Recientemente, las declaraciones del presidente colombiano sobre el triunfo de la «extrema derecha» en Argentina han despertado controversia y preocupación en el ámbito político latinoamericano. Su afirmación, que causo gracia en el presidente de El Salvador, sobre el lamento por la elección argentina, es un eco desafortunado de una mentalidad que minimiza la importancia de la memoria histórica y subestima las consecuencias de un giro político hacia posturas extremistas.
El retorno de una retórica que exalta la polarización y la ideología de derecha en Argentina no solo es preocupante por sus implicaciones internas, sino también por el mensaje que envía a toda América Latina. La historia nos ha enseñado dolorosas lecciones sobre los estragos que pueden provocar regímenes autoritarios y dictaduras, y el caso argentino es un recordatorio latente de ello.
El período oscuro de la dictadura militar argentina dejó un rastro de muerte, desapariciones y miseria que aún perdura en la memoria colectiva. La represión despiadada y el desmantelamiento de las libertades individuales son cicatrices imborrables en la historia de Argentina. Ver con indiferencia o incluso con beneplácito el regreso de posturas políticas afines a esa triste página de la historia no solo es insensible, sino que constituye una afrenta a la lucha por la verdad, la justicia y la democracia en la región.
La democracia no debería ser un terreno fértil para el retorno de ideologías extremistas que arrastran consigo la negación de los derechos humanos y la exclusión de sectores sociales vulnerables. La polarización extrema y el menosprecio por la diversidad ideológica son factores que socavan los cimientos de una sociedad justa e inclusiva.
La preocupación por el resurgimiento de posturas que se alinean con la derecha extrema en Argentina no es simplemente una cuestión interna. Se trata de un llamado a la solidaridad y a la defensa de los valores democráticos en toda América Latina. El lamento por el avance de estas posturas no es una cuestión de partidos políticos, es un grito de alerta frente al riesgo de retrocesos en derechos y libertades fundamentales.
La indiferencia o el apoyo tácito a líderes políticos que ignoran o minimizan las tragedias del pasado, como lo ocurrido durante la dictadura en Argentina, solo perpetúa la posibilidad de que episodios dolorosos se repitan en cualquier lugar de nuestra región. Celebrar el regreso de ideologías que no cuestionan ni rechazan estos pasajes oscuros de la historia argentina es, en esencia, ignorar las heridas abiertas y menospreciar el sufrimiento de millones.
Nuestro llanto como pueblos latinoamericanos no es solo por lo ocurrido en el pasado, sino por el temor legítimo a que las decisiones políticas actuales desencadenen un retorno a escenarios de dolor, opresión y exclusión social. Es hora de levantar la voz y unirnos en defensa de la memoria, la justicia y la construcción de sociedades que abracen la diversidad, la igualdad y la dignidad humana.
El triunfo de la extrema derecha en Argentina no solo es una cuestión de política interna, es una llamada de alerta para todos los defensores de la democracia y los derechos humanos en América Latina. Ignorar este llamado sería condenarnos a repetir los errores más oscuros de nuestra historia común.
Por eso, desde esta trinchera le decimos a Bukele, que contrario a él, un hombre que viola sin dudar los derechos humanos, que deja morir a personas señaladas injustamente de delincuentes por tener tatuajes, una persona que está arrastrando a toda una sociedad al borde del abismo moral y ético, que nuestra voz no se silenciará ante la barbarie que lideran personas como él que desconocen las libertades y derechos de todo ciudadano. Bukele, en sus ínfulas de macho, señala llorar como una debilidad, llorar no es de débiles, nacimos llorando porque llorar es coger aire, sacar lo que nos duele y seguir adelante.
Y sí, Bukele se lo gritamos llorando, para tomar fuerza y derrocar a tiranos como usted.