Las pocas personas que me conocen saben que, si existiera tal campo de estudio, yo sería un calletreceologo a carta cabal, esto es, un estudioso de Calle 13. A la fecha he escrito sobre la banda puertorriqueña una tesis con la que logré mi título de pregrado; dos artículos académicos, uno ya publicado en el que se presentan avances de mi tesis, y otro, en proceso de edición, donde hago un análisis de las formas de lo risible en las canciones de la banda; además he estado en diversos espacios académicos debatiendo y exponiendo mis reflexiones sobre Calle 13. Digo que soy un estudioso porque quiero marcar diferencia con la palabra fan.
El fan es otra cosa: compra los álbumes, asiste a conciertos, corea las canciones hasta desgañitarse, se sabe las fechas especiales, los chismes sobre la vida íntima del artista y, sobre todo, muy pocas veces hace una crítica juiciosa y desenfadada de su artista favorito. Un fan es lo más parecido al padre del hijo pródigo.
Por mi parte, jamás he estado en un concierto de Calle 13. Cuando estuvo en Barranquilla no hubo plata para ir a verlos; y ahora que regresan a Bogotá, la cosa pinta no muy favorable.
Si hablamos de sus discos tampoco he comprado ninguno. Si tengo todas sus canciones es porque, tal como el Residente lo ha sugerido, las he descargado de internet; lo mismo he hecho con sus videos. En cuanto a noticias sobre Calle 13 muy poco las leo, porque todas aparecen es la sección de farándula de los periódicos y siempre se detienen en un escándalo o en presentar de manera general un álbum o un concierto.
Yo siempre recomiendo las notas de prensa que en su blog ha publicado Fiquito Yunqué o la entrevista para T.V. hecha por Rubén Blades, antes de que trabajaran juntos en La Perla. En esos dos trabajos periodísticos se puede vislumbrar lo que realmente es Calle 13 y de dónde surge la propuesta lírica y musical de la banda boricua. También suelo citar el artículo muy íntimo que escribió Milena Pérez, hermana del dúo boricua.
Mi silencioso y desconocido trabajo sobre Calle 13 nace gracias a las exploraciones musicales que hice con un par de amigos de la Universidad de Córdoba. Uno de ellos, me atrevo a afirmarlo, escuchó Querido FBI antes que cualquier otro colombiano, cuando la mayoría de nosotros estábamos imbuidos en el jodido Atrévete te, te!, y veíamos en el Residente y el Visitante un grupo más dentro del reguetón, tal como Wisin y Yandel o Héctor y Tito.
Con todo, estaba en mora de presentar una nota periodística completa sobre Calle 13 que partiera, eso sí, de mis investigaciones académicas. Mucho de lo que presentaré a continuación parte precisamente de allí.
Reguetón A.C. Antes de Calle 13
La primera década del siglo XXI constituyó un auge musical en el Caribe y la América Latina, particularmente en la isla de Puerto Rico. Inicialmente se presentó como expresiones musicales segmentadas y fugaces: en Colombia la champeta criolla –la de verdad, no esa que suena ahora –no logró la profusión y la difusión necesaria; en Panamá el reggae en español de El General tampoco se logró extender en el tiempo; el hip hop en español, forjado en la gran manzana y desarrollado por grupos como Los ilegales, Fulanito, entre otros, tampoco superó la barrera del siglo XX; y, sin embargo, todos fueron en gran medida, el camino preparatorio para lo que hoy conocemos como reguetón.
Aquel ir y venir de manifestaciones, que ha caracterizado al Caribe desde épocas coloniales, ha seguido intacto en la música y la cultura en general: la salsa que se empezó a gestar en Cuba adquirió su formato actual a partir de las bandas de jazz gringas, intervenidas esencialmente por los músicos boricuas afincados en los tugurios de Nueva York. El bolero también se gestó en Cuba y, sin embargo, en cada país latinoamericano se observan uno o dos o tres intérpretes magistrales. Estos dos ejemplos en particular demuestran que el Caribe es, siendo muchos, uno solo. Como diría Benítez Rojo, el Caribe es una “isla que se repite a sí misma”.
En toda esa explosión cultural vivida dentro del Caribe surgió lo que conocemos como reguetón, género que en la última década se ha mantenido hegemónico en emisoras, conciertos y canales musicales. Desde mi perspectiva eso que nació en los barrios marginales de Puerto Rico es cuestión del pasado, el reguetón de hoy no tiene ni la pureza ni la intención en el decir que tuvo en sus primeros años. Lo dañó el mercado.
