Era un habitante de la calle, de esos como los que viven en el Bronx, una especie de deja vú poblado de indigentes, pordioseros, enajenados mentales, alcohólicos que también se mezclan con los atracadores, asesinos, drogadictos y otros - incluso profesionales - que, aburridos de las injusticias de la vida, las promesas de los políticos, la inequidad, y la indiferencia social, todos ellos, hacinados, allí conviven.
Porque eso hacen; conviven. A su estilo. A su manera. Ese es su hogar, aunque no nos guste.
Los habitantes de la calle son una tribu rara, con ropas deshilachadas, y la cara maquillada de mugre, haciendo danzas nocturnas a la luz de sus fogatas humeantes a bazuco y marihuana, y cuyas alargadas sombras se proyectan sobre fachadas de edificaciones destruidas que recuerdan postales de la posguerra mundial.
O bajo un puente, con un caño, como ese por donde se fue la justicia una noche de Halloween.
Así era el hogar de “Calidoso” y sus fieles mascotas.
En el día era un alegre 'javeriano', aunque sin clases, profesores ni horarios. Y siempre rodeado de estudiantes de diferentes facultades que apreciaban a este alumno de la universidad de la vida: la calle.
En las noches, su cama era el frío piso, sus sábanas unos cartones, su televisor siempre en el mismo canal presentando las estrellas brillando en el plasma del cielo y su lámpara una luna que esa noche volvió a llorar, como lo hizo esa otra, muy cerca de ese lugar cuando contempló también impotente como era empalada y asesinada Rosa Elvira Célis.
“Calidoso” era un habitante de la calle que le prestó monedas para el transporte a una estudiante de periodismo de la Universidad Javeriana que una noche, por descuido, no tenía.
"Calidoso" vio sus lágrimas de susto y preocupación, se le acercó, le pregunto qué le pasaba y ella, pensando que la iban a atracar, en su desespero, comenzó a gritar que eso le pasaba por haber extraviado el dinero para regresar a casa.
"Calidoso" metió su mano en uno de sus raídos bolsillos, y el puñal que ella pensaba salió convertido en unas cuantas monedas que él le ofreció para que ella se fuera tranquila.
A partir de esa noche se volvieron amigos. Ella, una más de los muchos estudiantes de la Javeriana.
Así lo reseña ella misma: Laura Tatiana Pelaéz Vanegas, estudiante de periodismo, en su columna de agradecimiento a “Calidoso” publicada en El Espectador el sábado 17 de mayo de 2014.
"Calidoso" era un tipo “in”. Le gustaba entremezclarse con los estudiantes universitarios, y a punta de la honestidad, amabilidad, respeto y carisma se ganó el aprecio, el cariño y la confianza por parte de los estudiantes, que así lo demostraron en un numeroso y generoso homenaje donde hombres y mujeres lloraron en silencio con verdadero dolor, porque, como escribieron en carteles, les ardía el corazón.
Y en verdad arde el corazón al saber que alguien lo mandó al cielo, haciéndolo pasar primero por el mismísimo infierno encendido en llamas, luego de varios días de insoportable agonía que fueron su inmerecido purgatorio.
Ayer me detuve por un momento en el lugar donde fue demencialmente quemado en vida “Calidoso”. Y es inevitable sentir dolor, quedarse en silencio e impedir que los ojos se humedezcan.
Como ahora.