Como el gran problema que tenemos los viejos, (o de pronto la gran cualidad), es que no dizque nos dejamos engatusar, yo venía creyendo que la confianza había desaparecido del paisaje colombiano. Tenía ejemplos. Por muchos años, décadas quizás, los naturales de este país, cualquier fuese su identidad política o su grado de incultura, tenían plena confianza en lo que dijera el periódico El Tiempo, propiedad del doctor Eduardo Santos. Se volvieron tan repetidos en sus titulares y desarrollos que los lectores le cogieron la carga y fueron perdiendo fe en sus orientaciones hasta el día que lo compró el hombre más rico de Colombia, don Luis Carlos Sarmiento Angulo y esa credibilidad desapareció por completo. Igual pasó con Caracol Radio. Por más de 30 años las noticias que pasaba Darío Arizmendi o los comentarios deportivos que hacía Hernán Peláez eran de tanta confianza del oyente que casi se volvió un catecismo citar lo que ellos dijeran. Hoy en día, cuando tampoco venden radios en los almacenes y raras veces se consiguen en Sanandresito, muy pocos compatriotas saben quien dirige las noticias de la mañana de Caracol o quien rebuzna sobre el deporte de las pelotas o sobre el de las bielas o los pedales y, por ende nada de lo que allí digan tiene trascendencia.
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El que crea hoy en las cifras y boletines de la Registraduría es un grandísimo guevón
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Con los políticos fue pasando igual y hoy no hay un líder que sea capaz de enarbolar una bandera de paz y que lo sigan multitudes. Todos perdieron la confianza del electorado y si salen a votar por alguien es porque están votando contra otro. Y ni qué decir de la confianza que alcanzamos a tener en la Registraduría que contaba los votos. El que crea hoy en sus cifras y boletines es un grandísimo guevón. Se perdió la confianza en casi todo,hasta en los médicos y en los bomberos que han sido los últimos en demostrar que aunque se equivoquen todavía ayudan a sobrevivir.
Desconfiando hasta en mi capacidad de observación, acudí entonces sobre ese tema a un viejo zorro de la siquiatría, en quien ya no creen ni sus pacientes más locos, y nos pusimos a detallar si era que la confianza se había perdido o que nosotros, por viejos y majaderos, no nos habíamos dado cuenta que la confianza, como casi la mayoría de las cosas que nos hicieron la vida, estaba ahora depositada en otra parte.Por supuesto llegamos a la conclusión por eliminación, como nos pasa a los vejete. Comprobamos que la confianza todavía existe. Que jóvenes y viejos la han depositado ahora en las pantallas del computador, del celular o del televisor. Si lo que pasa no está allí, no ha sucedido y es tanta la fe en lo que aparece en esas pantallas que casi nadie se pregunta si es verdad o es mentira. No importa, lo que vale es multirrepetir lo que se vio o se leyó en la pantalla. Que otros averigüen su veracidad o comprueben su realidad.