La que pasó fue una semana cargada de acontecimientos de inmensa importancia. Mencionemos tres: la discusión de la moción de censura contra el ministro de Defensa, Diego Molano, la descarnada confesión que hicieron ante la JEP algunos altos mandos militares de haber participado en la comisión de varias de las 6.402 ejecuciones extrajudiciales y la valerosa actuación de Carmen Helena Ortiz, la jueza que rechazó la solicitud de la Fiscalía de archivar el proceso que se adelanta contra Álvaro Uribe al encontrar que contra este imputado “sí hay una hipótesis viable” de la comisión de los delitos de soborno a testigos y fraude procesal.
La desafortunada circunstancia de no poder abordar los tres temas en escasas 444 palabras me obliga a decidirme por uno solo, y he escogido el de la moción de censura por tratarse de una función del Congreso ante la cual el país debe abrir sus ojos, pues jamás ha visto resultados satisfactorios, como parece que ocurrirá también con Molano.
Al ministro le fue mal. Las respuestas que dio no fueron más que divagaciones orientadas, de un lado, a desvirtuar la convicción generalizada de que el gobierno se ha desbocado en el uso de la fuerza al utilizarla de forma indiscriminada contra la población civil; del otro, a defender el honor de las Fuerzas Armadas, como si fuera tal honor el objetivo del debate y no su ineficiente gestión como ministro y, además, “a poner en alto la firmeza del presidente Duque en su lucha contra los símbolos del mal”; símbolos del mal entre los cuales no sabemos a cuántas comunidades más tenga clasificadas, como tuvo a la del Remanso, esta nueva víctima colectiva de los falsos positivos.
Esas respuestas solo satisficieron muy débilmente el interrogante sobre la muerte de los once presuntos “disidentes de las Farc”, de cuya pertenencia a tal grupo solo pudo ofrecer un atisbo de prueba en el caso de dos de ellos.
Lo grave es que cuando se cuenten los votos con los que se cerrará esta vergüenza de control político, las cuentas no serán suficientes para remover al de marras, y menos ahora que César Gaviria ha resuelto poner sus huevitos electorales en la misma canasta donde ya los tienen los que lo defienden: en la candidatura uribista de Federico Gutiérrez, lo cual neutralizará el querer de un buen número de representantes a la Cámara del Partido Liberal que hubieran preferido estar con Petro, pero que ahora, por conveniencia, se pondrán del lado de Duque y su ministro Molano. Estos son gajes de la politiquería ante los cuales el Pacto Histórico debe recuperar una actitud libre de toda duda.