Si hay alguien que alabe y hable tan bien de la burguesía, ese es quien supuestamente más la ha criticado: CARLOS MARX. Increíble, pero cierto. Y es precisamente en la célebre obra, EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA, que, Marx enaltece en los siguientes términos a la burguesía.
“La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.
Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. (…). Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. (…).
La burguesía despojó de su halo de santidad todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores (…), al hombre de ciencia.
La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. (…)”.
En otras palabras, la burguesía es revolucionaria, innovadora, dada al cambio constante, por lo cual no deja ni pies ni cabeza, con tal de estar en constante movimiento de progreso.
¿Es la burguesía colombiana progresista y dada al cambio? No. Simplemente porque en nuestro país no existe burguesía, lo que tenemos son mercachifles apostados al siglo XIX, esos que Alfonso López Pumarejo en la década del 30 de la centuria pasada, los invito al cambio, a fin que dejaran atrás la camándula y el incienso, para dejar atrás el yugo al cual los tenía sometido la Iglesia católica de la época.
López Pumarejo ha sido el único burgués, que, trató de plantar en Colombia las reformas sociales de corte capitalista que recocieran al trabajador y al campesino sus mínimos derechos, con lo cual, la producción industrial y agrícola se pudiera abrir hacia un amplio mercado interno, para consolidar una industria desarrollada sobre la base de un consumo primario, que luego pudiera ser exportador hacia los mercados internacionales. López venía entonces de conocer al capitalismo industrial y financiero de Inglaterra, además, estaba influenciado por el espíritu y la ética calvinista del trabajo y la verdadera acumulación capitalista que incidió en el desarrollo de los países nórdicos, todo lo contrario, de la flojera y bandida ética del supuesto capitalismo de influencia católica reinante en España, caracterizada por una ética católica y conservadora, que es la razón de ser de nuestras desgracias debido a la influencia que nos causó.
Pero, ¿quién dijo cambio? De inmediato saltó eso que denominan “establecimiento”, a mi decir, “bloque de poder” existente, compuesto principalmente por terratenientes semi feudales, incipientes herreros con aires industriales, comerciantes de cacharros, y la poderosa Iglesia católica de la época, quienes, al unísono, se opusieron, al igual que hoy, a cualquier cambio social que beneficiara a una masa de trabajadores, la cual carecía de las más mínimas garantías laborales.
A pesar de todo, el gobierno de López Pumarejo pudo avanzar en una serie de reformas, siendo la principal, la posibilidad que obreros y campesinos pudieran formar sindicatos y discutir pliegos de peticiones. De ahí en adelante, el movimiento obrero fue otro, aunque hoy, con las nuevas reglas del capitalismo y las persecuciones a sangre y fuego del sanguinario poder existente en nuestro país, ya casi no quedan sindicatos. Pero esto, es otra historia.
Las reformas de López Pumarejo se detuvieron, luego llegaron gobiernos liberales timoratos y partidarios del poder dominante. Más adelante, los terratenientes azotaron los campos colombianos con la violencia de mitad del siglo XX y su famoso “corte de franela” y sus hordas de chulavitas conservadores gritando “Viva Cristo Rey”, lo que facilitó que la semi hegemonía conservadora recobrara junto a la Iglesia el protagonismo de nuestra decaída historia. Posteriormente, con el Frente Nacional, especialmente en el gobierno de Lleras Restrepo, se dieron algunos cambios sociales, pero ya para la época el país ardía en conflictos sociales de todo tipo, los cuales, hasta hoy, no se han detenido
Con el paso de los años, y la consolidación del capital industrial, y luego el inmenso poder del sector financiero, los gobiernos de turno se plegaron por completo al servicio del capital, de manera que la política se puso a su servicio, colocando gobiernos y manejando a una clase política corrupta, la cual, hasta hoy, es comprable con facilidad, casi que con migajas.
Pese a la consolidación de una industria, más que todo liviana, y el auge del capital financiero que, hoy, domina solo una persona, el señor Sarmiento Ángulo, lo que se ha consolidado en general en nuestro país, es un poder mafioso, amparado en la droga, el contrabando, la rapiña de los presupuestos públicos, el clientelismo y sus deformaciones de todo tipo, todo lo cual en su conjunto, permitió el surgimiento del fascismo representado en los grupos paramilitares, sobre lo cual habló Salvatore Mancuso recientemente ante la Justicia Especial para la paz JEP, sin que nadie en Colombia se haya sonrojado.
