El Brexit es uno de los temas apasionantes que agita el mundo de la política y de la economía de hoy. Míreselo de frente o de perfil tiene sus rasgos de bastardía, de ilegitimidad que se pierden en la famosa niebla londinense. La pregunta que se hizo aquel 23 de junio de 2016 —día del referéndum—, de ribetes hamletianos, llevaba el veneno por dentro: "¿me voy o me quedo?", es dividir una sociedad, polarizarla, azuzarla una contra otra, para debilitarla e impedir que la sangre llegue al cerebro. Jóvenes contra viejos. The Sun, el diario más leído, de Rupert Murdoch, pedía el Brexit (salir UE) para liberarse de la “dictadura de Bruselas”; The Financial Times pedía “seguir en la UE” para ir contra el acto de “automutilación”.
El tufillo de bastardía entorpecía la respiración. Pugnaban por rechazar la inmigración, que en realidad es pura xenofobia. ¿Qué hacían los ingleses en la India de antes de Ghandi, o en Hong Kong? La falsa idea —que insólitamente vende bastante entre los incautos— de recuperar la antigua grandeza. Un grupo de exalumnos de Eton —dice John Burdett— claman por el mito de la Inglaterra heroica (de la que ellos hacen parte) invocando hazañas ultramarinas, en realidad ficticias porque Inglaterra se enriqueció verdaderamente en la época de la esclavitud y del tráfico de opio. Ni se diga la cantidad de embustes y engaños que salieron a relucir. Esa bastardidad privilegió lo ilícito como virtud y dio paso al "todo vale", como en la lucha libre. La mentira se enalteció, Boris Johnson —hoy tiene el voto de 114 diputados, por la sucesión de Theresa May— fue acusado de mentir presuntamente, dando unas cifras irreales. Aunque los jueces ya desestimaron la acusación porque se trataba de “una afirmación política, abierta a contradicción y debate”, (por tanto, en política todo es permitido). Se recurrió al crimen, la joven diputada laborista Jo Cox fue asesinada ocho días antes de la votación, defendía la permanencia, pero un perturbado mental de extrema derecha puso fin a su vida, (el autor ya fue condenado a cadena perpetua por el homicidio).
Sin embargo, el Brexit es hijo legítimo de Margareth Thatcher y de la crisis económica que trituró al capitalismo en 2008. En octubre de 1986 se produjo lo que se conoció como "el bing bang de Thatcher", que desreguló la bolsa de Londres, desintegró las comisiones y atrajo a esos lobos insaciables que son los bancos estadounidenses y europeos a la City (el epicentro de la economía mundial). La cultura antigua de transacción de acciones pasó a manejarse electrónicamente. El tijeretazo se hizo en un solo día.
Con la desregulación se sembró la semilla que dio paso a todos los abusos del sector financiero y dio lugar a situaciones anómalas: bonificaciones extravagantes, brokers que brindaban con Moët & Chandon y vestían Hermenelgidos Zegnas por sus opíparos ingresos debidos a bonos y acciones empresariales infladas arteramente. Las finanzas y las industrias pocas veces habían tenido resultados tan solventes. Pero se iban a pique los pequeños comerciantes.
A la señora Thatcher la apodaron "la dama de hierro", pero el hierro es un material noble, muy útil. Mejor sería decir que se inhumanizó. ¿Fue a raíz de su matrimonio con Denis, un rico hombre de negocios? De química que era pasó a manejar el Estado y a codearse con la Alta nobleza británica. Como Angela Merkel, de física a manejar la República Federal alemana. Es como si se hubiera desnaturalizado. Siendo ministra de Educación suprimió un vaso de leche que se daba en las escuelas públicas. Dejó morir en la cárcel a Bobby Sands en su huelga de hambre antes que ceder a sus principios políticos. Absoluta indiferencia hacia los marinos argentinos de islas Malvinas, apoyó a Pinochet en prisión en Londres y guardaba silencio ante el apartheid.
Se refugió la Thatcher en su rostro adusto, infranqueable, lavado de cualquier mueca compasiva. Su hazaña fue imponer el guion que ella se propuso, imponía un nacionalismo británico contumaz y a ultranza. ¿Qué es el Brexit? Desconfianza hacia Europa y nacionalismo puro y duro. Eso es de estirpe thatcheriana. Le encantaba decir: “Nosotros, los británicos, tenemos un sentido natural y lógico de lo que es la justicia”. Solo ella poseía la norma. En las discusiones con Bruselas su voz tronaba, no admitía apelaciones y sus argumentos iban a misa. Lo multicultural le importaba un rábano. Su universo era protestante, blanco y anglosajón. Ella creció, como toda su generación, con el recuerdo del Imperio. De ahí su tendencia a imponer su palabra. Por eso le aparecía inadmisible delegar decisiones en un parlamento ajeno a ella, y en las antípodas de Estrasburgo.
