Hace tres años, en diciembre del 2019, se anunció con bombos y platillos que Juan Pablo Iragorri terminaría su condena perpetua en Catar después de haber pagado cárcel durante ocho años. La familia entera le agradeció a la cancillería de Claudia Blum, quien ocupaba ese cargo durante el gobierno de Iván Duque, y les contó a los medios de todo el mundo que el colombiano sería liberado en el emirato.
La noticia la dieron a través de su página de Facebook, en el que 1.700 personas están preguntando constantemente por su suerte. Sin embargo, por medio de esta red social, el país se dio cuenta que esta orden de liberación no se dio. En una publicación del 17 de julio una amiga de la familia, Andrea Posada, dio el campanazo:
La novia de Iragorri, la austriaca Kim Turnbull, avisó que no había pasado nada con su liberación:
Lo cierto es que el camino se hace más oscuro, el camino de una pesadilla que arrancó de la siguiente forma.
Cuando le avisaron, en diciembre del 2009, que debía trasladarse tiempo completo a Catar para entrenar a las tropas de ese país, Juan Pablo Iragorri se puso feliz. Le encantaba Doha, la capital, la ciudad que visitaba continuamente desde el 2005 cuando fue contratado por el ejército de ese país para programas de búsqueda y rescate de la Fuerza de Seguridad Interna. En esa época vivía en Austria con su novia Eva María Schulte.
Desde que se graduó de administración de negocios en la Universidad de Buckingham –el título lo recibió de las manos de Margaret Tatcher-, Iragorri hizo de ese país su base de operaciones. Allí se perfeccionó como paracaidista y se convirtió en uno de los más reconocidos del mundo. Asesoró a los ejércitos de España, Túnez, Chile, Venezuela y Colombia. Catar sería la quinta tropa que entrenaría.
Las cosas se empezaron a complicar cuando en mayo del 2010 un general le pidió que le sirviera de interprete para ubicar a unos peruanos que querían meter un barco lleno de cocaína a Catar. Se rehusó una y otra vez, pero la presión lo hizo ceder. Desde el teléfono del general Juan Pablo llama al traficante, quedan en una cita, cumple su misión. Uno de los ayudantes del general lo empezó a tener entre ojos.
Lo llamaba a mitad de la noche para preguntarle si podía conseguir cocaína. Iragorri le repetía una y otra vez que él no sabía, que era un deportista, que nunca la había probado. Desde Austria Eva Marie se extrañaba que su novio no le contestara las llamadas ni los mensajes de Facebook. Un día la llamó y le contó lo asustado que andaba. Intentó salir a principios de 2011 pero se dio cuenta que le habían cancelado la visa de salida. Su tragedia personal explotaría el 30 de junio del 2011.
Esa noche, después de estar comiendo con sus amigos más cercanos, regresó a su casa. Antes de entrar cuatro hombres se bajaron de una van, le pusieron una capucha en la cabeza, lo tiraron al suelo, lo arrastraron a la camioneta y lo llevaron al Sheraton de Doha.
Al abrir los ojos estaba en un salón del hotel. En el centro estaba una mesa llena de cocaína y fajos de dinero. Le sacaron fotos, le hicieron firmar documentos, lo metieron en un hueco de dos metros cuadrados, sin ventanas, sin baño, infestado de insectos. En Colombia y en Austria su familia preguntó durante tres meses por él.
En Doha respondían que estaba en una misión secreta del ejército catarí, que no podían enviar mucha información y que era mejor no preguntar. Sólo en octubre, y gracias a una llamada que hace Iragorri a unos amigos abogados en la universidad Buckingham, se empieza a saber la verdad.
Desde esa época Juan Pablo Iragorri apenas ha tenido algún tipo de acompañamiento del gobierno colombiano. Él es uno de los cinco compatriotas preso en ese país. Allí no hay embajada, la más cercana queda en Abu Dhabi pero difícilmente puede hacer presencia allí. Los Iragorri han hecho lo imposible por Juan Pablo.
Cuando el año pasado visitó el país el Emir de Catar Mauricio, su hermano menor, le hizo guardia todo un día frente al hotel donde se quedaba para entregarle una carta en donde se exponía el caso de Juan Pablo. Han querido hablar con James Rodríguez quien conoce a la familia real de Catar y que él interceda. Lo mismo lo han intentado con el papa Francisco.
Nada ha servido, ni siquiera que la primera dama María Clemencia Rodríguez se haya apersonado del caso. Tampoco sirvió de mucho que en marzo del 2016 la canciller María Ángela Holguín se enterara de la situación y hubiera prometido ponerle fin lo más pronto posible.
Ocho años después de su absurda detención Juan Pablo no puede dormir. Para aplacar sus nervios toma cypralex y motival. En su última carta se muestra devastado: "Lo más grave de mi estado de salud, no es solo lo competente a mi estado físico sino a mi estado mental.
Aún no sé porque Dios me puso esta prueba tan difícil, que cada día me pone peor, estoy medicado para la depresión, (porque veo todo muy gris y me valoraron y me medicaron porque hay días que quisiera no estar vivo, despertar y darme cuenta que esto fue una horrible pesadilla o más bien despertarme en el paraíso, donde no sienta tanto dolor."
El juicio duró tres meses y fue absolutamente irregular. No tenía un traductor, le negaron un abogado y el gobierno de Catar decía tener la prueba reina en ese caso: la confesión que había firmado obligado y sin leer en el Sheraton y las fotos con la cocaína y el dinero en la mesa.
La sentencia fue inapelable: cadena perpetua. Lo trasladaron a una celda con baño y un poco más ancha. En la noche lo sacaban de ella para sacarle información de posibles delincuentes que también hablaran español. Su familia se entera del infierno que está viviendo.
Su mamá, Magdalena Medina, viajó a Catar. Contactó a un ex ministro de ese país de nombre Nayib como abogado. Desmontó con facilidad las pruebas que tenía la fiscalía de ese país. Consiguió la libertad condicional para Iragorri. Sus honorarios son altos: 200 mil euros.
Juan Pablo se junta con Nayib y ambos logran documentar mejor el caso para defenderse con holgura. De nada vale el esfuerzo, en marzo del 2013 es detenido para afrontar un nuevo juicio. No le dieron traductor y las sesiones apenas duraban 15 minutos. El juez volvió a ratificar la Cadena Perpetua, volvió a mostrar las fotos con el dinero y la cocaína, la confesión firmada. Juan Pablo volvía a sentirse en una novela de Kafka.
Alejado y olvidado espera que Álvaro Leyva, el nuevo canciller del nuevo gobierno, le tire un flotador y pueda salvar lo poco que queda de él.