¡Extra, extra, para la izquierda y la diestra! ¡Otra chiva para gente altamente participativa y de mente activa! ¡Noticiononón, que ni por equivocación verás en uno de los grandes “miedos” de comunicación! ¡“Vecinoticia”! (noticia de vecindario). ¡Libros, libros!
Juro que lo que sigue a continuación no es un informe falso. Una “fake news”, como dijo el otro. El otro puede ser un borriquete o un torpe “brutolsonaro”. La nota es real, originada en visitas de campo por cuadras que, a decir verdad, se cuentan con los dedos de una mano. Lo importante no es la cantidad, sino la calidad. Por lo menos para el caso que nos ocupa.
Veamos esto con el alma calmada.
Se trata de una sutil invitación a realizar intercambios de libros entre vecinos de manzanas cercanas ─trueques literales llamados “calimanes”─, hecha por cuatro gatos ciudadanos en Mocanápolis, la ciudad “bella, encantadora, con mar y río…”, como pregona el Joe Arroyo en un estribillo del tema En Barranquilla me quedo. Que por cierto cuenta con otros apelativos, como son La Puerta de Oro de Colombia, Curramba o La Arenosa.
La palabra «calimán» suena igual que el apelativo del fantástico héroe Kalimán, famoso por sus victoriosos enfrentamientos contra Lady Diabólik, el vampiro Conde Bártok, la Araña Negra, Humanón y el siniestro Doctor Muerte, entre otros villanos retrecheros archienemigos. Debo agregar que de niño alquilaba revistas de cómics ─a las que llamábamos “paquitos”─, en la tienda en que vivía, situada por el cruce de la calle Caracas con carrera Hospital, en el barrio Lucero, Localidad Suroccidental.
Calimán, como te decía, es el sustantivo común con el que he bautizado esta actividad, como acrónimo o abreviatura de “cambio de libros en manzanas”. Experimento precursor, que uno sepa. Iniciático, si te parece.
Quizás alguien que no abrió la puerta a la exhortación y se habrá enterado de oídas, puede preguntar:
─Hey, tú, escribidor crónico y a veces anacrónico, ¿y eso con qué se come, que no me he desayunado? ¿Es otro distractor o engañabobos?
Tendrá toda la razón y le cabe derecho por su recto proceder, curiosidad innata e inquieto intelecto. Así que de inmediato aplico, replico y explico con una micro-historia pertinente.
Allá a finales de la década de los 60, siglo pasado, un grupo de vecinos se prestaba libros entre sí, en el sector de marras en que residía con mi familia. O hacía cambalache con ellos. O los daban. Recuerdo que doña Adela, la señora que vivía a mano derecha de la tienda, compró un ejemplar de Cien años de soledad, el cual luego regaló a un amigo de otra cuadra, comenzando así la obra su periplo de cien cambios de “propiedad”. Fue así que el best-seller y obra cumbre del que sería nuestro gran Premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez, mudó de manos durante buen rato por medio barrio.
Mis padres la leyeron en la escala que hizo por la casa. Yo no. En ese entonces tenía ocho años y la máxima lectura literaria a que había llegado eran cuentos sencillos, poesías rimadas, fábulas cortas y fragmentos de otras obras que traían mis textos escolares de castellano, lo mismo que ojear lecturas de suplementos literarios dominicales que venían con cuatro hojas tabloides a todo color, llenas de historietas de Tarzán, Roldán El Temerario, Dick Tracy y El Fantasma, entre otros personajes de cómics.
Breves intercambios de libros hicimos el fin de semana cerca de la calle 53 con carrera 35, por la esquina donde estuvo la tienda de la señora Rosmira ─mi madre─, manzana a la que he propuesto este nombre por lineamientos al respecto; y en el cruce de la calle 48 con carrera 32, en la unidad vecinal Casa Vieja, llamada así por un restaurante. Entre convocantes, invitados o contactados estuvimos Javier Solano y su esposa Cielo, Martha Beleño, Ignacio Delgado, Boris Mojica, Crisanto Peña, Enrique Rochel, Nelson Martínez y yo. Entre los libros vimos En busca de Bolívar, de William Ospina; El astillero, de Juan Carlos Onetti; El coronel no tiene quien le escriba, de Gabo; La vorágine, de José Rivera; Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Utopía, de Tomás Moro, y Revolución Vecinalista, de mi cosecha; la mayoría en muy buen estado, ninguno en papel periódico.
Debo hacerte ahora la pregunta del SMMLV, o sea del millón: ¿te gustaría verte con vecinas y vecinos para intercambiar libros?
Participando en este mecanismo de lectura-gratiniana-corrida podrías leer más libros y hacer un ahorro en tu bolsillo. Una sugerencia: de vez en cuando entra a una librería o pasa por uno de los sopotocientos mercados de las pulgas, a adquirir nuevos libros que leer y luego cambiar.
Invitamos a lectores empedernidos, regulares u ocasionales, de todas las manzanas de Colombia, a que cada sábado, domingo o lunes festivo, a la 4.20 de la tarde, asistan a la esquina sureste de su isla o bloque cuadrilátero de viviendas, libro en mano, a un intercambio cultural, amistoso y quizás con liderazgo de acción comunal.
O en el sitio, día y hora aprobado por pioneros en tu entorno manzanero.
Hasta de pronto te encuentras con el libro Con la música por dentro, de Armando Manzanero, autor de un bolero que dice: “Contigo aprendí / que existen nuevas y mejores emociones / Contigo aprendí / a conocer un mundo nuevo de ilusiones.”
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