Cambia todo cambia
Opinión

Cambia todo cambia

En los 70 los retadores eran acusados de comunistas, agentes de Moscú, Pekín, Habana. Hoy de populistas, terroristas, de Maduro y Castro. Cambian los términos, pero…

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septiembre 29, 2021
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Del movimiento estudiantil que estalló en 1971 solo alcancé a asistir a la quema del carro del Ministro de Educación, Luis Carlos Galán, frente a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. El 25 de noviembre de ese año, Rafael Oviedo, un caqueteño fugitivo, me llevó a conocer la que sería mi casa por 40 años: la Universidad Nacional de Colombia. Cuando llegamos al edificio de Medicina, de pronto se formó un pequeño grupo que gritaba abajos contra el imperialismo y el capitalismo y contra Misael Pastrana en un lenguaje que no entendí. El que más gritaba se subió a un carro Mercedes Benz de color verde, creo yo, Rafael dice que negro y Moritz Akerman que no, que era azul, de Placas D-36148 según otros testigos. En 30 segundo lo voltearon y la gasolina corrió libre. Las llamaradas subían hasta el nivel del tercer piso. Cuando desperté estaba solo, yo, un campesino caqueteño, frente a la hoguera del carro del Ministro de Educación, el mismo que había inaugurado el cogobierno en las universidades públicas. Alcancé a Rafael un kilómetro más abajo llegando al barrio La Esmeralda de Bogotá.

Aura María Puyana y otros románticos de aquella época se han empeñado en revivir la historia del movimiento estudiantil que hace 50 años sacudió la política, la cultura y las instituciones de una nación rancia, la que salía apenas del mundo de las haciendas y del clericalismo, se hacía urbana, alfabeta, de industrialización intermedia y que diversificaba la oferta exportadora.

Es su tesis doctoral Juan Luis Londoño muestra que la mayor transformación progresista de Colombia ocurrió con la masificación de la educación, ocurrida en los años 50 y 60 del siglo XX. En los años 70 llegamos a las universidades miles de hijos de campesinos que fueron semianalfabetas, herederos de la violencia de los años 40 y 50. Llegamos con los ojos abiertos, pero eran tiempos del Frente Nacional que excluía de la participación política-administrativa a los que no fueran conservadores o liberales.

Abrimos los ojos y los oídos con los ecos de “Mayo del 68” en Francia, la guerra antiimperialista de Vietnam, el pacifismo y la marihuana de los hippies gringos, Angela Davis y Martin Luther King vestidos de negro, la Revolución cubana y la China de Mao, vestidas de rojo, Allende proclamando el socialismo por la vía electoral, el trotskismo convocando a la revolución permanente, el estalinismo sobreviviente en la entonces Unión Soviética y los países liberados por el Ejército Rojo, y claro, con Marcuse, Foucault, Derrida, Sartre, Beauvoir, Debray (los franchutes), más los ingleses (Hobsbawm incluido, aunque nació en Alemania), los gringos (Sweezy, entrañable), etcétera.

La utopía revolucionaria y antiestablecimiento que recorría el mundo impactó en el estudiantado de los años 70, pero también las condiciones internas, nacionales. El movimiento campesino, organizado en Anuc, las movilizaciones de pobladores urbanos y sus paros cívicos, las huelgas obreras (CSTC, UTC y CTC), los grupos religiosos progresistas (Gólgota y Teología de la Liberación), los intelectuales y hasta los “macondos” y “nadaístas” generaron un clima de solidaridad y movilización del cual el movimiento estudiantil se hizo parte y por momentos jalonó.

En ese clima interno y externo de rebelión y utopía, muchos jóvenes de mi generación optaron por la lucha guerrillera. Asumieron que no eran tiempos de reforma y Programa Mínimo, sino de revolución y Programa Máximo. De ese dilema nos salvó, a muchos, Gramsci, para quien “el método no era la toma revolucionaria del poder, sino la subversión cultural de la sociedad como paso inmediato para alcanzar el poder de manera progresiva, pacifica y permanente” (Escobar, et al., 2001, citado por Angie Paola Villamil, 2018).

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Mucho dolor y tragedia dejó esa lucha que no comenzó en 1971 pero que se nutrió con la juventud de entonces

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Eran otros tiempos. Mucho dolor y tragedia dejó esa lucha que no comenzó en 1971 pero que se nutrió con la juventud de entonces. Fue una lucha por la inclusión. Unos la pelearon por vías armadas y otros por vías pacíficas. Al final, la Constitución de 1991 permitió avanzar en la inclusión pero la violencia política continúa, aún luego del Acuerdo de Paz de 2016.

En los años 70 los defensores del establecimiento, o del régimen -diría Gómez Hurtado-, acusaban a los retadores de ser comunistas, ateos, agentes de Moscú, de Pekín y de La Habana. Hoy los términos han cambiado: los retadores son tratados como populistas, terroristas y aliados de Maduro y del difunto Castro. Han cambiado los términos, pero la violencia sigue.

Por eso vale cantar con “La Negra” Mercedes Sosa: Cambia todo cambia.

Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo

Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente

Cambia todo cambia
Cambia todo cambia…

 

 

 

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