Un buen profesor da siempre todo de sí para que sus estudiantes sean tan buenos como él o mejores que él, y es un orgullo para él que esos estudiantes, todos o la mayoría le sigan los pasos.
Un buen profesor enseña cosas, cosas que algunos llaman saberes, otros contenidos, otros conocimientos; cosas que manda el Ministerio; cosas que hay que aprender, cosas que van a necesitar para hacerse seres útiles a la sociedad, recursos humanos, hombres y mujeres competentes, es decir, virtuosos, es decir capaces, es decir, mañosos, y es un orgullo para él ponerles un cinco, y es un orgullo para él ver sus nombres entre los cien mejores en el ICFES.
No sé si me he convertido en un hombre culto, pero puedo garantizar que ya olvidé en forma casi total lo que me inyectaron a lo largo de mis estudios primarios y secundarios, como paradójico resultado de querer enseñarnos todo[1].
Un buen profesor es un ejemplo, un ejemplo de orden y obediencia, de pulcritud y de sapiencia, de puntualidad, de seriedad, de ser adulto, hombre, ciudadano, padre, empleado, es decir súbdito.
Un buen profesor es un hombre de fe, un hombre que cree y le enseña a sus estudiantes a creer, un hombre que teme a Dios y les enseña a sus estudiantes ese temor, un buen profesor profesa su fe y se entrega en cuerpo y alma y, sin pensar en esa fe, en ser un buen feligrés.
Un buen profesor es un hombre exigente, un hombre que lo exige todo en la medida en que lo da todo. Un hombre que piensa que solo con disciplina se puede ser grande, que solo siendo obediente se alcanzan las metas, pues él ya alcanzó la suya: es un buen profesor.
Un buen profesor te pide el cuaderno, que lo lleves ordenado y que no dejes nunca de copiar lo que te dicta, y que no dejes nunca de estudiar lo que copiaste, y te examina a ver qué tanto guardaste del cuaderno en tu memoria y, periódicamente, revisa tu cuaderno y se asegura de que esté al día, de que hayas realizado los 40 ejercicios y de que hayas hecho la consulta y el cuadro y el diagrama y el mapa.
Quítate en clase la gorra, dice el buen profesor, y lleva bien tu uniforme; y el corte de cabello y los zapatos y las uñas; y escucha el himno firme y de pie, y en silencio, y mantén la distancia en formación, y no rayes la silla ni las paredes y no tires basuras ni te tires a las chicas, ni a los chicos.
No te pintes el pelo, dice el buen profesor, y no llegues tarde a clase ni al comedor, pues te puedes quedar sin el alimento del cuerpo y sin el del alma.
Y no hables en clase, dice el buen profesor, y no preguntes lo que él ya te explicó y nunca repliques ni des tu opinión, pues él, que todo lo sabe, tiene siempre la razón, es un buen profesor.
Haz sólo lo que yo digo, dice el buen profesor, porque yo vine a educarte y tú viniste a obedecer; pues yo tengo la experiencia y tengo todo el saber y únicamente actitud es lo que debes tener, una actitud bien sumisa de callar y de creer, pues toda tu gran ignorancia, Dios y yo te haremos perder, y de ti una mansa oveja vamos a hacer. Y así, con rima consonante y todo, le sale el discurso al buen profesor.
Todo eso y mucho más dice un buen profesor, y entenderá este texto el buen profesor y se sentirá orgulloso de ser un buen profesor y amará sobre todas las cosas su facultad de educación y su Alma Mater, divulgará su experiencia en el portal Colombia Aprende y será ejemplo vivo de Ministras y Secretarios de Educación.
Personalmente tengo aún mucho que aprender de mis estudiantes, tengo aún mucho camino por recorrer en este mundo de la educación en el que me metí, sin mucho convencimiento, hace ya algo más de una década, y del cual ya no quiero salir. Me falta mucho para ser ese Maestro de Flober Zapata y no quiero ser su profesor. No quiero ser ni ser llamado más un “buen profesor”, el buen profesor que necesitan nuestras nuevas dictaduras disfrazadas (mal disfrazadas) de democracias; me niego a aceptar que se me vuelva a llamar buen profesor, porque ese buen profesor, como lo dijo Sábato en el texto citado,
Es el profesor que ve en el alumno a un enemigo potencial, no a un hijo que debe amar; el que practica una disciplina siniestramente coercitiva, muchas veces para ocultar su ignorancia y sus debilidades; el que únicamente sirve para fabricar repetidores y memoristas, que castiga en lugar de formar y liberar; el que califica de "buen alumno" al mediocre que acata sus recetas y se porta bien. Tipo de profesor que al fin ha encontrado su tierra de promisión en los países totalitarios, en los que el saber y la cultura son reemplazados por una ideología.
Jorge Luis Borges dijo alguna vez algo así: “Que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los que he leído”. Tomo esa frase para decir, como docente que ellos, los buenos profesores, se enorgullezcan de lo que enseñaron a sus alumnos, permítanme que yo me enorgullezca de lo que he aprendido de ellos.
[1] Ernesto Sábato. Apologías y Rechazos. Sobre algunos males de la educación, 1979
* Maestro de Lenguaje de la Escuela Rural Palmira, del municipio de El Peñol (Antioquia).