Las recientes derrotas de la derecha continental en Bolivia y Chile, dejan en entredicho la repetida pero falaz tesis del fin de las alternativas progresistas en Nuestra América.
En un par de semanas los pueblos de Bolivia y Chile asestaron duros golpes a la ofensiva conservadora en la región, demostrando que más que un péndulo político o un cierre de ciclo progresista, en América Latina se vive una creciente agudización de la lucha política. En este octubre andino de 2020, las urnas tradujeron el acumulado de años de lucha de los movimientos sociales de estos pueblos, dando muestra de la increíble capacidad de resistencia popular frente a la cruda represión que han tenido que enfrentar.
Guardadas las inmensas distancias y sus peculiaridades propias, Bolivia y Chile muestran tendencias regionales de la lucha política continental y aportan interesantes enseñanzas para la conquista de los cambios sociales que anhela Nuestra América. En primer lugar, tanto el entierro de la constitución pinochetista por aplastante rechazo electoral y el retorno del MAS-IPSP al gobierno boliviano, expresan y profundizan al mismo tiempo el reflujo hegemónico norteamericano sobre la región. Sosteniendo y potenciando incluso su injerencismo, el saliente gobierno Trump es la mejor caricatura de la decadencia de la potencia, sumergida en su crisis interna y sin capacidad de mantener el control absoluto de su otrora patio trasero. Los entusiastas áulicos latinoamericanos de Washington, que proclamaron el fin de ciclo progresista hace 4 años con el golpe en Brasil, el gobierno de Macri en Argentina, la perversión de Lenin Moreno en Ecuador y la intensificación del asedio a Venezuela que derivó en la patética figura de la presidencia ficticia de Guaidó, hoy se encuentran con otro panorama continental que ratifica la continuidad de las resistencias populares, la irrupción de alternativas política y la crisis de una incompetente derecha continental, que no obstante cuenta con todo el apoyo imperial. Las victorias democráticas en Bolivia y Chile son parte de esta “nueva” realidad regional que recuerda que sigue abierta la disputa política, en medio de horizontes geopolíticos cambiantes y la intensificación de luchas a nivel nacional.
En segundo lugar, Bolivia y Chile son una excelente lección de la positiva politización de los movimientos sociales. Mientras en Colombia de forma bastante ridícula funcionarios del gobierno Duque intentaban descalificar la minga Indígena por estar “politizada” (los políticos demonizando la política) el MAS-IPSP triunfador nuevamente con la fórmula Arce-Choquehuanca representa un movimiento sociopolítico surgido de la elevación de las reivindicaciones sociales a un proyecto alternativo de país. Desde las heroicas jornadas de movilización de la Guerra del Agua (2000) Guerra del Gas (2003) y la lucha por la nacionalización de los hidrocarburos (2005), pasando por los 14 años de gobierno del dirigente cocalero Evo Morales, se labró esta victoria electoral. De igual forma la aprobación de la Convención Constituyente el pasado domingo en Chile corona un ciclo movilizador de casi 15 años iniciado en la Rebelión de los Pingüinos (2006) y que tuvo en las jornadas de octubre del año pasado su máxima expresión. La consigna: “No son 30 pesos, son 30 años”, con la que iniciaron las protestas en el metro de Santiago en 2019 y que denunciaba el fracaso de la mal llamada “transición” chilena, sintetiza muy bien que no hay contradicción entre las luchas por garantías sociales y la proyección de éstas hacia una alternativa política de nuevo gobierno y nueva constitución. Bolivia y Chile nos muestran que para alcanzar realmente reivindicaciones sociales, hay que transformar también el régimen políco. Si como dicen los funcionarios gubernamentales colombianos la minga es política, va por buen camino.
