Recientemente pisé suelo americano y ver en retrospectiva a mi país es algo que sencillamente debe vivirse para echar bien el cuento. De lo contrario, cualquier nota o hecho compartido voz a voz o por medio escrito, como dirían en mi tierra, sería una crasa burundanga.
Hasta para relatar historias y compartir experiencias se debe tener un alto sentido de responsabilidad crítica. No basta solamente con inundar las redes sociales con fotos etiquetadas, “estados” o videos con fondo musical para que esos muchos y muchas puedan ver lo que se hace o se deja de hacer.
Saltar al otro lado, sobrevolar dos masas continentales (porque se sale de la contigua al Caribe y se pasa encima de Centroamérica), implica una profunda catarsis de aprendizaje y reaprendizaje al mismo tiempo.
Se sale con la convicción que se ha adquirido un tipo de información suficiente a lo largo de la vida -que te convierte en adulto maduro- y al llegar a otro país, la mente consciente te ingresa de forma inconsciente a nuevos modelos de vivencia.
Por tanto, insistir en la cuota ilocucionaria que en ese otro lugar se puede reproducir ruines filosofías del “todo vale” o esas infames del “¿acaso usted no sabe quién soy yo?”, que lamentablemente nos han caracterizado a los colombianos –siendo objetivos y dejando de lado tanta blandura– o hablar por hablar de otras formas de vida humanas sin coexistir en sus ecosistemas reales –una penosa y visceral xenofobia que surge en muchas situaciones–, confirma la errática idea que urge cambiar desde dentro para ser bien vistos desde fuera. Ya se tiene suficiente de las notables y muy deficientes generalizaciones que poseen del colombiano (a) promedio, visto desde el exterior.
De ahí los juicios caóticos que se hacen en foros públicos, en conversaciones casuales, en debates académicos e investigaciones demográficas, entre otros espacios comunicativos, empero, sería un total exabrupto sostener que las grandes excepciones, -aquellos que se ponen la camiseta por los demás desinteresadamente- subyacen en ese compendio caótico de malas acciones y malos ejemplos. Por tal motivo la presente reflexión.
Como resultado, si usted está pensando partir a otro lugar a mejorar su calidad de vida y de su familia, sea el destino que sea, la transformación intrínseca suya y la de los suyos, necesariamente tiene que ser de facto.
La capacidad que implica adaptarse a otras culturas, el grado de ambigüedad y divergencias entre el país en el que se creció y en el que se decide por último vivir, requiere serios avatares para tomar nuevas decisiones, habilidades para la resolución de problemas y una eficaz habilidad para interpretar un nuevo mundo de forma responsable, pacífica y sostenible. Dicho de una manera amigable, el gen colombiano debe transmutar a uno que sume en otro país, no que reste.
De modo que pensar que porque se está en otro lugar es sinónimo de poder hacer lo que se le viene en gana, demuestra una incompetencia completa para desarrollar estrategias de autoconocimiento y comportamiento colectivo no solamente en el lugar donde usted nació sino en cualquier lugar del mundo.
He allí que el concepto de revisoría antropológica y social se comprende esplendorosamente, ya que el análisis de la situación de un país debe realizarse tanto dentro como fuera de él, siendo este último ángulo el más impactante, dada las explosiones informativas de ambientes, ecosistemas y contextos que obligan a muchos inmigrantes a realizar comparaciones temporales y muchas veces permanentes de lo bueno, de lo malo, de los claros oscuros y me atrevería a incluir, de los puntos grises de su país de origen con el nuevo, que por alguna u otra razón es el que termina acogiendo al individuo.
El análisis del curso de la vida, de los panoramas de existencia, del modo de convivir de la gente y de la gran diversidad de la estructura cognoscitiva y psicosocial humana, a la postre, es lo que demarca las diferencias que hacen lo mejor, así como lo animadverso de una sociedad con otra. Vaya ligereza el que crea que esto es otro mero texto esnobista cargado de comparaciones odiosas. Pues no, este no es el caso.