La creación del género es una suma de muchas cosas. No es lineal, es centrípeta; muchos ritmos de distintas estirpes coincidieron en un solo sitio: el hip hop neoyorquino, el dancehall y el reggae llegaron a “la tierra que el gran Gautier llamó la perla de los mares’, salieron de la calle y llegaron a la calle. Puerto Rico –que si nos detenemos sobre su conformación política actual, fácilmente puede ser el territorio en el globo que durante más tiempo ha sido una colonia –fue el espacio donde confluyó toda esta lluvia de interpretaciones particularizadas que iban, como en los tiempos de Carlos V, de puerto en puerto.
Para mí el reguetón tiene un enorme valor cultural para Puerto Rico y el resto del Caribe, pero no el que se encumbró en las listas de Billboard, sino el de la tiraera y el dembow brutal. El reguetón, como todos los ritmos musicales del Caribe que se han erigido victoriosos entre la multitud, ha sido una víctima de la leyes del mercado y con él, sus intérpretes. En últimas, los procesos de mercantilización, que vieron en el reguetón un campo propicio para incrementar las utilidades, terminaron desfigurándolo como quien amasa un pedazo de arcilla sin objetivo alguno.
Lo que escuchamos hoy en toda Latinoamérica, el género urbano como le llaman, nada tiene que ver con su primera etapa underground, el reguetón “salvaje y menos comercial, evocador del tra-tra-trá, el folletín, la masa con masa”. Al escuchar las manifestaciones prístinas de lo que después se llamó reguetón (yo prefiero la escritura castellanizada tal como en su momento lo recomendó la Academia de Puerto Rico), evocamos cualquier suburbio latinoamericano, las de ahora solo nos remiten a un exclusivo bar de cualquier ciudad portátil.
La calle –entraña del músico urbano –dejó de ser el lugar de supervivencia. El reguetón se olvidó de la calle –como el vallenato lo hizo de la montaña y del pueblo o como la champeta, de la miseria y el humor –y se concentró, única y exclusivamente, en la disco, en el ‘yo y tú’ egoísta, emotivo, sentimentaloide, sexualizado. La calle se transformó: aparecieron los carros importados, el blin blin del medio millón (de copias), las mujeres fabricadas en los quirófanos y los ‘treinta guardaespaldas que no fueron a la escuela’. El terreno simbólico del reguetón cambió de la calle y sus azares a la carne y sus voluptuosidades.
¿Es reguetón, es hip hop, es rap? ¡No, es Calle 13!
Persiste aún en muchas personas del común –y en más de un desinformado periodista –el yerro de decir que Calle 13 es reguetón, porque, creo yo, quedó marcado para siempre en el subconsciente de toda la América Latina la frase “este reguetón se te mete por los intestinos”. Sin embargo, los que hemos seguido la evolución de la banda sabemos que de ello poco queda.
Le corresponde a Calle 13 el mérito de entender el contexto en el que se gestó el reguetón, y cuan vital era utilizarlo para empezar a abrir camino en la nada fácil industria musical. Aquello de meterse a cantar reguetón no fue más que una excusa, simple estrategia comercial. La intención, ha dicho muchas veces René, era “llegarle a la gente, no para vender, era para poder comunicarse con la gente de la isla, que era el primer proceso que teníamos que pasar”.
Calle 13 irrumpe, inicialmente en Puerto Rico, impulsado por otros raperos de la vieja escuela, fundamentalmente Tego Calderón. En el Abayarde está sintetizada toda la estética de lo urbano: el sexo, la noche, la escatología, la tiraera, el yoísmo. Todo esto se condensa en la portentosa voz de este negro del Caribe. Tego Calderón “merece el crédito por haber elevado la vara del rap en Puerto Rico varios metros de altura (…) sin Tego no hay Julio Voltio. Sin Tego no hay Calle 13”.
La propuesta de Calle 13 se fundamenta en una perfecta fusión entre la música de Eduardo y las letras de René. Sin embargo, siendo fiel a la creencia de que toda propuesta artística tiene un fuerte arraigamiento en el contexto en el que se desarrolla, Calle 13 es producto de todo el acervo cultural y político del Caribe y Latinoamérica. La banda está en constante juego intertextual con otros artistas y con otros géneros de los cuales se vale para presentarnos una propuesta musical que desde sus inicios –escúchese Querido FBI o Tributo a la Policía –ha sostenido una inquebrantable lectura de la situación de colonialidad de la sociedad latinoamericana. En Calle 13 cohabitan lo marginal, lo inmediato y lo mediático.
