Bucaramanga vive un asesinato de esperanzas

Bucaramanga vive un asesinato de esperanzas

El desarrollo inmobiliario acabó con las costumbres

Por: José Rubio Martínez
noviembre 29, 2013
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Bucaramanga vive un asesinato de esperanzas

Hace poco más de cinco años llegué a Bucaramanga y conocí de cerca lo que en aquel entonces era una vida provinciana, tanto en sus ritmos como en las formas de vida, en sus temas de conversación y en las maneras de vestir, aquí un semáforo en rojo era sinónimo de trancón, pero ya no quedan casi rastros de aquello, ni de la comunidad que se reunía, ni de lo que alguna vez se llamó la ciudad de los parques y mucho menos de lo que se insiste en denominar como la ciudad bonita.

Ahora se alzan por doquier edificios de jaulas que llaman apartaestudios o dizque apartamentos. Por todas partes van surgiendo los centros comerciales de mediana envergadura y uno que otro de, se supone, altura internacional. Algunos lanzan la idea burlona de que es en estos fortines en donde se manifiesta la vida, el placer y la amistad, el encuentro de la comunidad. Aquí se les venera, son un acontecimiento. En esta pequeña ciudad, que difícilmente alcanza el millón de habitantes, es todo un evento la inauguración de estos espacios. Se les bendice y se les oficia misa y, por supuesto, no pueden dejar de asistir las élites provincianas a esas ceremonias ampliamente reportadas por los medios de comunicación locales.

Los parques se han dejado a su suerte; la seguridad solo existe en el papel y en la invalidez fantasiosa de unos cuantos. Las instituciones se encuentran, como en buena parte de Colombia, colapsadas; entre otras razones porque ya son bastantes los que, después de tanto abuso y olvido, no guardan confianza en las propias autoridades y por ello los pocos mecanismos de prevención se han ido dilapidando. Acaso quienes pueden tener cierta calma son los más prósperos, quienes cuentan con unas fronteras de acero siempre resguardadas por la seguridad privada, por las cámaras y las patrullas permanentes que en otras partes escasean, partes a las que muchas veces no llegan.

En medio del desarrollismo empujado y alentado por los gurús de las máquinas, gran parte de ellos tecnócratas y tecnólatras convencidos, se ha venido acabando con la ciudad y la vida. Se les ha reducido a la incapacidad, a la impotencia manifiesta en el momento de garantizar unas condiciones mínimas de habitabilidad y sostenibilidad para sus gentes. Son esos gurús quienes se encargan de echar el cuento de que más edificios se traducen en más desarrollo, de que un monumento a Cristo que saldrá por la bobadita de 45 mil millones le cambiará el rostro ya no a la ciudad, sino al departamento.

De la palabra y la participación sobre la vida, de la manifestación sobre los temas importantes que competen a todo ciudadano, se pasó a la guía de los discursos hegemónicos; del saludo con el vecino que se sentaba en su mecedora junto a la entrada de su casa, se pasó a la del viejo aislado en su jaula, abandonado a su suerte en medio de cuatro paredes; son varias las juntas de acción comunal que se convirtieron en fortines de la politiquería y la mediocridad, no en espacios para el diálogo, el goce, el aprendizaje.

En consecuencia, muy pocos mueven un dedo al respecto porque la lógica de la vida se transformó y las ideas modernísimas están a la altura de la fe: el sistema de transporte masivo trajo consigo el vértigo; la evidencia sobre el aumento de las pandillas y la presencia de grupos ilegales son pan de cada día sobre el que las principales autoridades guardan silencio, silencio que solo se rompe para decir que no está probado que existan; muchachos que van para arriba y para abajo esperando romper alguna costilla brillan a lo lejos; los colegios están cruzados de brazos porque la burocracia se los llevó por delante con sus planes de gestión de calidad en los que no se trata con seres humanos sino con clientes y ni qué decir de buena parte de los universitarios, allá ocupados con sus promedios y sus cartones, cuando no están completamente inmersos en la bobada.

De estos años, de todo lo anterior, alguien podría sintetizarlo diciendo alegremente que estamos ante un conjuntos de fenómenos típicos del mal llamado desarrollo, pero lo que no se piensa es que estas ciudades pequeñas, como Bucaramanga, se están convirtiendo en espacios perfectos para que anide y algún día salga una violencia del fondo del corazón, una que las relativamente grandes ciudades del país no han visto despertar del todo porque algún espacio para la reunión sincera queda, algún lugar para el ocio provechoso y digamos que un poco para el trabajo, pero aquí ocurre todo lo contrario, buena parte del poder parece empeñado en atacar cada una de esas posibilidades y en llevar a cabo un asesinato de esperanzas.

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