Cali se mantiene en pie de danza y de alerta, allí la música en dosis del fin del mundo o de todos los apetitos de la15 creación se recibe intravenosa, un flujo directo a la cabeza marcando el paso, uno, dos, tres… el paso del baile y el paso de una protesta colectiva que es el día a día de gente que habla, que se pronuncia resuelta, gente de colores y ojos incesantes que no está más dispuesta a comer cuento.
Así se percibe en la Bienal de Danza, en La Colina, en Cimarrón, en El más allá, en el Bulevar, en los barrios. Las paredes y las calles tienen olor a levantamiento y represión, huellas de violencia de Estado y de para-Estado, cicatrices de jornadas intensas, de abusos enmascarados y pobreza progresiva. Pero se baila, y se ama, y se tejen arrebatos de vida, todo un guaguancó como el del adiós… “Con lágrimas no se curan heridas; opino que no se debe de llorar; la mente que no se dé por destruida nació para legislar para pensar. Si yo sé quien eres tu, tu no sabes quien soy yo.”
Pocos meses han pasado desde que triturado en la pandemia, en ese miedo conveniente y prolongado, el país andaba muriéndose de muerte natural, natural por obvia, mientras el gobierno y autoridades enredadas en la autocomplacencia hundieron a fondo el pedal con ultimátum de impuestos y con desafueros descarados.
Se hizo entonces fácil para los expertos del odio hacer rodar la voz de que matarte a vos era necesario, de que tirarles a indígenas, a alzados, a vándalos, a manifestantes constituía fórmula imprescindible de salvación, sálvese el que tenga fierro. Expertos silenciando la música, enjaulando la danza, imponiendo el traqueteo seco de metrallas para asegurar que la pobreza callara, que siguiera callando. Las respuestas, los inventos, las sangres, los montajes, las realidades, los atropellos de desde todos los lados no se olvidan; lo que aconteció en Cali no se borra, no se borra de la memoria ni del asfalto.
Por los que hoy no están, por los que aún quedan y por los que vienen. ¡¡Esto es cuestión de dignidad!! En el Chocó tampoco se aguanta más hambre, más garrote; así quedó dicho música y vuelos ingrávidos por la Compañía de Jóvenes Creadores del Chocó en la 5ª Bienal Internacional de Danza de Cali que acaba de pasar.
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Mariana Garcés, desde que fue ministra de Cultura, Jorge Giraldo, el arquitecto, y un engranaje notable trabajándole a tejer paz desde el arte han conseguido que el centro de la danza y la música exista
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Toda una jornada magnífica en la que participan solistas y compañías y públicos encantados, moviéndose alrededor de la danza en parques, en escenarios de historias, en el imponente Centro de Danza y Coreografía “La Licorera”, un conjunto industrial simbólico que se reconstruyó luego de años de ruinas y se abre ahora como el más grande espacio cultural de circulación, oferta y formación en su género en Latinoamérica. Una vecina de estas páginas, Mariana Garcés, desde que fue ministra de Cultura, Jorge Giraldo, el arquitecto, y un engranaje, valga decir en esta ocasión notable, con Gobernación, la ciudad, el sistema de Regalías y un grupo de gente trabajándole a tejer paz desde el arte en la ciudad han conseguido que este gran lugar de la danza y la música exista y esté listo con puertas abiertas. Mantenerlo, terminarlo, darles espacio físico a cientos de escuelas de danza que hay en la ciudad será un desafío en el que empresarios, ciudadanía y administraciones deberán persistir.
La gente se moja y se seca, hay huellas de humo reciente en la ciudad y testimonios de reencuentro. Los habitantes de Cali y el Pacífico no se olvidan de ninguna manera del descuajo social que padecen simplemente bailando o maquillando con fiesta, pero toman vida en el arte, construyen solidaridades y no parece dispuestos a dejarse arrasar en la violencia.