Mucho se habla de que Cali es la ciudad de los siete ríos, de los imponentes árboles que se alzan en cada uno de sus rincones entregando sombra y frescura y de la deliciosa brisa de los farallones que refresca a la capital del Valle en las tardes. Sin embargo, la realidad es que pareciera ser que las pocas riquezas medioambientales que le quedan a esta urbe no tienen quién las defienda del espíritu depredador del hombre. Hace poco se conoció la noticia de la muerte en circunstancias extrañas de dos pumas que por años habían sido cuidados en el Refugio Villalorena, pero que a raíz del inminente cierre del albergue en cuestión su custodia, al momento de su deceso, estaba en manos del DAGMA. La muerte de los felinos generó indignación entre mucha gente que no entendió cómo dos animales que había sido víctimas de maltrato y que fueron rescatados y por muchos años diligentemente cuidados en Villalorena, en cuestión de semanas murieran bajo la custodia de una entidad que supuestamente debería velar por su protección como es el DAGMA. El repudio creció cuando la Contraloría, tras una inspección a las jaulas que servían de hogar a los animales, concluyó que no se encontraban en condiciones óptimas.
Otro caso que también ha generado mucho ruido mediático es la eventual construcción de la llamada Terminal del Sur del Mío en un espacio en el cual, según residentes de la zona, se encuentra un humedal llamado El Cortijo, además de "relictos de bosque seco tropical, zona de recarga hídrica, 4 nacimientos de agua, un zanjón o quebrada, árboles notables como ceibas, samanes y guaduales, todo protegido en el POT Cali 2014".
Toda estas riquezas medio ambientales estarían en riesgo toda vez que la construcción de la megaobra implicaría la tala de casi 300 árboles y la intervención de más de tres hectáreas de bosque seco tropical, un ecosistema que según el Instituto Humboldt en el pasado llegó a cubrir nueve millones de hectáreas en Colombia, pero del que hoy en día apenas queda un 8%. En cuanto al humedal, su afectación viene de mucho antes de que Metrocali diera inició a la megaobra de la Terminal del Sur y todo por cuenta de la construcción de varios diques que han cortado el suministro de líquido a este cuerpo de agua.
Metrocali aduce que tiene todos los permisos en regla, incluidos los de la CVC, para acometer este proyecto y además añade que la afectación al humedal será mínima. Sin embargo, semanas atrás el Instituto Colombiano de Arqueología e Historia (ICAH) ordenó la "suspensión inmediata de las obras para la construcción de la Terminal de Cabecera del Sur y demás obras complementarias hasta que se implementen las medidas de protección a las que haya lugar, con el propósito de no afectar los contextos arqueológicos presentes en el sitio”.
Adicionalmente, habitantes de la zona han manifestado que Metrocali habría pasado por alto un requisito fundamental para la construcción del proyecto en cuestión, en especial "la vía que conectará la troncal", como lo es la licencia ambiental. Frente a este punto la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) contestó a un oficio presentado por la comunidad del Valle del Lili en los siguientes términos: "de acuerdo a lo señalado en el numeral 7 del artículo 2.2.2.3.2.3 del Decreto 1076 de 2015, entre los proyectos, obras o actividades sujetas al régimen de licencia ambiental de competencia de las Corporaciones Autónomas Regionales, Desarrollo Sostenible, los Grandes Centros Urbanos y las autoridades ambientales creadas mediante la Ley 2002; se encuentran los proyectos en la red vial secundaria y terciaria" que comprenden actividades como "construcción de carreteras, incluyendo puentes y demás infraestructura asociada a la misma; construcción de segundas calzadas, salvo lo dispuesto en el parágrafo 2 del artículo 1 del Decreto 769 de 2014, y construcción de túneles con sus accesos”. Paola Mejía, secretaria general de Metrocali, en declaración al diario El Tiempo, manifestó que la vía en cuestión no está catalogada "como terciaria ni secundaria, es decir, no comunica cabeceras municipales o veredas entre sí. La Anla no ha hecho pronunciamientos para Metrocali, solo le pidió a la comunidad más información al respecto”.
También hay que decir que la comunidad del Valle del Lili es consciente de la importancia de esta obra de infraestructura para la movilidad de la ciudad, pero pide que sea reubicada a un espacio en el que las afectaciones medioambientales sean mínimas. No obstante, Metrocali ha desechado esta posibilidad. Mención aparte merece el cubrimiento de la prensa regional a este asunto que ha sido por demás hostil frente a los reclamos de la comunidad. Lejos de mostrar con equilibro tanto la versión oficial como la de los habitantes del sector y defensores del medio ambiente, los medios se han inclinado a favor de Metrocali y la Alcaldía.
¿Estamos aquí frente a la posible destrucción de uno de los pocas riquezas medioambientales que le quedan a Cali o todo el barullo armado no es más que la reacción de una gente que no quiere una megaterminal de buses cerca a sus lugares de residencia por todas las incomodidades (ruido, tráfico, contaminación, presencia de personas de otros estratos) que esto podría conllevar? Lo único cierto es que la historia de Cali es la de una urbe que ha crecido sin orden y sin respeto por su riqueza ambiental e hídrica. Se dice que el Distrito de Agua Blanca se edificó sobre varios humedales y lagunas que fueron desecados y rellenados para permitir asentamientos humanos. Con el pasar del tiempo muchos riachuelos que irrigaban la ciudad han sido canalizados y entamborados. Buena parte de la vegetación y nacimientos de agua que adornaban el sector del río Meléndez detrás del Club Campestre fueron arrasados para dar paso al proyecto de Altos de Santa Elena. A diario talan árboles a diestra y siniestra sin que sean compensador por otros. Y ahora muchos denuncian que el emblemático río Pance está siendo acorralado y amenazado por construcciones de estrato alto que se levantan cerca a sus orillas. El triste e inevitable precio del progreso, dirán algunos.