Primero aclaremos: ¿cuál es la estructura de nuestro sistema político?
Si comenzamos por la base, los partidos políticos no tienen ideología, no tienen propuestas ni programas; no defienden principios ni se fijan objetivos diferentes de buscar el poder; a pesar de los intentos de forzar por ley la participación ciudadana y limitar la falta de compromiso por parte de sus líderes, ninguno de estos dos propósitos se ha logrado; lo que los antecedentes de varios de los políticos muestran es una tendencia a buscar solo el acomodamiento personal donde más posibilidades tengan de acceder al poder sin consideración alguna de por cual colectividad o bajo que condiciones y/o obligaciones. Simplemente no existen como verdaderos partidos. Como bien se ha dicho y repetido, son únicamente vehículos electorales para distribuir el poder a través de avales y de puestos.
Ahora: ¿cómo se distribuyen o se determina esa repartición?
Los avales se entregan a quienes tengan más posibilidades de ganar y los puestos a quienes sean más cercanos a quien ejerza la dirección del partido. No teniendo los partidos mismos ideología ni programas es irrelevante las capacidades u orientaciones que tengan los candidatos; importa cuántos recursos económicos puedan conseguir puesto que solo de ello dependen los votos que se logren, y, para la cuota burocrática, que tan cerca estén de la rosca de la dirección.
Así a un primer nivel del sistema político que tenemos se propicia la ‘corrupción’ en la medida que quien salga elegido tiene financiadores que debe retribuir con contratos o puestos; y como las leyes electorales a su turno buscan que solo a través de los partidos se pueda acceder a los cargos de elección popular, los directores de los partidos, por la prohibición de disidencias y trafuguismo, se convierten en dueños de la colectividad y de los avalados. Este es un segundo nivel de relación política, en la que los eventuales candidatos tienen que entregarse a los directores puesto que sin su apoyo no pueden existir. Pero para la reciprocidad y para que los beneficiados sean a su turno no solo sumisos sino satisfechos, deben esos directores a su turno ser capaces de ‘negociar’ con la presidencia los cupos indicativos y los puestos para satisfacerlos. Y el mandatario solo depende de los legísladores que son quienes votan sus proyectos y puede desentenderse de la opinión pública mientras sea capaz de mantener la ‘gobernabilidad’ con la repartición de esa ‘mermelada’. (Es lo que vemos hoy en una forma extrema).
Estas ‘reglas del juego’ aplican a todos los partidos puesto que son el sistema mismo.
Hasta donde se acomodan unos u otros y hasta donde se aprovechan de eso los que manejan ese mundo depende de lo que se llamaría la ética pública (o entre nosotros, la falta de ella).
Por eso en este cambio de gabinete y sobre todo en las cábalas que antecedieron no se mencionó para nada qué se esperaba de los que estaban en el ‘sonajero’, ni cuales problemas deberían manejar, ni qué capacidades deberían tener. El único tema fue cuál cuota política representarían.
En ese sentido lo único que puede o se busca cambiar con los nuevos nombramientos es la cuota de los partidos. Y así se ha reconocido con la afirmación de que es un reacomodaamiento para que en legislativo voten lo que está en duda.
Ley sobre circunscripciones especiales que no se completaba ni siquiera los 40 votos necesarios,
sin cambiar una palabra ni dar un solo nuevo argumento,
la sola expectativa de nuevos nombramientos dio un esultado de 60 votos a favor y 3 en contra
Como succedió ya con la aprobación de la Ley sobre circunscripciones especiales que la última semana del anterior periodo de sesiones no pudo ser presentado porque no se completaban ni siquiera los 40 votos necesarios y, sin cambiar una palabra ni dar un solo nuevo argumento o explicación, la sola expectativa alrededor de nuevos nombramientos dio un nuevo resultado de 60 votos a favor y 3 en contra.
Por eso lo que muestran los nombramientos es el nivel de compromiso que tienen las direcciones de los partidos con el Presidente y hasta qué punto el margen y la capacidad de gobernar de este dependen de los respectivos directores.
Con los recién nombrados nada cambió en cuanto a políticas. La razón del cambio fue el cambio de cuotas; básicamente aumentado la tajada de apadrinados por la Dirección Liberal.
Lo que ha hecho el Dr. Santos como jugador de póker es doblar lo que ha apostado a la carta de quienes manejan el Partido Liberal. Ha llegado incluso a sugerir la fusión de lo que supuestamente es su partido -la ‘U’- con él.
Muy desesperado y muy necesitado de apoyo en el Congreso debe estar para amarrar su suerte a una Dirección cuestionada, en entredicho jurídico, que tiene el partido en crisis, que ha alejado a sus huestes, y que ha traicionado su línea ideológica acabando con lo que ha sido su identificación histórica.