Es nuestra tradición, que con la primera columna del año se salude con la idea de desear parabienes a todos; y, así lo hacemos: que este año, del diez y seis del Señor, como se dice en mi tierra, sea de prosperidad, éxitos y, de pronto, el año de la tan anhelada paz; otro día nos dedicaremos a analizar lo que esperamos sea el año de la Paz; por el momento, que sea, entonces, el de prosperidad y el de los grandes éxitos. No creo que sea mucho pedir; deseos, deseos cubiertos de especiales propósitos; propósitos posibles y, otros imposibles, pero, eso sí, realizables. En una palabra: esperanza.
Y, ahora contemos. No acababa el año, cuando, como siempre, retornamos a Boyacá. ¿Qué decir e insinuar, que no suene parcializado? Tal vez empezar por sus paisajes; sí, Señoras y Señores: quienes hemos podido disfrutarlos y, por qué no, hacerlos propios, no solo por nacimiento sino, además, por afición, encontrarán, o encontramos, la belleza hecha realidad, la inmensa profundidad de sus cañones, las colinas, las montañas, la forma y textura de sus riscos, como que de ellos salen los más caros y grandes seres que ilustran la creación; los miles de tonos verdes que se hacen horizonte; sus verdes, no de partido —obvio—, sino de gama de colores no deja de sorprender, cada sendero, cada paso, cada ubicación de lote o de heredad se apropian de un color, en verde, como una sinfonía inconclusa a la eternidad.
Cada ubicación de lote o de heredad
se apropian de un color, en verde,
como una sinfonía inconclusa a la eternidad
El recorrido es sobrecogedor, desde las ya casi autopistas, los carreteables que aspiran a mejor futuro, las calzadas que en tejido hechizo y de sudor animal y humano van haciendo camino, al canto el poeta, al andar. Y, se llega a un punto, a un lugar, a un paraje con particulares habitantes, siempre amables, como lo somos todos allí que, con buen tino, Ocampo López cincel en mano, esculpe como: “Entre los pueblos que surgieron de los poblados indígenas, (…): Tunja, que surgió del cercado de Quimuinza y era la sede de los Zaques; Sogamoso, lugar que surgió de Sugamuxi, el centro religioso de los chibchas y el lugar sagrado del templo del sol; Duitama, dominado por el cacique Tundama; Ramiriquí la primitiva capital de los zaques y sede del cacique Baganique; Soatá, centro del cacicazgo; Monguí habitado por la tribu de los samoes; Betéitiva poblado del célebre cacique Betancín; Chita, caserío de los laches, en la misma forma que El Cocuy; Pesca, habitado por los pescas, chávigas y mochagá. Señalamos asimismo los poblados indígenas en donde surgieron: Chiquinquirá, Moniquirá, Turmequé, Garagoa, Guateque, Iza, Mongua, Paipa, Nobsa, Somondoco, Ráquira, Cucaita, Cerinza, Boavita, Chiscas (…)”. Qué cabalístico… los pueblos que surgen de los poblados y, así, así, la nacionalidad.
Aún se habla de provincias, de capital de provincia, como si el concepto de unidad nacional, no los hubiese acabado. O mejor ponemos la palabra en interrogación: ¿acabado? ¿No será mejor repensar la situación desde lo que enseña la sociología, para encontrar el diseño más acorde con la realidad que se vive, en costumbres, tradiciones —otra vez sale la palabra—, ancestros, mitos, folklor y, sobremanera, realidad de desarrollo social? Situación, hechos reales que se encuentran hasta en los tuétanos. Qué bueno (…), aún.
Y, pueblos, poblados, paisajes, cosas, personas, sin acercarse a la violencia, con la paz profunda que, se dice, se respira gracias al minifundio: cada cual guarda lo propio, su ancestro, en el ancestro.
BOYACÁ, siempre Boyacá. Es un Gusto Volver a Estar.
