Crear confianzas fue una estrategia que la lucha política desde las armas se convirtió en seña fundante para el M-19, por ello, aquel 9 de enero de 1989 consolidábamos una etapa más en el camino de buscar la paz y la democracia al firmar un compromiso por la paz y la reconciliación nacional, propuesta casi increíble hoy, al hacerla desde las armas revolucionarias (en esa época).
Y sí, fue en enero de 1988, desde las iniciativas de dialogar como mandato para el M-19, cuando fue posible la síntesis de su propuesta al decretar una tregua unilateral a las Fuerzas Armadas, al tiempo que convocaba al país a batallar por la vida y la democracia como caminos expeditos para lograr la paz, sin olvidar la lucha contra la hegemonía que asfixiaba a la sociedad en su máxima expresión: la oligarquía Colombia.
Ahora que se debate entre la confianza necesaria para entendernos desde nuestra diferencias, la discusión entre la certeza y la mezquindad, entre la intimidación de las armas y los recelos por los incumplimientos históricos de nuestra mermada tradición, hablar de treguas o proponerlas por alguna de las partes, ya sean grupos narcotraficantes, o guerrilleros, o de autodefensas, o pandillas superiores, por llamarlos de alguna manera, se ha convertido en disculpa, distracción o embeleco donde se enreda en la incapacidad ya casi alegórica de no saber cumplir los compromisos, o como se decía en aquellos tiempos del año 89, cumplir la palabra empeñada.
Entonces hoy vale la pena preguntarnos: ¿Treguas para qué?
¿Acaso están pensando aún en el fortalecimiento de los propósitos fundantes de la otrora propuesta de “la toma del poder”, que hoy, por lo avanzado del conflicto y el desgaste y falseamiento de la guerra revolucionaria, ya no es posible por esa ruta? ¿O será que en verdad ese tema de las discusiones bizantinas de treguas, ya sea unilateral, bilateral o total, como lo reclama la verdadera tarea de construir la paz, es apenas una coartada que esconde la incapacidad de tomar la decisión de dar el paso final para salir de la guerra, de la violencia, del negocio de las armas y otras pulgas y seguir por los caminos de la pequeñez histórica al no asumir la grandeza que el hoy, para el mañana, reclama de los que aún se sienten en armas con algo de poder?
Hoy con la oportunidad de cambio en el corazón de este gobierno, justo en la esquina por la que doblan los caminos de la paz o de la guerra en nuestra generación y en especial para las venideras, estoy convencido, igual que hace 34 años cuando tuve la oportunidad de promover y defender el mandato de Jaime Bateman de asumir la paz como bandera y entender los reclamos del país en democracia; hoy frente al reclamo justo de buena parte de la sociedad para “ser serios “ y ganar las confianzas necesarias en la búsqueda de la esquiva, como necesaria paz, veo que este asunto de las treguas se convierte en un imperativo, más que una propuesta, en una decisión necesaria, mas que en una estrategia de alto al fuego, ¿o acaso no estamos frente al dilema de parar definitivamente la guerra y construir la reconciliación, la armonía de vivir, la justicia social, es decir, la paz total?
Lo verdaderamente necesario para dialogar y buscar la paz, más que “cese al fuego” o tregua alguna, lo que debemos parar es la brutalidad y la pendejada de los que creen que hacen la guerra.
