El burro que se negó a ir a América

El burro que se negó a ir a América

"Para todo lo que resulte colectivo, de grupo, de gentes y animales libres, América no es el destino soñado"

Por: Manuel Humberto Restrepo Dominguez
agosto 02, 2017
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El burro que se negó a ir a América
Foto: Donald Tong

América o mejor EUA, la de Mr. Trump, no da confianza ni garantiza libertades. Su extenso shopping difunde una difusa ideología en la que priman las cosas y resulta más importante un dólar que una vida. Es un mundo con poca humanidad que paradójicamente se presenta como base de la misma, y que extiende e impone un doble rasero de buenos (ellos) y malos (todos los demás). Este es conducido por un autoproclamado jefe de policía universal, encarnado en un voluntarioso magnate que impone sus caprichos como asunto de estado; capaz de echar a patadas al fiscal general por no ceñirse al libreto oficial, pero hay alarde de separación de poderes; de despedir al jefe de comunicaciones por no vitorear sus deseos; de reprender periodistas por no rendirse a sus pies, aunque estén a los pies del capital que les impone la matriz informativa y; capaz de posicionar su nombre y estilo como el amo del mundo, que todo lo puede, lo ordena y hasta convierte más rápido la sangre de otros en oro.

Pero la historia que viene ocurre a miles de kilómetros de esa América, hoy mirada con recelo, con pasiones de odio y esperanza al mismo tiempo, que sin saberlo se va encerrando sola, entre sus propios muros de infamia y discriminación y su afán de conquistarlo todo, de espiarlo, ordenarlo, comprarlo o expropiarlo. Tierra a la que un día nadie va a querer entrar, tampoco poder salir, ni siquiera el burro de este relato, que también todo lo sabe, huele, o reflexiona y es de los que nunca cambian, de los que no logran ser espiados. Kafrana es un perro, Gorrión es un burro y NN un soñador viajero que quiere atravesar los mares para llegar desde el sur de Europa hasta New York. Los tres son como una familia, hablan, ríen y hacen reír, o por lo menos es lo que trasmite el único con habla de ese grupo. Los tres actúan con espontaneidad, sin calculo de nada, con gracia y sin asomo de poder. Parecen, cálidos, alegres, pacientes, siempre caminantes, cada uno hace lo suyo, juega su rol, se quieren y se necesitan el uno al otro, el perro, el burro y el viejo soñador son un colectivo.

Don key se llama la película, que con pocas palabras y lentas expresiones, irrumpe en mitad del mundo interconectado sin más conexiones que un viejo aparato de celular usado solo para llamar o responder a una llamada, sobre todo de emergencia. Nadie tiene pretensión de ser algo más que lo que es, un ente vivo y animado, de suma importancia para que el mundo no quede en manos de mercaderes, máquinas, ni robots. A través de ellos existe y sigue vivo un mundo, una generación que se extingue en el olvido, consumida por el afán de los que no paran de consumir para cobrar existencia política y poseer, aunque sea una mascota para adiestrar. Allí no, los tres parecen buenos amigos, no hay mascotas ni subalternos, cada uno tiene su identidad. Los tres se dejan mirar a sus ojos, miran, se miran, se dicen cosas que solo ellos entienden. No ocultan, no esconden nada, su vida es simple, dejan la sensación de que conversan entre ellos y también consigo mismos.

Cada uno es parte del grupo, del colectivo y tiene una manera de ser propia que lo convierte en un personaje que entra en conflicto al empezar los tramites en busca de que el sueño de ir a América se vuelva realidad. Obtener una visa, algo que parece tan sencillo revela indolencias, injusticias, diferencias y exclusiones y sobretodo pone en evidencia el mundo de las formalidades, los sinsentidos y la negación de las libertades humanas e incluso de la animalidad. Con el trámite empiezan las dificultades que obstaculizan sueños, piden de más, hacen preguntas odiosas e inservibles propias del funcionario que hace mandados, que repite y recita una lección aprendida sobre cosas que tampoco entiende pero hace porque otro se lo ordena. Tratar de identificar el tipo de papeles que necesita gorrión, el burro, para poder viajar a América y ser tratado con respeto como merece el animal que es, y que ocurra lo mismo para que kafrana sea mirada sin recelo ni temor, es una odisea que produce risa y rabia por la familia que son los tres que quieren ir a América. El primer imposible del colectivo es comprender que el viaje de Gorrión costará una impagable millonaria suma y que además tendría que irse solo, metido en un contenedor de barco, olvidado y entregado a su suerte, sin poder caminar, que es lo que mejor sabe hacer y sin certeza de qué, cómo, ni cuando podrá comer, dormir o rebuznar.

Para llegar al puerto de embarque y poner en evidencia que el sueño de ir a América es real, y que el burro y el perro existen y que los funcionarios los vean y crean que es de verdad, hay que superar la prueba de una travesía por río. Embarcarse es un reto para kafrana y gorrión, que nunca han navegado. El burro se resiste, se pone terco, se inmoviliza, se para en seco y se niega a dar el paso por un puente que conecta tierra y agua. El burro se queda la noche entera de pie, al borde, en el filo entre tierra y agua. NN comenta que el burro se quedó en vilo, que pasó la noche en vela reflexionando sobre el viaje y quizá también sobre su vida de inmigrante en América.  Al otro día se subió a la pequeña barca, pero dejó en claro que renunciaba a ir a América, aunque no se privaría de conocer la mar. Llegaron a la playa, disfrutaron las aguas, se divirtieron como tal vez no podrían hacerlo en América y se quedaron a pasar la noche tirados en la arena. A mitad de la noche vino un guardia a interrogarlos, a pedirles documentos, los trató de traficantes, de indocumentados, de vagabundos, los humilló, los amenazó con el destierro, la cárcel, la golpiza, su modo de ser ya americanizado y ultrajante de la humanidad de los tres viajeros, les rompió lo que quedaba del sueño colectivo. Al amanecer emprendieron el camino a casa, cantando la canción volver, les quedo claro que no fueron tratados con respeto y que ni humana ni animalmente recibieron buen trato. Si en su propio país fueron maltratados e irrespetados mucho más lo serían en América. La reflexión del burro fue seria, contundente. Concluyó que para todo lo que resulte colectivo, de grupo, de gentes y animales libres, América no es el destino soñado, menos ahora que con Mr. Trump la libertad está hecha a la medida de su dedo acusador y del letargo de un pueblo adormecido, que no percibe que la libertad de hoy es apenas una estatua gigante y muda que los de a pie de cualquier lugar, al menos por ahora, no podrán alcanzar.

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