La clase media es refinada y distinguida para arreglarse y protestar contra lo que considera la vulnerabilidad de sus derechos fundamentales y la pérdida de participación en la pirámide social que nos gobierna desde los prejuicios psicológicos.
La clase baja y los campesinos sin tierra o los desposeídos se apiñan en gavilla y desatan furias impredecibles en medio del ruido de las tomas de tierras o el humo tóxico de las llantas quemadas en la primera vía importante que esté cercana.
La clase rica o alta mira desde la torre de marfil a los acontecimientos y vela porque no lleguen los alaridos y cacerolazos a perturbar la quietud de sus privilegios. En veces, usan audífonos inalámbricos para bloquear los ruidos de la inconformidad de los desadaptados de siempre.
Todos y cada uno desde su archipiélago de razones, considera que la justicia en ciertos momentos ha sido una impertinente paloma que los caga a todos, cual estatua de prócer venido a menos de cualquier parque mugriento de este país.
El hecho que la cacerola se haya convertido en un instrumento democrático de exigir derechos y mayor atención sobre lo colectivo antes que los privilegios que aspiramos cada uno desde su insularidad; implica un renovado ejercicio de ciudadanía minoritaria pero decidida a transformarse primero a sí misma, y luego, por contagio solidario, al resto del sentido país.
Valga entonces pensar que si no hay Estado interlocutor que sea capaz de escuchar el ruido de las cacerolas, ni gobierno oidor y decidido a empezar las transformaciones mínimas de un primer contrato social; vamos camino al fracaso de los pesos y contrapesos ciudadanos, ante la fallida y comprobada imposibilidad de los partidos políticos de representar a esos ciudadanos inconformes en la balanza de la democracia.
________________________________________________________________________________
Los nuevos gobiernos locales que en campaña habían prometido una forma de enfrentar las protestas, a la hora de gobernar lo hacen detrás de las trincheras de vinilo del Esmad
________________________________________________________________________________
El desgaste es notorio pese a que ninguna de las dos fuerzas acusa desistimiento, pero las lecturas desde cada orilla son inciertas: la ciudadanía expectante frente a los nuevos gobiernos locales que en campaña habían prometido una forma de enfrentar las protestas y a la hora de gobernar lo hacen detrás de las trincheras de vinilo del Esmad; por su parte, el gobierno nacional no cede un ápice sustancial de las pretensiones y se queda con los amagues de siempre frente a los reclamos históricos y casi que bicentenarios.
No es culpa del actual gobierno la actitud mostrada frente a los ruidos de las cacerolas: históricamente y de manera inercial, todos los que nos han gobernado ignoran el ruido que se hace ora con los fusiles desde el monte, ora desde las marchas campesinas e indígenas, ora con las cacerolas…
Coda: Conciencia contra violencia. El mosquito contra el elefante. Leyendo en estos días a Stefan Zweig (1881-1942) en su maravillosa obra “Castellio contra Calvino” (Acantilado, 2003), encuentro poderosas razones para explicar nuestro miedo endémico como sociedad.