“Pero hay algo que viene de nosotros mismos, que es una realidad invisible, pero interiormente verificable, que puede concebirse en todo instante y que no nos atrevemos jamás a admitir: es la muerte, el verdadero criterio” (Cioran).
Afirma Cioran que la vida es difícil de concebir, mientras que la muerte no. La vida tendría innumerables significados, habría una amplia gama de valoraciones sobre la vida. En cambio la muerte es certera, aunque la ignoremos. Yo digo que la vida es un valor espiritual y ético que se asienta en la biología, lo mismo que la muerte, solo que esta es más certera. Y desde su hondura nos interroga, y la ignoramos, pero luego nos lleva. Lo malo es cuando la muerte impera por obra del poder, cualquiera que este sea, político, económico o ilegal. Las más de las veces, desde la podredumbre misma que corroe a la vida, a esa vida que no se respeta, por el ansia delirante de poder; y es por eso que tomo prestado el título de este artículo, de un libro de Cioran: hoy podemos hacer un breviario de podredumbre.
Hoy la muerte sigue su curso de siempre, pero con la revolución mortal del COVID-19, surgen mil preguntas sobre el destino de la humanidad, que no se pueden responder sencillamente. Pero algo podemos decir de la coyuntura y su podredumbre. La muerte sigue su curso perverso en los asesinatos que ocurren en Colombia. ¿Cuántos meses hace que el presidente de la nación dijo que enviaría un batallón al Cauca para controlar la muerte agenciada por los ilegales? ¿Ha ocurrido algo nuevo? Lo nuevo es que hace unos días murieron diez líderes sociales en el Cauca. Los discursos de Duque no sirven para nada.
Novedad que se colma con otras, porque también lo nuevo es que lo viejo vuelve con otros perfiles. Vuelven las chuzadas como forma de la podredumbre de un poder, que Duque dice ignorar en donde se origina, mientras defiende con candor o cinismo, que hay que defender la libertad de expresión. No le creemos a Duque ni a su ministro Trujillo. En su partido hay gentes que por tradición, y por el poder que ostentan, podrían estar dirigiendo la red de espionaje que se destapó parcialmente en Semana. Es la podredumbre de un poder, junto a o detrás del presidente, poder que reafirma el autoritarismo y se aprovecha de la pandemia para actuar. Un poder que corroe la precaria democracia colombiana y añora cerrar el Congreso. No les basta con tenerlo controlado por la corrupción y el clientelismo. Como dice uno de sus áulicos: el presidente debe mandar, y está mandando. Pero cuando manda, bajo la emergencia económica y demás instrumentos constitucionales, entonces paga un contrato con un viejo amigo (Du Brands) para mejorar su imagen, refuerza los privilegios de los bancos, y compra camionetas blindadas y armas para el Esmad, sabiendo que ese estado de excepción le permitiría reorientar gastos para combatir la pandemia.
La imagen del presidente no se puede mejorar realmente, él ya hizo lo suyo, esa plata va a ir al bolsillo de sus amigos, y maquillarán un poco la gestión de Duque para que suba en las encuestas. Quizás sirva ese dinero como una estrategia podrida para trabajar en llave con el espionaje, y así preparar la hegemonía del partido de gobierno en el poder. Lo vienen haciendo desde hace veinte años, con el traspié de que Santos les volteó la arepa. La hegemonía es lo que interesa al CD. Por eso refuerzan la seguridad en beneficio del aparato represivo del Esmad. Ya lo dijo Álvaro Uribe en una playa de Santa Marta: “no vamos a permitir que la izquierda suba al poder en este país”. Quieren continuar en el poder. Mientras tanto Duque aprovecha la difícil coyuntura para mejorar su imagen, comunicando por la televisión con los ciudadanos. Se acostumbran a verlo como un protector que trabaja en equipo, y en bien de la gente. Atrás quedó la pesadilla del paro que conmovió a Colombia a finales del año 2019. Esas reivindicaciones ya no cuentan.
Pero la podredumbre se refuerza en todos los órdenes. Se patentiza la crisis del sistema de salud y nos bastan las imágenes recientes de muebles, archivos y camas, arrumados en los hospitales, como si hubiera habido una guerra. Entonces llega tardíamente el gobierno a la ciudad de Leticia, cuando ya se han consumado varias muertes y los médicos han renunciado a su labor por el miedo de morir. Se patentiza la podrida vergüenza de nuestras cárceles, pues un preso tiene derechos elementales que la nación le niega, entonces el virus entra a las cárceles y produce verdades terroríficas.
Se patentiza la precariedad del papel del Estado en la vida social y económica, que hoy más que nunca, implicaría una reorientación del modelo económico. Varios aspectos apuntan en esta dirección: el Estado debe redistribuir el ingreso y generar impuestos progresivos, el Estado debe salvar el agro colombiano y defender a todos los productores de comida. El Estado debe cambiar poco a poco su dependencia del petróleo y los minerales para su financiación. El Estado debe emitir moneda y orientar ese dinero hacia toda la economía, con un criterio justo, en bien de todos los sectores, pero sobre todo de los pobres y de los pequeños empresarios del campo y de la ciudad. Si algo enseña la pandemia, aún con más fuerza, es la bancarrota del neoliberalismo, y el mundo entero tendría que ver cómo financia la reapertura económica. Pero lo probable, desgraciadamente, es que los pobres y los pequeños empresarios tendrán que enfrentar una crisis enorme. Veremos cómo se aborda esta encrucijada bajo el mandato de un ministro como Carrasquilla, que hace unas semanas pedía con cinismo una nueva reforma tributaria.
En el mejoramiento de la imagen del presidente, él cuenta con al apoyo del fiscal Barbosa, su amigo entrañable; pues no creo que vaya a concluir ningún escándalo reciente, ni futuro, con castigos. Ni Odebrecht, que ya parece historia antigua; ni las declaraciones de Aída Merlano; ni mucho menos la ñeñepolítica, destapada valientemente por Gonzalo Guillén y Julián Martínez, a quienes vienen persiguiendo y acosando con espionaje; ni, por supuesto, el podrido espionaje desde la cúpula del Ejército. La imagen consiste precisamente en maquillar, en tapar. Y un fiscal de bolsillo ayuda mucho en ello, junto con un Congreso en su mayoría complaciente y unido a las corruptelas regionales. Hoy en Colombia nos acercamos a un autoritarismo con visos de dictadura.