La ciudad mostró su temple. Los habitantes de Cali (Valle del Cauca) comparten con el resto de los colombianos una historia de momentos de dolor, violencia, marginalización y abusos estatales que no ha conseguido arrebatarle su alegría. La capital de la salsa, la sucursal del cielo, la sultana del Valle, es una ciudad de tragedias y resistencias, con una ubicación convergente en medio de regiones abandonadas por gobiernos centralistas como lo son Chocó, Cauca, Buenaventura.
Ante el llamado a la resistencia, Cali siempre se ha levantado con una sonrisa, dispuesta a luchar por la igualdad, a exigir el cambio. Su alegría es su orgullo, y su defensa para rechazar cualquier imposición de gobiernos autoritarios. La expectativa, en lo que creen los caleños de 22 comunas y 249 barrios, es en mantener viva su memoria, la de la lucha de las comunidades afros, indígenas, la de la explosión de 42 toneladas de dinamita en 1956, la del terrorismo de los 90, y de la arremetida de posturas ideológicas de extrema derecha que nunca han tenido eco en la ciudad.
La bella Cali, que corona al departamento del valle del cauca, siempre está dispuesta para el baile, para reír, recibir con calidez a los turistas del país y del mundo, celebrar sus festivales, preparar sus deportistas, pero también para exigir las reformas políticas y sociales que consideran mejores para todos. Cali es la amiga incondicional de Colombia, con la cual compartir alegrías y tristezas, la que nunca te va a mirar por encima del hombro, ni te va a decir que está muy ocupada para recibirte o escucharte. Cali ha estado ahí para todos y lo sigue estando, este 28 de abril volvió a demostrarlo.
Frente a la evidente destrucción de las clases media y baja, por una reforma arbitraria, sus mujeres, hombres, jóvenes, ancianos, afros, indígenas, estudiantes, vendedores, taxistas, comerciantes, artistas se organizaron, tomaron el liderazgo en sus manos y exigieron nuevamente respeto por los colombianos y la reorganización social de una nación a la deriva.
Cali no está dispuesta a renunciar, a rendirse, a vender su conciencia y participar en la privatización de las ideas, en la transgresión a los derechos constitucionales, al saqueo de los bolsillos de los más necesitados. A Cali jamás le van a hipotecar sus derechos.
La ciudad seguirá en una resistencia civil pacífica hacia quienes quieren violentar la constitución con campañas de terror mediáticas, presentándola como una ciudad de mamertos y “violentos” intentando deslegitimar su legítimo derecho a defenderse de la represión estatal, Cali jamás se ha dejado manipular por quienes denigran y desacreditan su autenticidad, su baile, su risa, los colores alegres de sus gentes, su forma de hablar no son sinónimo de ingenuidad, todo lo contrario, es fruto de la experiencia, la convicción y la serenidad que dan 484 años de historia. El gobierno sabe que, si busca provocar, la ciudad va a resistir con música, con arte, con sonrisas, con bailes, con deporte, va a resistir como sabe hacerlo, pero jamás saldrá corriendo, aunque los policías y los militares se le vengan encima, lo único que lograrán es que los caleños se tomen con fuerza de las manos y se vuelvan aún más fuertes, compartiendo el orgullo y la dignidad que los caracteriza.
Cali no se arrodilla hoy ante el uribismo, porque Cali nunca aprendió a arrodillarse, hace siglos se levantó para enseñarle a Colombia y al mundo que el baile y la alegría son su forma de vivir, también en las protestas sociales.