No en vano, el bloque de poder dominante adora la corrupción, la cual defiende a capa y espada con la violencia, ya que con ella los Vargas Lleras se han enriquecido a costa de los contratos millonarios, entre otros, que las EPS les han otorgado; la Familia Uribe Vélez, con sus vástagos a la vista, se enriquecieron de la noche a la mañana, y hasta han sido subsidiados con las pensiones de los colombianos por medios de créditos baratos que el Grupo AVAL les facilitó; Iván Duque, su hermano, y su mamá, salieron de un momento a otro con dineros en paraísos fiscales, gracias a coimas de alto calibre que les facilitó haber sido Presidente del país por obra y gracia del Espíritu Santo; y un joven pobre, como Carlos Amaya, quien saltó de líder estudiantil a gobernador de Boyacá, enriqueció a su familia con propiedades de todo tipo. Solo para citar unos mínimos ejemplos de corrupción. Como vemos, la rapiña es la razón de ser de un capitalismo salvaje que adora en statu quo si iniciativa de cambio alguno.
Todo lo anterior ha llevado a un completo deterioro de la sociedad colombiana, por un lado, una alta concentración de la riqueza en pocas manos, y, por otro lado, la pauperización social que se expresa en las ventas ambulantes como forma de simple rebusque, y la precarización del empleo con los bajos salarios, y el sálvese quien pueda.
Lo que tenemos es un poder repartido, en donde la ley del más fuerte es la que predomina, e incluye desde simples bandidos, hasta ex guerrilleros armados; Fuerzas Militares y de Policía corrupta; políticos corruptos de todo tipo; familias presidenciales que se enriquecen de la noche a la mañana, como cualquier concejal de pueblo; entidades de justicia colocada al servicio del delincuente que mejor pague; un Congreso al servicio del mejor postor de leyes; y una prensa prepaga. En este sentido, hablar de cambios, es casi imposible.
En ese panorama descrito, surge la figura de Gustavo Petro, quien ni es revolucionario, y mucho menos marxista, como quieren hacerlo ver sus contradictores “mercachifles” (porque burguesía no existe en Colombia), sino que es más bien un reformista liberal, que, desde los debates contra el paramilitarismo y el Estado mafioso, se erigió como un vocero político de cambio, hasta haber llegado a la presidencia en contra del establecimiento corrupto y mercachifle.
Gustavo Petro lo que ha venido proponiendo, es simplemente sentar las bases un pacto social capitalista, no más. Un capitalismo al estilo calvinista, ese capitalismo que se consolidó en Holanda en el siglo XVI sobre la base de una ética sustentada en el trabajo productivo; el reconocimiento del contrario como competencia más no como enemigo; el disponer de la riqueza para el desarrollo del país y poder disponer de un excedente para ser distribuido en beneficios sociales hacia los sectores necesitados; el valorar al rico, pero tener presente al pobre para que sea capaz de educarse y salir adelante; pero sobre todo, el reconocer, que, donde hay producción, comercio y riqueza, debe haber paz, porque la razón de ser del comercio, es la paz.
En este sentido, educación gratuita a todo nivel, posibilidad de pensión para todos los colombianos, la salud como bien público y no como mercancía de grupos financieros, acceso digno al trabajo, no son más que simples reformas liberales, las cuales, desafortunadamente el mercachifle colombiano que solo piensa en su riqueza personal y familiar basada en la corrupción y defendida por medio de la violencia paramilitar, no es capaz de entender que el ser burgués, es ser agente de cambio. Y al ser dominante este tipo de poder mafioso, dicha razón de ser ideológica se trasmuta a una población, que más que pobre, está sumida en la ignorancia total, hasta el punto, que hoy, la supuesta elite educada en Harvard, ha sucumbido al rabal del mercado de la ignorancia lumpezca de desconocidos individuos que a base de gritos se suben a los estribos del Congreso a vomitar bazofia surrealista.
Dice Hegel, ese gran pensador burgués que nunca han leído los mercachifles colombianos, que, “todo lo real es racional, todo lo racional es real”. Pero en Colombia, lo “irracional” se ha convertido en realidad, y lo racional” en irracionalidad.