Muchas son las personas que tienen un especial afecto por los caballos y son ellas quienes al ver un hermoso ejemplar se vuelcan a las calles para admirar a un caballo convertido en un espectáculo de admirar.
Pero, ¿qué es un caballo? Para los expertos un caballo es un mamífero de la familia de los équidos, cuadrúpedo y de cuello largo y arqueado. Su domesticación se remonta según cálculos a la edad del bronce. La familia de los équidos es numerosa y tiene parientes cercanos como el asno, y las cebras.
Pero no crean que el cuadrúpedo ha sido siempre compañero del hombre en sus faenas sean estas domésticas o de guerra. En los inicios para el hombre prehistórico el caballo era un almuerzo más que corría en las inmensas praderas y que el hombre primitivo buscaba con afán para almorzárselo.
Luego, no se sabe por qué circunstancia, el hombre empezó a usar el caballo como elemento de trabajo y compañero inseparable de su cotidianidad y entonces se volvió útil para el transporte, para las guerras, para carga, en fin, lo domesticó con fines utilitarios.
La palabra caballo viene del latín caballus, que era como los romanos llamaban a los caballos castrados usados para el trabajo.
Y paradojas de la evolución “por un pelo” no andamos hoy chalaneando en un perro, pues el caballo actual proviene de un animal con nombre impronunciable: el Hyracotheriu, que según los científicos tenía un tamaño que oscilaba entre los 20 y los 40 centímetros de altura, con cuatro dedos en las extremidades anteriores y tres en las posteriores, terminando cada uno en una uña (no en un casco, como las especies actuales). A primera vista era similar a un perro pequeño”.
Hay otros aspectos que valoran los chicludos de los caballos y que les sirve para descrestar a quienes pocos sabemos de estos hermosos animales. Por ejemplo para medir la altura de un caballo esta se toma del casco delantero hasta la cruz donde se encuentran las escápulas, o los omóplatos, y se hace allí porque es el punto en donde se une el cuello con la espalda del caballo y se elige como referencia de altura, porque es estable y que no puede subir o bajar como la cabeza o el cuello.
Y de los colores ni hablemos. Solo un caballista sabe qué es un alazán, un castaño, un bayo, un zaino, es decir una paleta incomprensible para quienes en lo máximo que nos hemos montado es en el manso caballo de la abuela del que nunca supimos que color tenía, pero en el cual nos sentíamos tan orgullosos como estos caballeros modernos que hacen derroche de atuendos costosos y caballos con precios tan endemoniadamente altos que con ese valor uno podría comprase una casa para su familia.
Pero ahí no para la historia de los equinos que han acompañado al hombre en su caminar por el mundo: hay caballos famosos: “Pegaso” el caballo alado de los dioses y que montaba Belerofonte. Qué decir de “Rocinante”, igual de escuálido que el protagonista de la historia de todos conocida cuyo propietario era el Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha.
El Caballo de Troya, uno de los mayores artilugios de engaño de la historia construido por los griegos.
Bucéfalo, que quiere decir cabeza de buey propiedad de Alejandro Magno, con el que hizo todas sus campañas guerreras.
Grano de Oro, el caballo de Pancho Villa, caudillo de la revolución mexicana que quedó reseñado en varios corridos de la época de la revolución.
El Palomo, de Simón Bolívar que según la historia se lo regaló Casilda que había soñado que sobre el lomo de ese caballo ganaría muchas batallas.
Y paremos de contar porque está Tornado, el del Zorro, Plata, el del Llanero Solitario, y Jorgito, un caballo que tenía un monumento en la Escuela de Caballería en la que serví a la patria como soldado y que malrecuerdo porque era punto de referencia para hacernos dar vueltas y vueltas al grito de “vuelta a Jorgito por la derecha”.
Más recientemente el caballo “Lucas” que le robaron al Tino Asprilla y que se volvió una novela como todas las que suceden en nuestro país.
Por ahora dejemos en paz a los caballos y vamos al galope a buscar otra historia.