Cadena de desastres (II)
Opinión

Cadena de desastres (II)

Santos vendió bien vendida la idea de que el manejo de sus relaciones internacionales fue maravilloso. Levantemos la enjalma a la mulita… y para empezar, el desastre final de Colombia en el Caribe

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noviembre 20, 2017
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Empezamos el recuento de los desastres que alias Juanpa, o alias comandante Santiago le deja a quien lo suceda el 7 de agosto del próximo año, por la tragedia de la cocaína. Esa estupidez la estamos pagando con sangre y miseria.

Veremos más adelante, en estos y otros escritos, que esa explosión fabulosa del negocio más pérfido del mundo afectará la vida del país en muchos de sus asuntos esenciales.

Lo único que Santos vendió bien vendido a los colombianos, fue la idea de que el manejo de sus relaciones internacionales fue maravilloso.  Levantemos la enjalma a la mulita.

Quién sabe si le alcance a tocar a este sujeto el desastre final de Colombia en el Caribe. Ni él ni su canciller entendieron lo que se nos venía encima con la sentencia de la Corte Internacional de Justicia sobre las aguas aledañas a San Andrés y Providencia. Un día los despertó la sentencia: lo habíamos perdido todo.

Aunque no pareciera posible, faltaba la peor. Nicaragua, venía ahora por las aguas del Caribe que supuestamente le correspondían por sus nuevas fronteras marítimas. Como en todo, Santos no entendió lo que pasaba y su canciller, la adorable señora Holguín, mucho menos. Y se enfadaron con la Corte, la ultrajaron y se retiraron del pleito. En otras palabras dicho, se rindieron sin librar batalla. Perdimos las aguas del Caribe. Vamos a necesitar visa de Nicaragua para visitar las Islas del Rosario.

 

 

 Santos y su canciller se rindieron sin librar batalla.
Perdimos las aguas del Caribe.
Vamos a necesitar visa de Nicaragua para visitar las Islas del Rosario

 

 

Se dice fácil. Pero vendrá el día en que nos hagamos cargo del desastre. Que tendrá un culpable, cuando ya no le podamos reclamar en su paradisíaco retiro londinense.

Su mejor logro internacional fue hacerse amigo de Hugo Chávez, primero, y de Nicolás Maduro, después. Les confió el manejo de la paz; les perdonó que volvieran a Venezuela refugio de guerrilleros y narcotraficantes; aplaudió sus ataques inmisericordes contra la oposición legítima; secuestró sin compasión ni derecho jóvenes que protestaban, Lorent Saleh y Gabriel Valles, en un crimen internacional que algún día pagará. Y por supuesto no advirtió lo que se venía encima con el éxodo de centenares de miles de venezolanos que han llegado y seguirán llegando para buscar un plato de comida. Con la particularidad de que son en su mayoría colombianos por el ius sanguinis. Ni idea, como dicen señoras distinguidas en sus juegos de canasta.

Con el Ecuador, las cosas no andan mejor. A Correa le mandó secuestrada una familia entera, la de Fernando Balda, distinguido abogado de ese país que defendió a Santos después del bombardeo de Sucumbíos. En el paquete iba una niña muy pequeñita, cuya condición de colombiana no inmutó a la canciller. Ahora, caído Correa, preso su vicepresidente por ladrón y el país enfrentando el saqueo que dejó allá también el socialismo, Santos no tiene el mejor aliado sino el peor enemigo en el fraternal vecino del sur.

Con los Estados Unidos, las cosas andan peor. Porque estamos al borde de la descertificación norteamericana por la cantidad de cocaína con que inundamos ese país. Para arreglar el tema, Santos no usa a su embajador, sino que manda en misión especial a Oscar “coca” Naranjo, su vicepresidente. Ese viejo amigo de los carteles de Cali y del Norte del Valle, vuelve con la noticia de que Estados Unidos le dará a Colombia un compás de espera, mientras se examina el éxito de su política antidrogas, que en lo esencial consiste en dejarle el combate de la coca a las Farc, el principal cartel narco del mundo. En eso andamos.

Lo demás fue restablecer embajadas inútiles, que el Presidente Uribe había desmantelado. Crear otras nuevas, para pagar favores y comprometer voluntades. Y nombrar embajadores y funcionarios con el único criterio de que sirvan a sus intereses.

 

 

Lo demás fue restablecer embajadas inútiles,
que el Presidente Uribe había desmantelado.
Crear otras nuevas, para pagar favores y comprometer voluntades.

 

 

La Embajada de España, nada menos que de España, se la dejó a sus compañeros tahúres de sus largas sesiones de póker; llenó la ONU de amigotes; a Francia mandó una parejita para que despache el marido en el Quai D’orsay y la mujercita en las Naciones Unidas; y hasta tuvo la osadía de nombrar Embajador en Noruega al hijo de Álvaro Leyva —el monaguillo mayor de las Farc— un ilustre “bon a rien” como dicen los franceses.

Nadie irrespetó tanto el servicio exterior de la República como este Presidente. Acostumbrado a pasearse diez años en Londres por cuenta de la Federación de Cafeteros, le entregó esa embajada a su cuñado y a su amigote de aventuras, Néstor Osorio. El otro embajador era su nuevo cuñado Mauricio Rodríguez y la agregada cultural en Italia, Silvia Amaya, su primera esposa. No se dirá ingrato con su familia política más íntima.

A inmenso costo, algunas de estas barbaridades se podrán reparar. Otras nunca, como la pérdida del Mar Caribe.

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