Santos se robó, como actor directo, cómplice, alcahueta y beneficiario, la fabulosa suma de cuarenta mil millones de dólares de deuda externa que acumuló en su Gobierno, suma igual a toda la contratada en casi doscientos años, desde Simón Bolívar hasta Álvaro Uribe Vélez.
De esa suma fantástica no quedó nada. Los miembros de la “Mesa” a la mesa se sentaron e hicieron mesa limpia.
Pero como le pareció poco, Santos se robó la bonanza petrolera, la única que tuvimos y que calculada por lo bajo supera los treinta mil millones de dólares que el Estado recibió por el petróleo a cien dólares el barril.
Esos dos sumandos alcanzan setenta mil millones de dólares que las generaciones que vengan tendrán que pagar, sin atenuantes ni compensaciones.
Pero Santos se robó mucho más. Porque si su ministro de Hacienda echó mano de cuanto recurso tuvo para endeudarse afuera, no hizo menos con lo que logró adentro. El endeudamiento en TES, principalmente, es sencillamente fabuloso.
Las dos partidas, la de los dólares y la de los pesos, nos lleva directo a la deuda pública total que ronda los cuatrocientos ochenta billones de pesos. La factura actualizada es cercana a un servicio anual, de sesenta billones de pesos o veinte mil millones de dólares.
Santos y los de la “Mesa” se robaron esa fortuna de muchas conocidas maneras. La primera, con un crecimiento fantástico de la nómina oficial y de los contratos personales que componen la llamada nómina paralela. El senador Ernesto Macías consiguió la relación detallada de todos los contratos y prebendas de cada uno de los senadores santistas. Y distribuyó el pesado expediente, y lo mostró ante el Congreso y lo entregó a los fiscales o jueces instructores. No pasó nada.
Y no pasó nada porque para robar tanto, era preciso callar muchas voces. Pues Santos se compró el poder judicial, empezando por las Cortes, y se compró la Fiscalía. Se robó la plata y se robó los que debían investigar el robo de la plata.
Santos repartió los escaños de la Corte Constitucional entre una banda de mediocres y obsecuentes servidores, tan solo capaces de decirle al amo que sí, importando una higa lo que diga la Constitución Nacional.
Y se compró la Corte Suprema de Justicia, cuya Sala Penal solo muerde a los uribistas. Pero la corrompió al extremo de que hoy hablamos, casi con naturalidad y evidente resignación, del Cartel de la Toga.
Al Consejo de Estado no le fue mejor. Igual que en la Corte, los magistrados que salían, siéndolo de veras, eran sustituidos por unos mediocres sin orillas y corruptos en pleno ejercicio. Para poner de muestra un botón, el expresidente del Consejo, Gil Botero, salió derecho de su cargo a celebrar un contratico con la Fiscalía General de la Nación por ochocientos millones de pesos, sin despelucarse para merecer semejante suma. Y hoy es el ministro de Justicia. Y lo contrató el fiscal Montealegre, el mismo que contrató otros muchos colegas de Gil y se hizo ampliar por tres años su período. ¡Y no está en la cárcel!
Unos fulanos constituyeron una sociedad en Luxemburgo para comprar ciertas acciones de propiedad de la Empresa de Energía en cuatrocientos millones de dólares y venderlas, tres años después, al mismo vendedor original en ochocientos ochenta. ¿Dónde están los ladrones?
Unos fulanos constituyeron una sociedad en Luxemburgo para comprar
ciertas acciones de la Empresa de Energía en cuatrocientos millones de dólares
y venderlas, tres años después, al mismo vendedor original en ochocientos ochenta
No hemos podido saber quiénes compraron a Isagén, sin concurso y a vil precio.
Alguien quebró a Saludcoop y a Cafesalud, y nadie contesta cuando llaman a lista.
Alguien desfalcó a Caprecom pero nadie se atreve a pronunciar su nombre. Lo que apenas se sabe es que la quiebra del sector de la salud vale catorce billones de pesos.
Los dos grandes electores de Santos, Ñoño y Musa, están en la cárcel. Pero nadie recuerda que fueron los grandes barones electorales en la Costa Atlántica.
Se sabe que Odebrecht puso la plata para comprar votos y conciencias en la segunda vuelta de la campaña presidencial, pero nada que Benedetti dice quiénes se reunieron en cierto conocido apartamento para repartirse la plata y hacerla llegar a su siniestro destino.
Se sabe que Odebrecht compró la Ruta del Sol II y el contrato adicional Ocaña Gamarra, pero las ministras que casualmente son las dueñas del Puerto donde la carretera desemboca siguen impolutas. Y el secretario privado de Santos que pedaleó el contrato, intocable.
Y se sabe que se robaron la plata de los Juegos Olímpicos de Ibagué; y se roban la comida de los niños pobres; y la de los enfermos de hemofilia y la de las obras que debieron hacerse con las regalías.
Todo se sabe. Y se sabrá mejor algún día, cuando con un taquillazo fenomenal aparezca la superproducción de Netflix con título que anticipamos: “Lo que Santos se robó”.
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