Ante la crisis económica y social que acarrea la COVID-19, a la denominada izquierda, en especial la más alucinada y enfermiza, poco le importa el sufrimiento de las masas. Por eso, en su perversidad y oportunismo buscará pescar en río revuelto, sin importarle que sus correligionarios del Partido Comunista de Chino sean los culpables de la catástrofe sanitaria universal, dado que lo que les interesa es el poder, sin preocuparse a quién tengan que aplastar o las víctimas que puedan producir. De ahí que tenemos que recordar el pasaje bíblico de la Primera Epístola de San Pedro 5:8 “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”.
La mamertería latinoamericana se ha movido a sus anchas durante las últimas décadas, sin que los partidos de la democracia liberal le den respuesta mediante la movilización o con una batalla ideológica denodada, de tal suerte que por esa parsimonia es que la estafa comunista del marxismo-leninismo ha ganado con sus aliados espacios determinantes. Para la muestra, en Colombia se apresta a darle la estocada final a la democracia y a las libertades individuales a mediano plazo, en pos de un hegemonismo que significaría el envilecimiento y empobrecimiento absoluto de la ciudadanía.
En las elecciones de 2022, si en Colombia se llega a materializar el gobierno de transición que proponen las FARC, se estaría entrando en un bloque de poder hegemónico comunista que indudablemente conduciría a la nación a una esclavitud política similar a la de Venezuela, Cuba o Nicaragua. Para ello no solamente utilizarán candidatos abiertamente marxistas-leninistas, sino que además las fuerzas totalitarias tienen aspirantes subrepticios a la presidencia que aparecen como progresistas o alternativos, pero cuyas colectividades políticas están afiliadas al comunista Foro de Sao Paulo y apoyan al Grupo de Puebla.
El comunista italiano Antonio Gramsci diseñó de forma pérfida lo que ha sido en las últimas ocho décadas el marxismo-leninismo (no olviden que la susodicha organización es la que más crímenes ha cometido en contra de humanidad en todos los tiempos). Además, para completar ese cuadro de horror, lo revolvió con el maquiavelismo, buscando la perpetuidad del partido en el poder para crear camarillas que mediante la mentira y la violencia nunca entregan el manejo del Estado (a no ser con levantamientos populares como ocurrió con la caída del muro de Berlín y la debacle de la URSS).
Cabe anotar que la nomenclatura parásita comunista que se instaura en la dirección del Estado cuando conquista el poder, antes y después de lograr sus objetivos burocráticos, tiene un comportamiento irracional, buscando ganarse mediante un discurso miserabilista a los sectores más ignorantes y atrasados de la sociedad, y así alcanzar la hegemonía en el plano político, económico, social y cultural, teniendo como base para sus abyectos fines la enajenación y el adocenamiento de las masas.
Para que la pandilla marxista tenga éxito no le interesa que su teoría sea criminal e inescrupulosa, pues lo más importante es que se cumpla en la práctica, por ello como decía Marx: “los obreros no deben de tener ideología, sino conciencia de clase”. Así pues, lo que interesa es que se comporten como un rebaño y puedan ser fácilmente manipulados por la élite del partido y así construir la dictadura eterna, en donde las llamadas clases subordinadas son utilizadas de masa de maniobra para consolidar el poder del partido.
La conquista de la hegemonía para Gramsci era un proceso, que se vuelve constante, y en donde la cultura juega un papel preponderante. Además, el partido se convierte en El príncipe moderno de Nicolás de Maquiavelo, siendo lo fundamental la apología a la violencia y al engaño. Para eso el partido se organiza de arriba hacia abajo, lo que se conoce en el marxismo-leninismo como el “centralismo democrático”, que lo enseñó el sátrapa de Lenin en Un paso adelante dos atrás, demostrándose el carácter burocrático y brutal del leninismo.
Siguiendo el método maquiavélico, Gramsci plantea las simplificaciones y los reduccionismos para dividir a la sociedad, por eso los seguidores de la banda marxista-leninista, sus idiotas útiles y algunos aliados, sin ningún rubor hablan de que se debe estar con la izquierda o la derecha, con el socialismo o el capitalismo, o con la burguesía o el proletariado, pues el autor de El príncipe decía: “Que en una confrontación no se puede ser neutral, porque se es avasallado por el vencedor con la complacencia del vencido”.
Las teorías de Gramsci han tenido sus conspicuos seguidores dentro de la aberración comunista totalitario. De hecho, se cree que Mao Tse-tung las aplicó rigurosamente en la China, conjuntamente con su camarilla, lo cual produjo cerca de 82 millones de asesinatos durante la colectivización y la revolución cultura (y ahora el Partido Comunista le obsequia a la humanidad el coronavirus).
Así mismo, Fidel Castro (Cuba) también fue alumno aventajado de Gramsci, pues sus métodos perversos son fiel copia de las orientaciones del comunista italiano y Hugo Chávez (Venezuela) dio claras muestras de su admiración por este personaje, por ello creó bandas armadas llamadas colectivos, dizque para defender la revolución.
Sin embargo, el epígono más destacado de Gramsci dentro de la cáfila marxista podría ser el genocida de Camboya en la década de los setenta del siglo pasado: Pol Pot (admirado a más no poder por el “intelectual” marxista Noam Chomsky). Él mató a tres millones de camboyanos, siguiendo la consigna “pensar y leer es contrarrevolucionario”. Así que personajes siniestros y tristemente célebres del comunismo totalitario han sido los fervientes seguidores del esquematismo gramsciano.
Latinoamérica ha tenido que soportar la aplicación de los métodos de Antonio Gramsci, que expresan las intenciones feroces marxistas -leninistas, de manera que los demócratas tienen que prepararse para las embestidas de las fuerzas totalitarias, que no van a cejar en su empeño de conducir a Colombia al infierno comunista, sojuzgando al pueblo como condición necesaria para perpetuarse en el poder.