Se aproximan las elecciones presidenciales en Brasil y hoy muchos nos preguntamos si la expresión popular en las urnas logrará mantener abierta la senda democrática que se abrió con los periodos presidenciales de Luis Inácio Lula da Silva y que hoy continúa en cabeza de Dilma Rousseff, o si por el contrario se cerrará para abrirle paso al devastador modelo capitalista, bajo el disfraz de socialismo, que propone Marina Silva. El próximo mes de octubre se decidirá en primera y segunda vuelta el modelo de país basado en las sucesiones políticas sociales del Partido de los Trabajadores (PT) o en las nuevas políticas que engendran modelos de exclusión social y desintegración latinoamericana.
La contienda democrática enfrenta hoy los objetivos de profundizar un modelo democrático, pluralista y con contenido social, a un modelo aperturista donde, sin duda, se pone al mercado y sus dinámicas con mayor protagonismo. La contendora de Dilma, Marina Silva, ha coincidido en diversos escenarios con el candidato de la derecha Aécio Neves, en sus plataformas políticas y propuestas no solo en los ámbitos económicos sino en sus decisiones sociales e internacionales. Tanto es así que mientras Dilma ha fortalecido la autonomía, soberanía y determinación de los pueblos en organismos alternativos de poder como Unasur y la Celac, la candidata Silva pone de presente escenarios donde robustecería políticas de libre comercio con Estados Unidos y Europa; asimismo, cuenta entre sus grandes aliados a banqueros y miembros del sector financiero que buscan la imposición de políticas neoliberales.
El gobierno de Lula y Dilma ha sido la punta de lanza de una revolución social que ha sacado de la pobreza a más de 40 millones de brasileros, se han generado 19 millones de empleos formales, se ha incrementado la masa salarial en 20,7 % y la protección social ampara hoy aproximadamente a 70 millones de personas. Programas sociales como Bolsa Familia y Brasil sin Miseria han generado un incremento del mercado interno que ha favorecido las ventas, los ingresos, el desarrollo social y por supuesto la educación y la salud. Este modelo de inclusión ha definido una ruta de democratización de la riqueza que ha favorecido los derechos sociales de todas las familias brasileras y donde se ha constituido un modelo de gobernabilidad para todos, el cual es sin duda un ejemplo para otros países que no han podido combinar crecimiento económico con desarrollo y justicia social.
La lucha democrática de Brasil indudablemente deberá definirse, pero la reflexión puntual debe encaminarse al modelo y a los procedimientos que cada uno de los contendores propone: por un lado, el oficialismo de la mano de Dilma que con un gobierno progresista ha consensuado obras, programas, proyectos y políticas fortaleciendo a los sectores históricamente excluidos de Brasil; por el otro, a los amigos y adeptos del gran capital que más allá de la justicia social buscan la generación de entornos donde la economía prime sobre las personas, como es el caso del candidato de la derecha, y de la más fuerte contendora, Marina Silva, que en el partido socialista ha creado un artificio “democrático” para esconder los intereses de sectores conservadores del país.
Después de años de luchas por la llegada de la democracia, el país se enfrenta a un reto mucho mayor, el reencauche de sectores de la derecha que en su momento se aliaron con la dictadura y aquellos que hoy, con posiciones no claras, buscan implementar un “modelo social” que perpetúa los intereses de la oligarquía y el statu quo de Brasil en el caso de Marina Silva, o la definición por cambios sustanciales a políticas claras de justicia social ya efectuadas, que han mostrado una década de resultados favorables, inscritos en la proposición de la construcción de una patria soberana, democrática y en constante desarrollo.
La disputa por reafirmar los escenarios de poder convoca hoy a todos los movimientos, gobiernos y fuerzas democráticas a apoyar decididamente a Dilma Rousseff en su aspiración por ser reelegida. Brasil y su modelo democrático son la bandera de lucha de muchos políticos y organizaciones que creemos posible la construcción de alternativas al devastador modelo capitalista que actualmente gobierna la economía y el poder político; sin duda Dilma representa una amenaza para muchos países que ven en sus políticas, casos fortuitos y exitosos de democracia, inclusión social y economía. Por ello, sin pensarlo, su continuidad es también la prolongación de desarrollo y fortalecimiento democrático, para su país y para toda América Latina.