Es caer en la obviedad advertir sobre la dependencia de los seres humanos a la tecnología móvil. El problema no es la tecnología en sí, es aquella forma de subyugarse ante la pantalla táctil, y, muchas de esas dependencias nos han hecho transgredir diversas de las actitudes más básicas que tenemos como seres pensantes; una de ellas, el cortejo. Aquí les expongo solo un ejemplo de lo que, como dependientes de la pantalla, podemos experimentar. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, como dice aquella frase cliché.
Todo empezó en cierta tarde de ocio, el ocio que nos hace ver las cosas de distinta manera, y nos hace pensar sucesos que jamás pensaríamos. Nunca he sido un hombre que le guste andar de aquí por allá con muchas mujeres. Quizá porque me enseñaron que el enamoramiento tiene un fin, y que ese fin es el de perdurar sobre todas las cosas. Pero hacía ya un tiempo en que estaba solo, me sentía desganado, y no tenía a la vista ninguna mujer que me llamara la atención, y por supuesto, ninguna a la que yo le llamara la atención. Veía en las diversas redes sociales a muchas personas con parejas efímeras y con parejas estables que no pensaban mucho en colgar una foto con la mujer o el hombre de turno. Pensaba en que muy pronto muchas de aquellas fotos caerían en el olvido que son los datos en la web; pero la soledad ya se había adentrado tanto en mí, y, a pesar de lo efímeros que pueden ser muchas relaciones, yo quería algo de eso.
Fue entonces cuando descubrí una aplicación para conocer potenciales parejas. La descubrí por un artículo en la sección cultura de cierto periódico de circulación nacional; me llamó la atención los datos que decían que Colombia era uno de los países en Latinoamérica que más suscriptores tenía. Me parecía algo triste que cada día el apego a la conexión digital nos estaba haciendo perder el contacto sincero y fiel de una conversación en persona. Pero a pesar de ello, el artículo había plantado en mí la semilla de la curiosidad, ¿qué podía perder? Estaba solo, leía mucho más cada día al no tener con quien compartir mis ideas, y sin querer me estaba comportando como aquel personaje de Little Miss Sunshine que se negaba hablar, solo que yo no me negaba hablar, simplemente no tenía con quien.
Pasadas unas horas del descubrimiento de dicha aplicación, decidí descargarla y ver con mi propia curiosidad de que se trataba tanto bombo. Tenía que tener alguna novedad distinta de la infinidad de aplicaciones para conocer pareja que existían en el mundo de las pantallas. Alguna novedad intrigante tenía que fustigar en las emociones de las personas que creaban algún perfil. Algo de sádico tiene todo esto, pensé, y se me pasaban por la cabeza historias de George Orwell o Phillip K. Dick. Al terminar de completar mi perfil, con las fotos que yo creía que me veía más aceptable para los ojos de los demás, empecé mi aventura en la esfera de las apariencias.
No fue muy complicado entender la dinámica del juego, pensé en que a pesar de que existía una versión premium, prácticamente podías aprovechar muy bien lo que te brindaba la versión estándar. Ajustaba el rango de edad de quienes quería conocer y ajustaba la distancia promedio, y ya lo demás fue automático. Deslizas a la derecha para indicar que alguien te gusta, deslizas a la izquierda para indicar que alguien no te gusta, y deslizas hacia arriba para indicar que esa persona te ha detenido el corazón por un segundo. Al principio sentía cierta vergüenza, sentía que aquellas mujeres a las que deslizaba a la izquierda me estaban juzgando, sentía que a las que deslizaba a la derecha se estaban burlando. Me tomó un tiempo prudencial sentirme cómodo. Yo que creía en el amor a la antigua como el amor profundo de Florentino Ariza en El amor en los tiempos de cólera, sentía que traicionaba mis ideales porque no aguantaba la soledad imperante en mi vida. Reflexioné un poco y al final pensé que eso que llamamos modernidad, nos hace cambiar de horizontes ideales.
Deslizando a la derecha muchas veces encontré chicas de todos los colores, de diversos tipos, con diversos estilos y de diversas proporciones. Me sentía obnubilado ante tanta belleza junta. Por supuesto, no era tan tonto, solo deslizaba a la derecha cuando pensaba que aquella mujer yo le podía gustar, craso error, me equivocaba por lo menos el 95% de las veces. Tuve algunas charlas banales, otras un poco más profundas, algunas otras no pasaban del simple “hola”, y otras simplemente dejaban en visto. Buscar el amor en papel digital puede ser doblemente cruel que en el papel físico.
Pasaron varios días hasta que pude entablar amistad con cierta chica en el promedio normal de belleza que impone actualmente la sociedad del siglo XXI. La conversación fluía de buena manera, era una chica descomplicada, estudiaba y tenía una familia numerosa, me decía que tenía poco tiempo en la aplicación y que no había podido entablar una amistad que valiera la pena trasladar al plano real. Me gustó su forma de expresarse y esa química que sin querer se fue dando. Pasábamos los días hablando prácticamente todo el día, y solo dejábamos de hablar en momentos de sueños y comidas. Me sentía realmente bien hasta cuando las conversaciones fueron subiendo de tono. De un momento a otro pasábamos más tiempo hablando de sexo que de nuestras vidas. No me malinterpreten, me gustaba hablarlo, pero poco a poco me di cuenta de que ella solo buscaba cierta diversión. Al principio me enviaba fotos bastantes llamativas que, luego fueron dejando ver más piel que ropa; y yo ya no sabía qué sentir. Las cosas fueron bajando de tono por mi parte porque no aguantaba tanta pornografía amateur por parte de ella y me alejé sin decir adiós.
Quizá piensen que fui un ingenuo al pensar que podía encontrar pareja estable en una aplicación que su signo es una llama ardiente; pero la soledad nos hace buscar la sombra debajo de una piedra. Aquella chica me demostró que en cuestiones de búsqueda de placer fácil los géneros humanos se confunden, y no hay estadística que valga a la hora de medir el deseo de las personas, sean hombre o mujer. Quizá no he sido justo, sé que existen historias felices en encuentros digitales, pero pienso que no debemos perder la oportunidad de conocernos tal cual somos, sin filtros. Si alguna vez ven a alguien con un libro en sus manos en algún parque bajo la sombra frondosa de un roble, o, sentado solitario en las mesas de alguna cafetería de algún centro comercial, quizá sea yo; buscando el amor a la antigua.