquierda, empezando por él mismo.
Quizá también se repita lo que sucedió durante su alcaldía. No es un secreto el hecho de que el otrora alcalde de la capital no demostró ser el mejor administrador, aunque algunas cifras positivas lo respalden (Balance Bogotá Humana). Además, fue incapaz de conformar equipo sólido de gobierno, debido a la abundancia de renuncias que acompañaban el día a día del burgomaestre, a raíz de su forma de ser (ver apartado de el alcalde). Eso, junto con la improvisación, sería catastrófico dirigiendo la nación. En un equipo de gobierno debe haber sinergia y se deben buscar soluciones y conciliaciones con los contradictores políticos, no estar buscando enemigos externos ni culpando a las mafias. Petro ve enemigos en todas partes, y en una democracia se deben ver contradictores, no enemigos, diría Carlos Gaviria.
A Petro lo tendría que acompañar en la presidencia un equipo de carácter, altamente ejecutorio y no doblegable, para hacerle contrapeso (no oposición) al presidente mismo. Pero no ahora, porque el palo no está para cuchara, entre otras cosas porque la derecha en este país aún tiene mucho poder y pueden hacer de la presidencia de Petro un verdadero infierno. Nada más con Uribe en el congreso le provocarían cierta imposibilidad ejecutoria a la administración del dirigente de izquierda. ¡Cuántas leyes trascendentales no hundirían! A raíz de esto, la gente del común, que en últimas es la que elige (lastimosamente), lo tildaría de mal presidente, y retornarían otras décadas de derecha. Ese es el escenario que se debe evitar, por el bien del país y de futuros gobiernos alternativos.
Digo que el palo no está para cuchara porque aunque las últimas elecciones legislativas nos dieron la grata sorpresa de que los sectores alternativos y de izquierda duplicaron su poder en esa corporación y ahora son una fuerza legislativa real, la derecha sigue teniendo un gran peso en el legislativo. Si esas fueron las primeras elecciones legislativas en relativa paz después de la firma del fin del conflicto con las Farc, ya podrán imaginarse qué nos deparan las elecciones venideras, y es esa la tarea que debemos trazarnos: cambiar el Congreso antes que cambiar la presidencia abruptamente. Debemos elegir legisladores con tintes alternativos y progresistas, junto con un presidente con tintes similares, y eso demorará un buen tiempo. Lo uno sin lo otro resultaría peligroso y poco productivo.
Se necesita un gobierno de transición, y ese no debe ser uno de izquierda, así de golpe o, peor aún, uno de extrema derecha. Es necesario un gobierno que pueda ir alimentando y alentando los sectores alternativos y de izquierda que aún son débiles en el país y que deben tomar fuerza en los gobiernos locales y en el legislativo, por supuesto. Ese sería Sergio Fajardo, cuya actitud reticente la aterrizan Robledo y Claudia. Estos dos últimos me brindan la confianza que necesito para votar por el exgobernador de Antioquia, aunque la posible vicepresidenta deba medirse en sus palabras y el senador bajarle a su hermetismo. Este año, entonces, mi voto será por Fajardo, que aunque no es el más elocuente ni fue el mejor gobernador y alcalde, tiene la experiencia y la paciencia suficiente para hacer las veces de transición haciendo las veces de un gobierno de centro.
Prefiero hacer un llamado a la razón y darle mi voto de confianza al candidato de la CoCo para que pueda pasar a la segunda vuelta. Sin embargo, si es Petro quien pasa, los sectores alternativos y moderados de todas las corrientes políticas debemos apoyarlo y rodearlo, pero con condiciones.
El profesor Jorge Giraldo Ramírez, de la Universidad de Antioquia, dice que hay dos premisas básicas (él los llama tópicos) que han regido a Occidente tradicionalmente: el mal justifica los medios y elegir el mal menor. En este caso, recurro a la segunda: de todos los presidenciables y entre los que tienen más posibilidades de llegar a Palacio, Fajardo representa el menor peligro y la fuerza más equilibrada y racional; el resto representa divisiones, continuismos y mesianismos inconvenientes en tiempos difíciles.
No obstante, debe ponerse las pilas y buscar la manera de conseguir electorado en estos últimos días que quedan para la primera vuelta. Mauricio Vargas, en su penúltima columna dijo que el exalcalde no está perdido, pero para pasar a segunda vuelta, tendría que protagonizar un acelerón digno del Ferrari más veloz.