Hacer evaluaciones dimensionales de lo que nos fortalece y nos debilita como sociedad, siempre radicará en puntos sensibles de que si son preponderantes los cambios que nos ayuden a ser mejores coexistentes planetarios.
Si se aterriza a un plano mental sencillo, porque los ápices para lograr cristal comprensión de una sociedad no es tarea fácil, es mejor optar en lo que como ciudadano (a) de a pie podemos hacer para contribuir al enriquecimiento total social, en especial, en ese nuevo destino terrenal donde se decida empezar nuevamente.
De modo que esas pequeñas siembras inician desde el núcleo familiar, la escuela, los lugares de trabajo y los intercambios con las comunidades próximas a través de acciones de equidad, responsabilidad, solidaridad y tolerancia.
Pese a todo lo que se ha hecho para cimentar estos valores en nuestra sociedad colombiana, aún seguimos conduciéndonos con altas dosis de mezquindad y corrosivo egoísmo unos con otros. Lo agravante es que se desconoce hasta cuándo y hasta qué grado.
El orgullo del inmigrante nacido en Colombia solamente debe demostrarse con actuaciones en pro de los demás, en pro de lo que si sirve, funciona y es útil, sin temor de ser vistos con tedio o peor aún, con temor. Insistiendo nuevamente, el equiparar la americanización con lo que hemos aprehendido de nuestra propia naturalización de lo foráneo, no justifica de ninguna manera sentirnos espontáneamente disminuidos o peor aún seres sujetos de desprecio.
No obstante, las malas actuaciones, la excesiva censura en nuestra conducta y los despreciables ejemplos vistos desde el exterior, así como también pensar automáticamente en la cadena de sucesos negativos que a diario se viven en las actuaciones sociales del día a día en mi tierra colombiana, desde afuera, provoca un entero afán que el ‘compón,’ a tanta discordia y discrepancias en todos los niveles de vida, no se vea con excesivo escepticismo. Lo anterior, definitivamente si representa una alerta que es imperativo cambiar desde adentro para crecer afuera.
Ahora, perfección en ningún lado hay –acá también hay muchas variables que modificar– pero, si aprender de todas las pautas concretas de que es posible construir sociedad a partir de la preocupación por reestablecer lo que está imperfecto y abonar un trabajo en conjunto, a fin de conseguir bienestar general, armónicamente sin guetos. Ver, notar y sentir eso como slogan de vida en otro país, particularmente en suelo americano, cala bastante, siendo éste uno de los efectos más biológicos y simbióticos del shock cultural de cualquier inmigrante.
Las posibilidades de transformación interna sí existen, como por ejemplo, eventos simples como el haberme tropezado con buzones de libros de acceso libre en un condado para las personas en miras de aumentar su educación. Posterior a tal experimentación, el primer pensamiento que atravesó mi mente fue un anhelo de cuan productivo y satisfactorio sería ver replicado este modelo en mi país, en especial, en los lugares menos favorecidos donde la educación, por abandono del Estado y por la corrosiva corrupción, todavía sigue siendo un derecho fundamental exclusivo para pocos, negado para muchos y negocio para los avivatos.
Cosechar costumbres y hábitos de aprender a compartir y por supuesto, mediante un trabajo fuerte para obtener los objetivos personales y grupales, porque lo bueno solo se adquiere a pulso –no por salidas fáciles– es lo que a grandes trazos diseña, hermosea, influencia sustantivamente y regenera de buena forma una sociedad.
Finalmente, el haber vivido este contraste fuera de mi patria es una muestra fehaciente que la implementación de buenas prácticas sociales es a lo que debería apostarse sin escatimar nada y lo que abona terreno a salidas exitosas de cualquier comunidad y nación. No hay otro remedio ni metáforas ni mucho menos charlas en idioma alienígena para la edificación de una nueva sociedad colombiana en virtud de una evolución verificable desde dentro para ser bien vistos desde fuera.