Contemplo la conjunción entre el científico y el tiempo, el conocimiento y la acción. “El hombre está compuesto de dos substancias esencialmente diferentes: de un puñado de tierra que lo arrastra sobre la tierra y le confunde con los brutos, de aquel soplo divino que lo eleva y lo pone frente a la creación”, escribió Francisco José, en 1808.
En ese momento vienen a mi memoria las idas y venidas por la cordillera de los Andes, la lucha, la captura y la condena de Caldas. Lo mató el plomo español en una hora determinada. En vano se pidió que se postergara la ejecución, porque la orden se cumplió en 1816 y la cuádruple descarga lo derribó.
Desapareció de Caldas la sucesión del pensamiento y vino el olvido. El chafarote del momento no le concedió un minuto más. Señaló “España no necesita sabios”, enunciado que ha continuado en la tradición de las repúblicas hispanas, en las cuales, en la silla del poder no hay interés por la ciencia y el conocimiento.
La invención se les deja a otras naciones, de donde se importa con espíritu febril, con ansia de modernidad la tecnología del hierro-máquina de vapor-carbón mineral; electricidad-concreto-acero; caucho-motor de combustión- petróleo; chip-computador, celular y a la espera de la nueva invención para adquirirla en la ilusión del vendaval del progreso.
Y cuando vuelvo a mirar la torre del templo de Las Nieves me parece escuchar un murmullo que se acerca en voces, gritos y consignas de los manifestantes en la tarde del 9 de abril de 1948. El tropel avanza hacia la casa de gobierno y cuando la turba pasa por Las Nieves los francotiradores disparan al reloj de la iglesia para quebrar el sometimiento a la autoridad y la obediencia del “sí señor”, “como diga patrón”, “enteramente a su mandar”.
La multitud se rebeló contra el tiempo de la resignación, que se extiende desde la llegada de la cruz y de la espada, solo que fue sin saberlo al matadero, dado que en la plaza de Bolívar la esperaba los proyectiles, en el ruido acompasado y unánime de los tanques de guerra. Desde entonces, en el espejo retorcido del tiempo la esfera del reloj de la iglesia de Las Nieves está agujereada. Aunque la existencia para la gente desde entonces es más dura e implacable.
Paralizado, quieto contemplo a Francisco José de Caldas fusilado, a quien no se le concedió un instante de la eternidad. Asimismo, del reloj de la iglesia observo la esfera agujereada, mientras en el curubito del poder el desinterés por el conocimiento y la ciencia se perpetúa, y a la acción se le responde con el plomo y la sangre se va por las alcantarillas.