La propuesta toda raya en la plena transgresión de los valores culturales y del encasillamiento musical. En Calle 13 lo coloquial y lo mediático son utilizados en las letras y de paso se atacan. Calle 13 no es reguetón, ni hip hop, ni dancehall, tampoco es cumbia, rock o merengue. Calle 13, como lo dijo René en el documental Sin Mapa, “es la clase media, la mezcla de clases sociales, la clase incómoda con ganas de ser cómoda. Muy pobre pa’ ser rica, muy rica pa’ ser pobre” o más recientemente en Gato que avanza, perro que ladra, “La Calle 13 es transexual, es la mezcla de más de un género musical”.
Calle 13 se ubica en el centro y desde allí extiende su crítica hacia la sociedad. Esta ubicación terminará, en definitiva, por ser el cariz esencial de la banda; pero no es el centro del que se habla en política, modorro y bonachón, que al final termina siendo, como en la canción de Víctor Jara, ‘ni chicha ni limoná’. Calle 13 es centro que mira longitudinalmente: de los de arriba se burla y de los de abajo se conduele (se duele con ellos). A ambos les canta, a ambos los describe y los comprende. Calle 13 es ‘la mezcla de todas las razas’.
La propuesta lírica y social –favor no confundir con política –de Calle 13 profundiza más allá de lo evidente. Retoma lo que ya se ha cantado. No es en modo alguno fusilamiento, sino la simple comprensión de que la serie de demandas de hace cuarenta años, continúan aún sin solución alguna. La Canción Social Latinoamericana surge con nuevos bríos en los sonidos del Visitante y en la voz del Residente: el borracho que se quiso hacer el macho es el mismo que está convencido de que a él el alcohol no le afecta los sentidos. La gringa wannabe que no tiene sangre indígena ni africana es la misma chica plástica, de buen vestir de mirada esquiva y falso reír. Y la mujer que suda perfume y tiene chofer es la misma buena muchacha de casa decente que no puede salir.
Del homónimo Calle 13 a Entren los que quieran
El primer álbum de la banda, Calle 13 (2005), se puede considerar un álbum pensado ampliamente para la isla. Entre tema y tema hay recurrencias musicales que circunscriben el álbum en lo eminentemente urbano. El primer sencillo –el sonado y bailado hasta el hartazgo Atrévete te, te! –recurre a los primeros elementos de sincretismo musical latinoamericano. La canción de marras no escapa al beat del reguetón, pero se enriquece con la base de la cumbia y explora sonidos que hasta ese momento eran patrimonio de otros ritmos. El álbum completo es urbano de principio a fin. Los sonidos son chocantes y sincopados. Las letras –enriquecidas formalmente por una rima recurrente e ingeniosa –deambulan entre el cuerpo femenino, la tiraera y unos subrepticios ataques al estamento.
Calle 13 –el álbum –sienta las bases de lo que la banda explorará en los próximos dos discos: un uso recurrente de imágenes escatológicas, la inmisericorde tiraera contra sus colegas de género, la lucha social y el ya conocido uso lingüístico del Yo universal que permitirá explorar la humanidad del Residente.
Residente o visitante (2007) es el segundo álbum de la banda. En este persisten elementos musicales del reguetón, aunque para nada son la base sonora del álbum en su totalidad. Si bien las canciones que se despegaron como sencillos tienen algo del dembow reguetonero, la exploración musical propuesta por Eduardo es atractiva. Este álbum deja claro que la propuesta de Calle 13 franquea los sonidos del reguetón y se introduce en la exploración y la fusión sonora.
Es un álbum polimorfo, mucho más complejo que el anterior, pero igual de polémico e irónico. Alcanza un nivel mayor de crítica social y está igualmente pensado desde Puerto Rico –temas como La crema, La fokin moda y La era de la copiaera, lo comprueban–. El lenguaje es mucho más hábil y atrevido.
Con el tercer álbum, Calle 13 reafirma lo que en álbumes anteriores venía mostrando por retazos. Si quedaba alguna duda sobre la diferencia entre el reguetón y la propuesta de Calle 13, este álbum la zanja por completo. Los de atrás vienen conmigo –para mí el mejor de todos en la corta historia de la banda –conserva los mismos elementos risibles que caracterizan al resto de álbumes de Calle 13 y que tanto extrañaremos en Multi-Viral. Los de atrás vienen conmigo es un álbum más universal en sus letras. Si se quiere, más latinoamericano.
Con Entren los que quieran (2010) Calle 13 empieza a esbozar el rumbo de la propuesta lírica de la banda: escaso en insultos, sin imágenes escatológicas, con una tiraera más liviana y circunscrita a una sola canción, con menos humor negro, en fin, un René Pérez que explora en otras posibilidades de la creación lingüística. Entren los que quieran es un álbum más elaborado en la palabra, axiomático, poético y certero.