Se sentía el guardasellos de la Corona, de ahí que pensara que la soberanía es intransferible. Si hoy le preguntaran a Thatcher, ¿Inglaterra le debe algo a la Unión Europea? En absoluto, diría con gesto impertérrito —postura esta que los brexíteres de hoy han copiado de ella—. Pero se debe recordar que antes de que Thatcher fuera algo, en 1976, Reino Unido estaba en bancarrota. Igual que Macri hoy en Argentina, con un peso devaluado, lleno de pobres por todas partes, emitiendo papel moneda que desboca la inflación, con una tasa de cambio que ha arruinado la economía. Para salir de ese agujero negro, Inglaterra, igual que Argentina el año pasado, pidió un préstamo al Fondo Monetario Internacional —unos 50.000 millones de dólares de los de hoy—, a cambio de medidas draconianas como es el estilo del FMI. La corona británica de S.M. la reina Isabel se arrodilló ante el FMI, si no se iba a pique como el buque Belgrano que Thatcher hundió en Islas Falkland. Y es en gran parte, gracias a Europa, —reconoce John Burdett en un artículo para Bangkok Post— que Inglaterra ha prosperado.
No es que Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, tenga la verdad. El 3 junio de 2016 se reunió con George Osborne, ministro de Hacienda de David Cameron, y fue claro en su planteamiento, con un mensaje simple: “Un voto para dejar la Unión Europea sería terrible para la economía británica”. Y una de las virtudes o desgracias que hoy deja el Brexit es que la City, esa City que Thatcher modeló a su antojo, esa City con 1.400 instituciones financieras extranjeras —que Thatcher atrajo—, de ellas un tercio son americanas, otro tercio suizas y el resto son del mundo entero, va a perder su estatus y Nueva York se va a convertir (o ya lo es) en el centro financiero mundial. Aquí hay un drama encerrado, que ni Shakespeare entendería, la City no quería el Brexit, pero detesta a Europa. Esto es otro rasgo de la herencia de "la dama de hierro". Su sombra y su mano, 40 años después, se palpa en muchas posturas. Y según Nick Pattinson, a cualquier político conservador con ambiciones se le ha exigido adorar en su altar a la beata Margarita.
Además de Thatcher, el Brexit hunde sus raíces en la crisis de 2008, en la que sus imprudentes préstamos hipotecarios casi destruyen el sistema financiero mundial. Esto es más reciente que la política thatcheriana y un poco más fácil de digerir. Brexit no es solo la crisis de Gran Bretaña, sino de todo el conjunto europeo. Pero Gran Bretaña la ha aprovechado, creyendo que lo más útil para ella era dejar Europa. Eso votó en 2016. Tony Blair anotó: Abandonamos la mejor unión política y el mayor mercado comercial del mundo. La crisis del 2008 hizo que los bancos cerraran toda posibilidad a acceder a créditos. Se dispararon los embargos de vivienda y el crecimiento británico se ha visto limitado y en ocasiones la recesión también ha impuesto sus leyes. Todos estos problemas llevaron a votar a favor del Brexit, que agregó otros problemas como la deslocalización de empresas. Panasonic trasladó su oficina central de Europa ubicada cerca de Londres a Amsterdam, por poner un ejemplo. Ha generado salida de capitales como el movimiento de Jim Ratcliffe, una de las grandes fortunas británicas, en agosto de 2018, se llevó sus millones de libras esterlinas para Mónaco.
Lo que viene nadie lo sabe. Sí es seguro que vendrán muchos sudores, lágrimas y sangre, como dijo Churchill. Gran Bretaña podría triunfar. La Unión Europea podría no triunfar. En uno y otro bando hay muchas dificultades. Hubo una unión monetaria precipitada. Las economías son muy dispares, Bulgaria y Rumanía no se pueden equiparar a Alemania o Italia. Todo está por hacer, aunque se ha avanzado. Lo mejor es que el Brexit ocurra ya. Boris Johnson anuncia que de ganar, el 31 de octubre se cierra este capítulo.
Ya es hora de escribir un nuevo capítulo de este libro excelso que es la historia de Gran Bretaña, con todas sus tonalidades. Que sea bastardo o legítimo, da igual. Ya estamos en otros tiempos —no es que se haya acabado la oscuridad—. Que nadie tenga miedo, ni Europa. Parodiando a Ortega y Gasset: europeos, a las cosas.