Me encontré esta hermosa definición en el muro de Facebook de Fulgencia Libertaria, joven amiga quien le apuesta a ejercicios de crianza feminista y libertaria con su pequeña Samali. Dice así:
''Esperanza: pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Semilla que lanza al aire la sedienta planta en su último estertor, antes de sucumbir a la sequía. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche de tormenta. Deseo de vivir aunque la muerte exista''. Leola, Historia del rey transparente (Rosa Montero).
Es sobre esas briznas de esperanza que hoy quiero hablar. Ya he dicho que el imperfecto proceso de paz me parece un pálido reflejo azulado en medio de la larga, tenebrosa, rutinaria y aburrida noche de tormenta que significa el conflicto armado en el país.
Otra brizna de esperanza que enciende luces en este país sombrío, es que en esta semana posiblemente la Corte Constitucional apruebe la adopción de la hija de Ana Elisa Leiderman por parte de su pareja, Verónica Botero.
Este país por siglos ha condenado a la infelicidad a más de la mitad de sus habitantes: las mujeres, los hombres que se salen del molde patriarcal, las personas que aman diferente, desean diferente, gozan de su cuerpo y su sexualidad más allá del deber ser y los catecismos. Aquí, como dicen las amigas costeñas, el estado laico “no ha pegao”. Las iglesias se han inmiscuido en la totalidad de la vida: han pontificado sobre cómo hacer los hijos, dónde, en qué posición, los nombres que deben llevar, la educación que se les puede o no dar.
Se han inmiscuido debajo de las sábanas, opinando y aconsejando sobre asuntos que supuestamente no conocen para nada, dados sus votos de castidad. Incluso en aquellas Iglesias que permiten el matrimonio de sus ministros, es dudosa la autoridad moral y científica de estas personas para opinar, aconsejar y mandar sobre la vida íntima de su feligresía.
Son evidentes las contradicciones de las Iglesias acerca de los temas sexuales y reproductivos. Condenan por ejemplo el aborto en cualquier circunstancia y se hacen llamar “provida”. Sin embargo, la calidad de la vida de estos seres nacidos a la fuerza, sin pasar por el deseo y la decisión, no les importa en lo más mínimo. No hay grandes inversiones de las Iglesias o programas para, por ejemplo, subsidiar la crianza de los hijos e hijas que nacen con malformaciones congénitas. La responsabilidad total es de la madre y si está de buenas, del padre.
Para no poner casos extremos, volvamos a los cientos de niños y niñas abandonadas por orfandad, guerra o pobreza. No hay suficiente sensibilidad en la sociedad ni suficiente aporte desde el estado para asumir su crianza como responsabilidad social.
De manera que pasan los años esperando que alguna pareja quiera adoptarles, hacerles lugar en sus vidas y sus corazones. Pero atención: si la pareja amorosa, generosa y con posibilidades de cambiar la historia de abandono de la criatura está conformada por dos personas del mismo sexo, recaerá sobre ella todo el peso de la moral obsoleta que prefiere una niñez abandonada a su suerte.
No hay ningún argumento válido para esta oposición: la orientación sexual no se contagia ni se hereda. Si así fuera, las personas homosexuales no hubieran sido en su gran mayoría hijos e hijas de parejas heterosexuales y patriarcales como las que más. La influencia en la crianza de los hijos e hijas no depende del sexo de los padres, sino de la dinámica de las relaciones familiares, como lo han demostrado abundantes estudios.
De manera que, posiblemente este jueves se dé un hecho histórico en este país que signifique una semilla lanzada al aire en medio de la sequía de leyes justas y reconocimiento efectivo de derechos. Tal vez se empiecen entonces a multiplicar las crianzas humanizadas, los hijos deseados, el amor sin distingos ni mandatos contra la felicidad.
Posbrizna: Me llena también de esperanza la campaña liderada por Yoreli Rincón, capitana de la Selección Colombiana de Fútbol de Mujeres, en busca de la equidad de género en el tratamiento y respaldo que se da a las selecciones nacionales de fútbol. Es evidente la diferencia en el trato y el cubrimiento a los certámenes futboleros. Mientras en el fútbol masculino se cubren hasta los entrenamientos, partidos amistosos, lesiones y recuperaciones de los jugadores, las copas femeninas son invisibles para los medios, incluso aquellas que definen participación en mundiales.
Tal vez cubrir el fútbol femenino sea también una oportunidad para hacer otro tipo de cubrimiento y de narración, menos vociferante, que dé contexto y haga pedagogía de los conflictos, de las pérdidas, del trabajo en equipo, de los liderazgos colectivos y de la posibilidad de celebrar sin empobrecer o arriesgar las vidas. Como dice Rosa Montero, que nos encauce la pasión hacia “el deseo de vivir, aunque la muerte exista”.