En las últimas semanas se hizo viral el video de un apasionado metalero que se desahoga contra Rock Al Parque y enfatiza que es mejor que lo maten de una vez, porque ya la están “cag… bastante”. No es mi interés darle relevancia, pero sí tomar como punto de partida lo único sensato que dice en el cortometraje. Los más de 5.000 millones de pesos que cuesta hacer un festival de estas características podrían destinarse en eventos culturales afines de menor convocatoria.
Aunque sensato no quiere decir acertado, porque este tipo de análisis cae en el error de creer que el festival sólo está hecho para que las bandas tengan un lugar donde tocar y ser vistas por un público. Los eventos pequeños no tendrían empresarios internacionales presentes interesados en llevarse bandas a otros países, ni medios de diferentes partes del continente observándolos y tampoco permitirían el mismo nivel de integración de jóvenes de la ciudad con la cultura rock. Un error común de quienes somos de clase media o de personas de clase alta es creer que una persona de bajos recursos solo tiene derecho a educarse y alimentarse.
Lo siento, pero un pibe que no tiene dinero para comprar boletas también tiene derecho a ver alguna vez en su vida a Los Auténticos Decadentes, Julieta Venegas, Overkill o a In Flames.
La organización, la convocatoria y el buen nombre internacional del festival también son detalles importantes. Una agrupación puede poner que tocó en Rock Al Parque y no va a importar si lo hizo en el escenario más chico a las dos de la tarde o en el principal cuando caía la noche, cualquier coordinador de eventos de talla mundial va a ver ese detalle y lo va a interpretar de la misma manera: estos tipos pasaron una curaduría para estar en uno de los eventos más importantes del continente. Por ejemplo, dos curadores qué admiro de España y México estuvieron muy atentos al show de La Real Academia Del Sonido.
No es un festival de rock, dicen los que se las dan de expertos; pero el problema con este argumento es que nunca hay parámetros claros para definir qué es rock y qué no lo es. Por ejemplo, los más puristas dicen que el rock se compone de guitarra bajo y batería, lo que sería un buen punto de partida para el debate. Pero luego salen a atacar a Aterciopelados, quienes el domingo rindieron homenaje a uno de los álbumes más importantes del rock colombiano, su disco El dorado.
Quién crea que un álbum que en los noventa tenía una canción punk con frases como “Pilas, pilas gritan los ñeros; no se le haga raro que mañana no amanezcan” o “dicen que por Guadalupe, botan cuerpos, eso supe” no es rock, no se merece escuchar nada que pertenezca a este género.
Esta estructura nos mete en otra complicación, que hace que propuestas como Julieta Venegas tengan que ser consideradas rockeras. Por este tipo de cosas, desde el lanzamiento de mi libro Rock Colombiano enfatizo la idea simple de que si vamos a definir el rock este nunca se podrá definir a partir de la negación. Se trata de entender qué es el rock y no qué no lo es.
Pero entonces, ¿le cambiamos el nombre? Este es el único argumento de los haters que, hasta cierto punto, logra convencerme. No tanto porque como digan ellos el festival haya perdido su presunto objetivo original, aunque casi nadie haya ido a preguntárselo a los fundadores, sino porque una marca mundialmente conocida corre el riesgo de debilitarse si cada año tiene que tener el debate de si su nombre es o no es pertinente. Luego sale el cartel de Vive Latino –el festival de rock y pop más grande de México– y se me pasa.
Porque los argumentos parecen más comentarios de memes, que intenciones reales para dar un debate y tomar una decisión sensata. El único crítico de linea dura con el que puedo sentarme a debatir los orígenes del rock y la pertinencia del nombre del festival es Felipe Szarruk, conocido por ser autodeclarado enemigo del antiguo programador Chucky García (otro gestor cultural que también admiro bastante) y crítico de diversos procesos estatales.
Con mi amigo no coincidimos por una razón muy sencilla, porque él piensa que hay una forma objetiva de ver el rock y yo –como periodista formado en una institución donde se cuestiona duramente la posibilidad de objetividad en la profesión– pienso que ninguna aproximación informativa es objetiva. Las opiniones de los rockeros que asisten al festival, pero lo critican como si les ofendiera su realización, podrían darme razón en este punto. 27 ediciones y todavía ni siquiera tenemos las bases para comenzar a definir qué debería estar en el festival y qué no. Al final siempre todo cae en el terreno de la subjetividad.
Para mí el rock se construye más en la propuesta que en el sonido, porque el rock es transgresión, es incomodidad; como bien dijo Nicolás de LosPetitfellas en la rueda de prensa. Y la mayoría de bandas de rock no tienen eso, hasta tal punto que este fin de semana pude ver a muchos músicos amigos con quienes comparto valores callar ante el genocidio en Palestina. No estaban obligados a hacerlo, pero llama la atención que tan pocos hayan roto el silencio.
Sé que me pongo intenso con ese tema, pero es que esta masacre tiene muchos puntos en común con el holocausto nazi y sé que muchos músicos de este país también lo piensan. Entonces, ¿cómo puede ser que ni siquiera esos artistas que uno ve compartiendo posteos propalestinos o dándole like a los que uno comparte no sean capaces de aprovechar dos minutos de su show para dar un mensaje?
Organizar un festival de rock para 390.000 personas (la mayor convocatoria en la historia de Rock Al Parque), con un público tan jodido, un dólar a 4000 y en un momento donde muchas bandas internacionales quieren aprovechar la recesión económica mundial para cobrar más y trabajar menos, es una tarea titánica. Y en mi humilde opinión, los programadores la superaron con creces.
Solo les crítico dos cosas: que les haya dado miedo defender al festival como un evento de rock, tengamos en cuenta que la diversidad en la programación no fue mayor que la de otros años (no subieron a un reggaetonero o a Jessi Uribe a tarima, por ejemplo), y que por esta razón hayan cometido el enorme error de no poner a Julieta Venegas a cerrar el escenario principal.
Una mujer admirada por fanáticos de rock y pop, que llevaba años sin venir a Rock Al Parque y que hace poco participó –a su manera– de una de las canciones de pop más difundidas en el mundo (Lo siento BB con Tainy y Bad Bunny). Cuando uno defiende una idea, la tiene que defender con toda y Camila Rivas tenía toda la razón en sus declaraciones en la revista Shock: Programador que no entienda que los chicos de ahora pueden escuchar Overkill y Bad Bunny a la vez, va a fracasar garantizando la convocatoria. No olvidemos que es precisamente esa convocatoria la que hace que el festival sea viable y se siga realizando. Sin Julieta Venegas no hay día de metal.
De todas maneras me gusta darme el beneficio de la duda y pensar qué tal vez los otros están entendiendo algo que a mí se me escapa. Quizás el metalerito hater y sus fanáticos que aprendieron de rock en Wikipedia tengan razón en lo del cambio de nombre.
Así que propongo que sólo usemos las siglas y que a partir de ahora se llame RAP.
*Autor de ‘Reggaetón: Una revolución latina (2022).