“Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo” (Voltaire).
François-Marie Arouet, a quien hemos conocido con el nombre de Voltaire, nació en París en 1694, fue poeta, escritor y filósofo, y figura destacada en el movimiento de la Ilustración. Es así que el diccionario filosófico lo define como el ilustrado más famoso del siglo XVIII.
De este enciclopedista se cuenta que tomaba más de sesenta tazas de café al día y era habitué de los salones de café parisinos para poner frente a un pocillo discusiones políticas y críticas del mundo del momento. Algunos de los pensamientos que inspiraron la Revolución Francesa salieron de su pluma.
Ahora veamos que los salones de café son una especie de escuela en la que las más importantes asignaturas son la asistencia y la tertulia. Siendo un espacio de socialización y de encuentro la conversación no se documenta, queda pues en el campo de la levedad.
En las diferentes crónicas sobre los salones de café encontramos que allí se escribieron libros, poemas y editoriales de periódicos, se presenciaron las más acaloradas discusiones y también conspiraciones políticas. A decir verdad, con honrosas excepciones fue muy poca la asistencia de mujeres en el pasado.
La motivación personal de escribir sobre los salones de café me ha llevado a hablar de muchos personajes, hoy está presente Vergiati, Amleto Enrique, más conocido con el seudónimo de Julián Centeya. Pues bien, que como tantos inmigrantes vivió en conventillos y fue a la escuela solo hasta tercer grado de secundaria porque fue expulsado, es así que continuó sus estudios “en la escuela de la calle”, al decir de su biógrafo Nicolás Foti.
Nació en Borgataro (Parma) Italia, sin embargo, vivió en la Argentina, lo que no debe parecer raro a los lectores, puesto que este país recibió un número de inmigrantes inmenso, en su mayoría italianos.
Julián, uno de los invitados de hoy aparece en la historia del tango como poeta y letrista, entonces es justo presentar su milonga más famosa: Julián Centeya.
... Me llamo Julián Centeya
por más datos soy cantor.
Nací en la vieja Pompeya,
tuve un amor con Mireya.
Me llamo Julián Centeya,
su seguro servidor...
Los invito a unir el nombre de Julián con el del Café Domínguez que, como tantos de su género, tuvo tango propio: Café Domínguez, que es una pieza instrumental apetecida en el gremio de bailarines por la generosidad de sus compases, y es que el compositor fue Ángel D’Agostino, excelente bailarín. Su orquesta interpreta este tango con glosas de Enrique Cadícamo, en la voz de Julián Centeya, según nota de la página Tangos al bardo. Son estas las líneas:
Café Domínguez de la vieja calle Corrientes que ya no queda
café, del cuarteto bravo de Graciano de Leone,
a tus mesas caían Pirincho, Arolas, Firpo y Pacho a escuchar tus tangos,
era el imán que atraía como el alcohol atrae a los borrachos;
Café Domínguez de la vieja calle Corrientes que ya no queda.
Sería importante anotar que el Café Domínguez no dormía y como lo cuentan las glosas quedaba en la Calle Corrientes “que es linda de recorrer de punta a punta porque es la calle de vagancia, de atorrantismo, de olvido, de alegría, de placer” (1).
Y bueno, decir entonces, que las letras de los tangos dedicados a los cafés son una lección de trocitos de su historia. Luego habrá que ilustrar quién era Graciano de Leone, músico contratado para actuar en el salón y que tiene en común con los músicos de su época la ejecución de distintos instrumentos, primero fue guitarrista y después interpretó el bandoneón influenciado por Eduardo Arolas, Julio de Caro lo consideró “un apasionado del fuelle”.
Agregar a las crónicas de los cafés que además eran la casa de los músicos, y el Café Domínguez, propiedad de Don Pedro Domínguez, fue durante cinco años refugio de Graciano, quien estrenó en el sitio el tango Tierra negra que compuso en coautoría con Juan Noli y que en este tiempo de cuarentena tan propicio a los pregones callejeros nos viene muy bien para repensar los otros lenguajes que tiene la Polis.
(pregón)
Resaca y tierra negra para plantas,
patrona, ¿quiere comprar? (...)
(canto)
Llevo en mi carro la tierra y resaca
que nutre las plantas y aroma las flores;
Y llevo en mi pecho un nido de amores
que nutre las ansias de algún corazón (...)
Era tanta la amabilidad de Don Pedro Domínguez que cuando algún conjunto o músico le decía que se marchaba y no trabajaba más en el sitio, él respondía con llaneza: “Sí, pero vuelvan”.
Ya para despedir la nota, traer una corta anécdota sobre una intérprete que está viva en la historia del tango: “Nació con el siglo un primero de mayo y cuentan que tenían que desviar el tránsito cuando tocaba en el Café Domínguez”. Paquita Bernardo, la bandoneonista, así se llamaba la mujer.
(1) ARLT, Roberto. Aguafuertes porteñas.