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Bolivia y Chile nos muestran que para alcanzar realmente reivindicaciones sociales, hay que transformar también el régimen político
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En tercer lugar Bolivia y Chile representan dos caras de la misma crisis. De la crisis de la hegemonía de la derecha en la región. Cuando hay voluntad de lucha y de resistencia frustran por igual las diversas modalidades de contención a la voluntad popular. El impresentable gobierno de facto dirigido por Áñez y la sofisticada plutocracia electoral chilena en cabeza de Piñera, fueron igualmente incapaces de contener el descontento popular. Treinta años de moderados gobiernos de la “Concertación” y la derecha en Chile -presentados como modelo a seguir para sus congéneres latinoamericanos- no resolvieron los problemas ni sociales ni de democracia que dejó sembrados la dictadura de Pinochet. Así mismo, se denotó la falta de propuestas y capacidad de la derecha boliviana que 15 años después recayó en sus fracasadas fórmulas acudiendo a la figura del renunciado expresidente Mesa (vicepresidente del “gringo” Sánchez de Lozada) y a la racista propuesta del chovinismo cruceño. Para valorar, que la brutal represión sufrida por la movilización popular por los dos pueblos hace un año y el enfriamiento político producido por la pandemia pero auspiciado por la derecha en ambos países, no detuvo el proceso social.
Ahora corresponde identificar algunos rasgos propios de estas dos victorias electorales que como ya hemos mencionado nacieron en las calles. Bolivia ha desnudado por enésima vez la podredumbre de la OEA y muy especialmente de su actual secretario Luis Almagro. Tras un año de dictadura que implicó la muerte, el presidio o el exilio para muchos dirigentes incluidos Evo Morales y García Linera, los resultados le reiteran su triunfo al MAS-IPSP. Por qué fue fraude el triunfo de Evo con el 47 % y no la aplastante votación de Arce con más del 55 %? Se le ha robado un año de gobierno al movimiento ganador y un año de vida y de reformas sociales a las naciones de Bolivia. El reto de Arce además de desarrollar la Constitución de 2009 y garantizar el bienestar social en medio de la crisis económica global, será controlar los dos demonios antidemocráticos que 2019 demostró no estaban con el cambio: las fuerzas militares, y el poder judicial, ambos cómplices del golpe y del gobierno de facto de Añez.
De otra parte, el triunfo del poder constituyente en Chile nos obliga a la comparación con el caso colombiano. Importado por los neoliberales, el mal llamado “milagro” chileno fue el modelo a seguir en Colombia, copiando su desastroso sistema de salud y pensional asemejándonos de paso en su bochornosa desigualdad social. La Fuerza Pública colombiana todavía conserva el sello de origen de la Misión Chilena y su hermanamiento en la Doctrina de Seguridad Nacional queda en evidencia en su tratamiento de guerra hacia la protesta social en ambos países. Con el agotamiento del “alumno estrella”, se ha agotado el mismo modelo a seguir.
El mayor acierto de los sectores alternativos y progresistas chilenos, fue identificar en la Constitución neoliberal de la dictadura el escollo a saltar para la real apertura democrática. Una tarea aplazada por treinta años ha sido abanderada por esta generación renovada, víctima de casi 50 años del experimento de los Chicago Boys y Pinochet. Tras treinta años de freno por el poder constituido, el poder constituyente no solo repudia la carta pinochetista, sino que en legítima desconfianza con la casta política y los partidos tradicionales no acepta la propuesta gubernamental de cuerpo mixto para reformar la constitución y convoca a Convención Constituyente directamente elegida. Se abre paso un proceso constituyente y no meramente la elección de un gobierno.
Los retos de este proceso que irá hasta 2022 con la refrendación de la nueva carta magna no son pocos y exigen además de enfrentarse con los poderosos poderes de facto de Chile ( capitales y militares) la cohesión de los sectores alternativos en las proyectos esenciales para introducir en el nuevo marco constitucional, la correcta traducción de las reivindicaciones sociales en propuestas políticas y normativas, así como garantizar mayorías democráticas en la Convención a elegirse en abril de 2021. Por ahora Chile parece demostrar que la lucha por lograr un nuevo pacto constitucional parece abonar un terreno importante para dejar atrás a los partícipes de ese viejo orden, temor que en Colombia mantiene a buena parte del movimiento democrático aun aferrado a la ya anacrónica Constitución de 1991 tan neoliberal como lo chilena y que sostiene un régimen más autoritario aún que el del país austral, guardadas las obvias proporciones.
Se mueven los pueblos de Nuestra América. Ya está bueno del respice polum en Colombia: mirando a Chile y a Bolivia con sus enseñanzas estamos en deber de buscar nuestro Sur, augurando que en febrero de 2021 llegue hasta Ecuador.