El criterio es una de las cualidades más raras que puede tener un ser humano. Por eso es que no sabemos escoger ni siquiera quién nos va a mandar. Si no sabemos votar por nuestros dirigentes, ¿qué vamos a saber sobre las cosas que vemos, que consumimos? Hace unos meses Netflix se lamentaba de que debería cancelar series como Anne whit an E porque se quedó sin público. En el momento en la que la serie -que resume todo lo más hermoso del mundo- salió nadie la vio. Fue un descubrimiento tardío. Hoy en día muchos suplican porque se continúe con esta maravilla pero, a lo sumo HBO tomará el proyecto y hará con ella una película para cerrar con las aventuras de esa sabia jovencita.
Love, el proyecto de Judd Apatow, se hundió después de su tercera temporada y los que la hemos visto y amamos las comedias románticas, sabemos que es difícil encontrar una serie que nos despierte tanta empatía, lo mismo sucede con la magistral Glow, ninguneada por los premios y por la gente que paga Netflix. Después de su cuarta temporada se cerrará para siempre.
Pero uno ve que a Bridgerton le va bien e inmediatamente uno se llena de rabia y recuerda que esta gente que convirtió al novelón gringo en la serie más vista en la historia de la plataforma es la misma que votó por Duque o por Boris Johnson. Es como si la II guerra la hubieran ganado los malos. No me juzguen mal, amo todas esas historias adaptadas de las novelas de Jane Austen, considero que Downton Abbey está entre las mejores series de todos los tiempos y cada vez que vuelvo a ver Sensatez y sentimientos lloro mientras me como a dentelladas una chocolatina inmensa. Bridgerton es a los dramas ingleses de época lo que es Crepúsculo a las novelas de vampiros de Le Fanú, una solemne porquería.
Nada, ni siquiera lo bueno que está, justifica la pésima actuación de Regé-Jean Page, el duque que se convirtió en el hombre más deseado del mundo. No puedo creer que esa nulidad llamada Phoebe Dynevor sea nuestra heroína, la mujer por la que el apuesto Simon Basset romperá todas sus promesas. No he leído las novelas de Julia Quinn pero, aunque la historia es sólida, son los problemas de ejecución los que convierten a Bridgerton, sobre todo después del quinto capítulo, en este empalagoso pastel que es devorado por millones de personas alrededor del mundo.
Y mientras pasa esto, Emma, una preciosa adaptación de la novela de Austen, es estrenada en HBO y nadie la ve. Una muestra mas de que Anya Taylor-Joy- la de Gambito de Dama- es la actriz del momento. Emma posee algo que debe tener por obligación una historia de época: una precisa y preciosa dirección de arte, cualidad de la que carece por completo Bridgerton. ¡Qué decorados más feos! ¡qué vestidos tan planos, desprovistos de cualquier tipo de investigación! Decía Kubrick que toda película histórica pertenecía a la Ciencia Ficción porque se debería reconstruir un mundo que ya no existe. Una lástima porque la fotografía es tan fea que muchas veces uno cree que esos campos de York donde fue filmada la serie son parte de un decorado de estudio.
Pero, cuando no hay criterio, se aceptan todos estos defectos y se queda en la belleza de un nulidad como ese Conde, o Duque, que parece ser el gancho por el que se a abrazado, con una pasión inusitada, una serie tan corriente como Bridgerton.
