Una lucha que muchos tildan como injustificada e irrelevante busca ser silenciada a como dé lugar. Actos cruentos, desprovistos de toda legitimidad, irrumpen en la pacífica marcha de aquellos que alzan su voz por una educación de calidad; piden mejores condiciones para infraestructuras que se caen lentamente a pedazos, y que pone en peligro la vida de docentes y estudiantes.
Los profes dejaron las tizas, los esferos, sus libros y sus diarios de campo para aunar esfuerzos y salir a las calles a marcar historia, a manifestarse, a gritar lo que el gobierno no quiere oír, a exigir la reivindicación de sus derechos, de los alumnos y centenares de personas que a diario nos nutrimos de sus conocimientos. Irse por vías de hecho denota la ineficiencia de un gobierno que no muestra voluntad de trabajar por la educación (aunque con entonado acento, nuestro presidente, afirme lo contrario), que busca silenciar las coplas, amedrentar sus peticiones y abuchear los poemas de los docentes que están en pie de lucha y manejar los medios de comunicación a su antojo para adoctrinar la opinión de los ciudadanos del común.
Es reprochable toda forma de violencia, y más si se ejerce sobre aquellos que tienen el compromiso de construir una sociedad cimentada en el respeto, la tolerancia y la paz. Los docentes fungen como mediadores ante la resolución de conflictos, estableciendo el diálogo como la única opción pertinente, un grupo de docentes educó a los integrantes del ESMAD les enseñó a escribir, a sumar, a restar, a narrar… hoy en día esos educadores estarían tristes, decepcionados, compungidos, al ver que el amor entregado a sus alumnos, es devuelto con gases lacrimógenos, con golpes, con bombas aturdidoras y con abundante agua.
Estamos ante un panorama descorazonador, y no, no es esa “Venezuela castrochavista”, que ha tenido consternados a los medios de comunicación, estando más allá que acá. Está en Colombia: un país donde la violencia es el pan de cada día, las injusticias no cesan; la pobreza, a la par con el fenómeno de la corrupción, aumentan considerablemente. ¡Pero no, en Colombia no pasa nada! Hemos llegado al punto de normalizar estas problemáticas, que cuando pierde vigencia en los medios de comunicación, ya no es importante. Es nuestro deber, como ciudadanos que pasamos por las manos de muchos docentes, rechazar el pan y circo que nos ofrece el gobierno, informarse bien, salir a las calles y gritar: ¡Yo apoyo a mi profe!