La medición o ranking que hizo el Ministerio de Educación sobre las universidades en Colombia, puede ser buena o mala, acertada o arbitraria; puede que sirva para pavonearse de que se estudia en una de las mejores o para sentir vergüenza del cuchitril donde recibimos clases. Pero indudablemente deja ver muchas cosas importantes.
Lo más notorio es que quien quiera estar en buenas universidades tiene que pagar o ser un genio. Entre las diez primeras, por ejemplo, hay solo tres públicas y las demás privadas. Las públicas inalcanzables y las segundas impagables para la inmensa mayoría de la gente.
Los cupos en las universidades públicas son escasos. Crecen, desde el punto de vista demográfico, de manera lentísima y por eso entrar a la Nacional o a la de Antioquia se convierte en una proeza en las pruebas del Icfes. Es decir que un joven de estrato bajo que ha estudiado en colegios de baja calidad académica o en zonas rurales donde la calidad de las instituciones educativas es tan mala como la condición de vida de las familias, verá el ingreso a una de estas universidades como un viaje a la luna, ¡simplemente imposible!
En las otras, las mejores universidades privadas, los costos son la gran barrera, aunque es sano reconocer que también tienen exigencias de ingreso altísimas basadas en los resultados de los exámenes de estado. O sea, es todavía peor la situación allí porque no solo es imposible pagarlas sino también alcanzar el nivel académico exigido.
Ahora, como para obtener buenos resultados académicos hay que haber recibido una buena educación desde el grado cero, el tren de la buena educación hay que cogerlo a temprana edad y ese tren también es caro y elitista en nuestro país. Aquí los colegios públicos son malos en su inmensa mayoría. Los casos de resultados educativos aceptables en instituciones públicas en la educación básica se cuentan con los dedos de la mano y sobran dedos.
Si uno es pobre estudia en un colegio privado de mala calidad, porque los privados de buena calidad también son carísimos, tanto o más como las universidades; o entonces se estudia en un colegio público de mala calidad, por supuesto. De ahí que cuando se es pobre se está condenado a ir en el vagón de tercera clase en el tren de la educación básica y secundaria; y cuando llega al momento de bajarse de ese tren para pasar al universitario se tendrán dos opciones: buscar trabajo como bachiller o técnico o montarse en el vagón de tercera o a veces de cuarta, de las universidades privadas malas.
Esta es la realidad: En Colombia la educación buena es para los de chequera, los demás que se metan donde puedan, en cualquier universidad de garaje para que les den un título de cualquier cosa e intentar conseguir trabajo en cualquier cosa. Aquí no se está hablando de vocación profesional sino de sobrevivencia laboral.
Una verdad de Perogrullo es que la verdadera revolución en un país está basada en la educación, en ampliar la oferta educativa pública, en todo el proceso, desde grado cero hasta, por lo menos el pregrado. Porque por buenas que sean algunas privadas sus cupos son limitados y la capacidad de pagarlas más limitada aún. Si esto no cambia estamos condenando a miles de miles a estudiar “formalmente” pero no a formase integralmente y lo peor es que la educación no sería el estímulo para la movilidad social y el éxito.
Para esto no se necesitan rankings, ya las familias hacen sus propias mediciones y esas tienen que ver con en cuál logra pasar mi hijo o hija y cuál logro pagar. El ranking real es el del costo que como ya intenté explicar, también determina la calidad.
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