Este texto forma parte del libro El Delirio de Cali que fue lanzado por la Fundación Delirio hace quince días en Cali. Fue uno de los últimos actos a los que asistió Antonio José Caballero.
Delirium Salsa
Cuando a un hombre sencillo, de la calle, espigado para no decir flaco y con pretensión artística le brota: “Las caleñas son como las flores, caminando van por las aceras, ellas mueven las caderas como los cañaverales” (2), algo diferente hay en el ambiente de esa ciudad.
Pero cuando viene ya un sello rítmico entre cueros y metales y un poeta afrocolombiano canta desde su corazón: “A millas siento tu aroma, cualquiera justo razona que Cali es Cali, señoras, señores, lo demás es loma” (3), es que existen cariño, talento y ganas por dejar algo diferente en el pentagrama ancestral.
Y si otro cronista musical del mismo corte destapa el secreto: “Si huele a caña, tabaco y brea, usted está en Cali, ay mire, vea…” (4), es que definitivamente aceptamos la diferencia entre los ancestros africanos y caribeños y los cocinamos aquí agregando nuestros ingredientes para este sancocho musical que se llama la Salsa delirante de Cali.
Única en el mundo. Por eso el Piper Pimienta (5), el poeta Varela que nos acaba de dejar y Alexis y Nino, sin que se enojen los que faltan, hicieron que todos los grandes de Cuba, Puerto Rico y Nueva York miraran asombrados hacia acá, hicieran un alto en el camino y se vinieran gustosos a beber de la nueva fuente de la Salsa que emanaba agua fresca para la charanga, la pachanga, el montuno y el boogaloo que nos habían impuesto años atrás.
Aquí nuestra expresión hierve espontánea. De pronto alguien en la Plaza de Toros se levanta y al son de las palmas en clave se arranca como toro bravo a bailar sobre el cemento de Cañaveralejo en medio de la mejor faena taurina. O en el Pascual, en medio de la felicidad de un gol de ‘la mecha’, se arrebata una pareja en la misma gradería y multiplica sus cuerpos brillantes para convertirse en acróbatas callejeros de la Salsa caleña, de nuestra Salsa.
Por eso aquí, cada uno forma parte de esa coreografía ardiente y popular que no necesita ensayo y se abre como abanico cada diciembre en el Salsódromo, que para mí es simplemente la calle de Cali. Consecuencia de esta semilla musical distinta son Barrio Ballet, que ha pisado con Delirio los más exquisitos escenarios del mundo y los violines mágicos que bajaron de Siloé y subieron de Aguablanca para deleite de italianos, franceses y españoles que bailaron durante los conciertos en la calle el pasado verano europeo.
En Cali no hay que organizar la fiesta; hay que iniciarla a cualquier hora de las veinticuatro que tiene el día. Aquí la fiesta la llevamos puesta y la expresamos con sencillez, con cariño, homenajeando a los pioneros y a nuestros personajes populares, y guardando los ancestros en el baúl del recuerdo porque siempre habrá que desempolvarlos para que nos sigan dando la sonrisa a pesar de las tristezas.
Todo esto hace que nuestra Salsa se sienta diferente, se baile diferente, se mire diferente. Aquí era tanto el delirio que sentían nuestros campeones del ritmo, Amparo Arrebato, Evelio Carabalí y tantos otros que ‘zapateraron cemento duro’, que las canciones de los elepés no nos servían a 33 r.p.m. (6) y las poníamos a girar a 45 r.p.m. para que el éxtasis envolviera los cuerpos gloriosos de la Salsa en los amaneceres de Juanchito, al pie de una caneca de aguardiente, para rematar la mañana con pescado frito del río Cauca y patacones de sus riberas.
Por eso, estos maestros de la crónica, la academia, la historia, la calle, el teatro y hasta de las finanzas se sentaron a escribir lo que les brota a cada uno, porque todos la han vivido y se la han bebido en esta ‘Capital mundial de la Salsa’. Esas vivencias de María Elvira, Ulloa, de Medardo, de Gary, del Negro Restrepo, de Ossiel y Julián, adornadas con la dulzura de Isabella y Andrea, sirvieron para llenar de recuerdos buenos las páginas que siguen.
Son testimonios invaluables de letras e imágenes que estarán en las mesas de lectura de quienes quieran saber por qué la Salsa de Cali es diferente. Y, tal vez, una lágrima alegre y una sonrisa pícara les recuerde ese momento en el que amaron, gozaron y, claro, bailaron al son de Cali.
Estos sabios de la tribu, al calor de un blanco de caña, aquí o allá, frío o al clima, empiezan a hacer remembranza de aquello que se me ocurrió llamar Delirium Salsa; una rara locura que electriza los cuerpos y las almas y que recogió una legión de quijotes del arte encabezada por Andrea Buenaventura, Ángela Gallo, Liliana Ocampo y Eleonora Barberena, que supo atrapar en una carpa de circo popular, no podía ser en otro sitio, aquellas manifestaciones de este pueblo hermoso que ojalá no cambie nunca: Cali.
Allí, en esa carpa de circo, me siento transportado hacia el infinito del sentimiento, como si tuviera el ojo mágico del gran maestro Federico Fellini observando en su mirino (7) cinematográfico ese más allá de las sombras, las luces, las acrobacias, las canciones y las sonrisas que, como le titularon a Varela el día que nos dejó, nos lleva en directo “de la sucursal, al cielo…”.
(1) Periódico de ayer: canción de Catalino Tite Curet, interpretada por Héctor Lavoe.
(2) Las caleñas son como las flores: canción del compositor Arturo J. Ospina; interpretada por Piper Pimienta con el grupo The Latin Brothers.