En el 2002 Andrés Cabas tenía 26 años y podía tocar el cielo con las manos. Estadio Azteca, más de 100.000 personas expectantes. El cartel no podía ser más generoso: Lenny Kravitz daba su concierto mexicano. El encargado de abrirle era Andrés Cabas. Barranquillero y arrebatado, hijo del gran Eduardo Cabas De la Espriella, creció con porros, cumbia y rock. En esa época sus canciones Mi bombón y Tu boca se encaramaban en las listas de música del continente. Cabas, al abrazar después de su show a Kravitz, empezó a creerse ese cuento de que era un Dios de la música que podía hacer lo que se le diera la gana.
Las presentaciones empezaron a intercalarse con fiestas interminables. Tenía dinero, mujeres, juventud y talento. El guayabo se transformaba en un estado de ánimo constante, eterno. Perdió contacto con la realidad. Ya, si un fan le pedía un autógrafo, lo esquivaba. No quería hacer entrevistas, no quería que nadie le jodiera la vida. Se encerró en su fiesta eterna y, los periodistas, empezaron a darle más importancia a su vida personal que a su música y sus fans le perdieron el respeto y se les olvidó que era un artista impresionante y los otros discos que sacó en menos de una década, Contacto, Puro Cabas y Amores difíciles. Su amor de esa época era Johana Bahamón. Si lo apuran, su amor de toda la vida ha sido Johana Bahamón. Fue un golpe demoledor para él haber visto la foto que tomó un paparazzi de ella con Juanes en una fiesta en Gaira, propiedad de los hermanos Carlos y Guillermo Vives, lo destrozó mientras estaba en una gira en España. Dicen que el romance de Bahamón y Juanes duró apenas 2 meses. Cabas volvió y la reconquistó. En ese periodo nació Simón, el único hijo de la pareja que terminaría separándose.
Sin Johana Cabas perdió su brújula. Fueron seis años sin publicar un disco. Si te dijera, del 2011, parecía ser su testamento musical. Tenía 35 años y se sentía acabado. El consuelo era la música que hacía, que no paraba de hacer así la musa ya le hubiera dado la espalda. El consuelo eran los recortes de un artículo escrito por un crítico del New York Times que lo comparó, en el 2004, con Alicia Keys y Radiohead. El consuelo era la fiesta que no paraba. Sus vecinos hablaban de 72 horas continuas de música y ruido. Sus amigos lo iban abandonando. Los únicos que le quedaron fueron dos que conoció a los 16 años cuando tenían una bandita de rock en Bogotá. Los que cosechó en 10 años se fueron para siempre. Entonces se quedó solo y estuvo tan abajo que llegó a pensar en acabar con todo.
Resistió. Resistió el embate de la prensa que sólo lo veía como un medio para vender periódicos o hacer clicks. De un momento a otro Andrés Cabas dejaba de ser un músico para ser un escándalo. Poco a poco se fue levantando. Lo que más le dolía era la sequía. La musa seguía de espaldas. La depresión se hacía más honda con el guayabo entero. Un nuevo despecho ensombreció aún mas su vida. Pero se reinventó.
Con Valiente, Cabas hace su declaración de principios. Es una especie de canción autobiográfica tipo El salmón de Calamaro. A los 42 años Andrés Cabas cambió de piel. Ahora sólo deberá esperar que los fantasmas se larguen y regrese el éxito que le es esquivo desde hace 10 años. Tiene todo el talento para hacerlo. Colombia lo espera.