Siempre es de celebrar una película norteamericana que se desvíe de los mellados valores de Hollywood. Es delicioso descansar de las mismas caras, estrellas con rutinas que podemos ver semi-dormidas. En Boyhood brillan por su ausencia, ninguna celebridad a bordo pero interpretaciones que son creaciones de momentos humanos propiciadas por el compromiso de director y actores con la verdad cinematográfica. La fugacidad de la existencia, la música del existir en estructura de fuga. Música todavía más estremecedora porque es la música de vidas desprovistas de imposturas y clichés. Música semejante a la de "Forrest Gump", a la de "Haz lo correcto" de Spike Lee.
En Boyhood el cine norteamericano recupera sus raíces, y es más obvia esa recuperación en la actuación, en la creación por los actores de personajes con la materia de sus emociones y de sus fantasías, dentro del caudal de una cultura en la cual la praxis se despliega acompañada de narrativas: para los norteamericanos narrar es un patrón omnipresente. Las narrativas o metarrelatos en Boyhood vienen del repertorio más puro, más auténtico, narrativas de la clase media de un país en el cual fue clase agente de cambio y sujeto histórico. Una de ellas, el afecto y la tolerancia por la singularidad individual, por la sigularidad del destino de cada cual, en comunidades de individuos a los que se permite ser diversos y negociar y desenvolver la propia identidad. Esta narrativa está detrás de la incesante inmigración que ha nutrido el desarrollo de la nación, es la que hace que tantos extranjeros vean a Estados Unidos como un espacio para la superación individual, entre ellos muchos colombianos. Boyhood es el regreso al cine de una parte de la nación norteamericana, la mayoritaria, la de las personas más parecidas a usted y a mí. Los héroes son los héroes de cada día, los hijos que de pronto resultan empujándonos más allá y que nos vuelven trascendentales al verlos intentar sus primeras afirmaciones, opciones y sus primeras expresiones de identidad; padres que a través de los hijos logran ver más allá, aferrándose intuitivamente a lo que dicta la conciencia, que es audible en sus raices protestantes. Para quien escribe el personaje de Mason padre deja huella con su mezcla de fragilidad y habilidad, la pasión metódica con que profesa su respeto por la vida, su sabiduría de vida con muchos ingredientes del mito norteamericana de la posesión de independencia y de un espacio propio distinto al de la adquisición de poder y bienes materiales. Un espacio propio que Boyhood nos deja explorar en un padre del cine que se había ausentado del cine estadinense, dentro de un clan cuyos miembros no se temen entre sí, en donde que te acepten es un proceso intuitivo, no un cálculo matemático, ese intuir que ha producido las elementables virtudes de una clase media que no se toma a pecho lo de ascender a las cimas donde el dinero es un fin en sí mismo, cimas que en el giro más inesperado de la historia de Estados Unidos han logrado poner a su servicio toda la vitalidad y el espíritu de ese país. Decir todo eso es posible para un director que sabe aplicar los recursos visuales, sus imágenes contrapuntean ese mensaje de respeto a la vida, de admiración por ese mecanismo interno que conserva la cordura cotidiana de llegar al fin del día y reconocer un espacio en que no eres un extraño.