Con este álbum surge ‘comercialmente’ un boom en ciertos sectores sociales de Latinoamérica. Los que consideraban a Calle 13 como reguetón puro, empiezan a ver en el Residente la voz de los que no tienen voz, es decir, que más personas empiezan a apreciar a este Residente, el de la voz social, y no al ‘cafre de Trujillo’. Este fenómeno ubica a Calle 13 dentro de una pequeña élite –estudiantes, críticos del sistema –que consume sus discos y asiste a sus conciertos. La consolidación de la banda por fin se ha conseguido.
En las canciones de estos cuatro álbumes –y del siguiente –siempre permanece la mirada del investigador musical. La labor del Visitante consiste en buscar un sonido, descomponerlo y volverlo a armar como en una especie de hermenéutica musical. El Residente, por su parte, cumple la función del sociólogo. Sus letras, las recoge de la sociedad y se las devuelve, casi las escupe, a manera de crítica. En aquellas letras dedicadas a los devaneos carnales, la verbosidad poluta que las recorre, se introduce en una política corporal de negociación entre el hombre y la mujer, que traspasa los límites de la retórica e introduce las letras en una especie de bricolaje.
Multi-Viral, qué pasó con el cafre de Trujillo
Antes de entra a exponer una serie de ideas sobre Multi-Viral debo dejar en claro que me parece un buen álbum, que logra profundizar el tono poético que habíamos alcanzado a percibir en las producciones anteriores, que se fortalece el espíritu social de René, que mantiene la exploración musical hecha por Eduardo, que las colaboraciones con artistas de peso musical e intelectual son interesantísimas, que los videos que hasta ahora han acompañado a cada sencillo son verdaderas piezas de arte y, sin embargo, yo me pregunto: ¿qué pasó con el cafre de Trujillo Alto?
Y es allí donde a mi parecer el álbum se queda corto. Como dije al comienzo yo escribí, en coautoría, una investigación sobre lo risible en las canciones de Calle 13 y quien lea ese artículo podrá reconocer la importancia de la ironía y de la sátira en los álbumes anteriores. Pero en este no están, se esfumaron. El René de ahora es un tipo circunspecto, que ha aclarado muchas ideas sobre su función social en América Latina, pero las letras –poéticas, portentosas, axiomáticas –han dejado atrás el juego y la jodienda del “yo presiento que hay una fokin bomba de tiempo en mi asiento, me siento o no me siento tengo el culo to grasiento, así que te dejo el espacio…”.
Ya no aparecen los matices en su voz: no habla como chino o como japonés –todos son iguales –tampoco como el marin del Combo imbécil, ya no pone vocecita de rapero hip hopa, ni mucho menos dialoga en sus canciones, se ha despojado de la escatología, del sexo cruel. Y quitarle eso a Calle 13 es quitarle un poco de su esencia.
Eso sí, el mensaje de Multi-Viral es mucho más diáfano, quizá porque ahonda en el posicionamiento social que se ha respirado desde siempre en las canciones de la banda. Calle 13 ha descubierto que, en efecto, un gran sector de la sociedad está cansado de la música insulsa, y ha empezado a explorar en otras posibilidades musicales y líricas. Eso, de alguna forma, es actuar influenciado por el funcionamiento del mercado.
Cuando escucho Multi-Viral me asombro por la mente creadora de René, pero extraño al Calle 13 anterior. En una entrevista René Pérez dijo que los que seguíamos a Calle 13 desde el primer álbum habíamos evolucionado con él. No creo que tal cosa haya sido de esa forma. Una cosa fue el público inicial de Calle 13 y otra los que a última hora se han sumado al boom de la banda. Además, tanto mejores eran las canciones de Calle 13, cuanto más eran lascivas. El arte habita tanto en la forma como en el contenido y a veces se dice más cuando no se pretende decir nada.
De Multi-Viral me quedo con los siguientes temas: Los Idiotas porque aún se respira un poquito de humor; Adentro y Gato que avanza, perro que ladra porque la tiraera siempre será imprescindible; y Ojos color sol, Me vieron cruzar y Así de grande son las ideas, porque es poesía pura. Lo demás son solo canciones de relleno. Con todo, la pregunta persiste: ¿Dónde quedó el sexo con caca?
NOTA AL MARGEN: En días pasados, mientras escribía este texto, el periodista Iván Gallo publicó un desprevenido artículo sobre Calle 13 que, dicho sea de paso, contiene ideas similares a las de otro artículo publicado en México. Del decepcionante artículo de Iván Gallo solo diré que siempre será más cómodo juzgar al hombre que a su obra.