En la tradición de los pueblos indígenas y campesinos existe la creencia que al observar los primeros doce días del año se puede predecir cómo será el tiempo en cada uno de los meses del año que comienza. Luego, del último día de año viejo cuando se han escuchado las canciones de “las vísperas de año nuevo” y se ha llevado el fuego al año viejo, en medio de cohetes y quemados ocultos por la pólvora.
Si uno se atiene a los nubarrones desde el primer día del año con un líder asesinado hay que decir que las fumigaciones comenzaron muy temprano. La historia de la antigua Grecia se repite pues en Esparta se asesinaba a los líderes de los ilotas. La falta de lluvias son una buena disculpa para subir el precio de la energía eléctrica y por qué no del gas. Los vientos de negros y blancos dibujan la censura porque los años viejos en Pasto se han convertido “en una muestra de odio y calumnias contra un gobierno que lleva pocos días”. Las heladas del 4 de enero, según El Tiempo, prometen un año de gélidos impuestos, pero los congresistas dirán que ellos no aprobaron la reforma tributaria. Por el cambio climático con un sol radiante crecerá el incendio de los bosques y, los bomberos añorarán, en lugar de mangueras y escaleras, no tener aviones apagafuegos. Las nubes descargarán el precioso líquido y las crecientes de ríos y quebradas se llevarán muchos ranchos e invasiones.
Y, las noches de los primeros doce días del año, con sus cielos estrellados, auguran el taca-taca de las cacerolas, que dizque “no son expresión de los ciudadanos.” En la vuelta a España o el Tour de Francia algunos de los jóvenes, de la bandera amarillo, azul y rojo, los tres colores del piojo, lograran el triunfo en unas cuantas etapas o un podio en París. Claro, no se puede echar al olvido que los laureles de los muchachos sirven para hacer invisible que de los cerdos se hace manteca y de los hombres dinero. Un eclipse por el triunfo de un equipo de fútbol hará posible el olvido al saqueo del dinero para la construcción de vías. El progreso entrará en la oscuridad del túnel de la corrupción que nunca se acaba de construir. La ubre de los bancos seguirá creciendo con los vientos gloriosos del veinte de julio y, el siete de agosto y, ondeará la bandera de las ganancias, pero no la bandera de la paz que se ha quedado enredada en los acuerdos incumplidos. Y los muchachos paridos en los inicios del siglo realizarán marchas, caminatas ante el infortunio de los tiempos que no augura un futuro promisorio. Y la agonía del año llegará a su fin con la quiebra inminente de los empresarios si el salario mínimo sube por encima de lo mínimo.