En esta actualidad de vértigo, por unos días ocupó las páginas de los diarios y las redes sociales un hecho que dio un respiro a los grandes temas. Se trata de la forma en la que Guillermo Botero, ministro de Defensa, miró la parte trasera de Ivanka Trump durante su reciente visita al país en plan de promover programas de empoderamiento de la mujer.
Al alto funcionario no se la han rebajado de “morboso”, “viejo verde”, “libidinoso” y otros calificativos similares, sometiéndolo casi a un linchamiento mediático.
Los tiempos han cambiado y el trato a la mujer ha venido evolucionando gracias a la lucha de colectivos feministas. Además, se abren paso nuevas concepciones sobre la dignidad y la igualdad de derechos, y actitudes que hasta hace poco eran toleradas, como los chistes sexistas y los piropos, hoy son mal vistas y pueden en sí mismas llegar a constituir acoso.
Eso está bien, pero creo que se exagera al lapidar a un caballero añoso porque simplemente observó (con alguna avidez y cierto detenimiento, hay que reconocerlo) el trasero de una dama atractiva.
No asumo la defensa oficiosa del personaje, pero sí diré en su favor algunas palabras.
En primer lugar, se le puede dar el beneficio de la duda. Él afirma que no inspeccionó el dorso de la visitante sino que se limitó a verificar el número de la silla que le asignaron en el evento al que asistían. ¿Qué culpa tiene de que en esa inspección se le atravesaran las curvas de la hija de Trump? ¿Por qué no creerle? Es un señor serio que como ministro de Defensa ha demostrado ser muy buen tendero y hace poco esclareció de manera brillante el problema de la inseguridad en Puerto Carreño (al revelar que se debía principalmente a disputas entre vecinos por ropa que dejaban colgada en los tendederos de otros). Bien pudo ocurrir entonces que además de estar atento a revisar la numeración de los asientos le haya echado una ojeadita al traje que llevaba Ivanka, no fuera que otro, ese sí verdaderamente morboso, la desvistiera y fuera a colgarlo en la frontera colombo-venezolana, aumentando el riesgo de conflicto binacional.
También hay que tener en cuenta que, como dice el salmista, el pecado está en la segunda mirada. Y mientras no se pruebe lo contrario, hay que asumir que el repaso que el hombre le hizo a la gringa era una primera mirada. Que las cámaras la muestren sostenida y persistente puede ser parte del sensacionalismo de los periodistas.
En fin, no es justo tratar de viejo verde al doctor Botero, ya que por lo demás podría configurarse discriminación en razón de su edad. Más bien tratémoslo como un anciano ecológico que quiso mostrar esta vez la mirada de águila que no ha tenido para enfrentar la matanza de líderes sociales y reinsertados que su antecesor atribuía principalmente a “líos de faldas”.
Las abuelas tenían la tradición de dar caldo de paloma a la persona que estuviera en trance agónico a fin de que tuviera siquiera fuerza para morir. No creo que a pesar de su edad tan venerable, el directivo necesite por ahora esa sopita, pero considero que sí le vino muy bien el caldo de ojo para ayudarlo a sobrellevar las duras tareas que afronta como alto dignatario, entre ellas la de soportar la incontinencia verbal de su otra defensora, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, quien de manera no menos brillante explicó que no había derecho a tanta mala fe y que no debía trivializarse una visita tan importante.